miércoles, 4 de diciembre de 2013

Sobre la elección de Susana Díaz, 1

17.- Sobre la elección de Susana Díaz, 1



Hace unos días, la noticia que todos esperábamos como inevitable saltó a las cabeceras de todos los medios de comunicación, pues Susana Díaz, la persona señalada por el Presidente de la Junta, y por el aparato del Partido Socialista, no sólo había conseguido el número de avales necesarios, sino que sus competidores no lo habían podido obtener, lo que certificaba, que sin necesidad de realizar primarias, la actual Consejera de Presidencia será la candidata a las próximas elecciones, liderando a la formación socialista, para convertirse, si todo sale como esperan, en la primera Presidenta de la Junta de Andalucía. Desde un principio, la candidatura de Susana Díaz fue atacada desde todos los ángulos, sobre todo y como era de esperar desde la derecha mediática, que veía en ella a una representante del aparato del partido, acusándola incluso, como si este hecho fuera delictivo, de que toda su trayectoria profesional había transcurrido dentro del mismo, lo que significaba, según sus críticos, que al ser sólo una mera funcionaria del Partido, no estaba cualificada para gobernar una comunidad como la andaluza. También han salido a la palestra, entre otros datos biográficos, todos encaminados a desacreditarla, el hecho de que tardó doce años, doce, en terminar los estudios de derecho, algo que para algunos, sin preocuparse de las circunstancias, resulta incomprensible. Evidentemente quiero pensar, aunque personalmente no creo que sea la candidata más idónea, que la cúpula dirigente de los socialistas andaluces saben, o creen saber bien lo que hacen, y que han visto en esta joven socialista, que pese a su edad lleva muchos años en primera línea de la actividad política, a la persona más adecuada para coger el timón con objeto de renovar y aportar nuevos bríos a una formación política, que los muchos años consecutivos en el poder han conseguido erosionar parte de la credibilidad que antes poseía. No tengo dudas, por tanto, que la imagen caricaturesca y ofensiva, que de ella diariamente se dibuja en los medios, y que desgraciadamente de forma acrítica está calando en la ciudadanía, no corresponde ni mucho menos a la realidad, pues se diga lo que se diga, no cualquiera, por muy bien apoyado o apoyada que se encuentre, puede llegar al cargo que en estos momentos ocupa Susana Díaz, y al que con anterioridad ocupó, el de responsable de organización de un partido como el socialista, y mucho menos en Andalucía, su feudo tradicionalmente más importante. Lo anterior no quiere decir ni mucho menos, que el cambio del que tanto se habla en el Partido, y que muchos desean que abandere Susana Díaz, sea el cambio que la sociedad necesita y que ésta les exige a los socialistas, que sigue siendo la referencia política, a pesar de los pesares, de importantes sectores sociales.

Desde hace mucho tiempo, somos bastantes los que opinamos que el Partido Socialista, formación fundamental en el entramado político existente, necesita una profunda renovación, renovación que aunque no llegue a suponer una catarsis, éstas en política casi siempre resultan peligrosas, debería sin duda ser radical. En este partido existe una generación, ya completamente amortizada, que está ejerciendo de “tapón”, impidiendo que nuevos militantes, con ideas que se adecuen mejor a los tiempos que vivimos, tomen con decisión las riendas de esa formación, que consigan aportar una imagen nueva, una imagen que en lugar de quedarse sólo en ello, sólo en una nueva imagen electoral, traiga de la mano nuevas formas de entender y de comprender la política, con la intención de que ésta vuelva a convertirse en ese instrumento de transformación y de buena gestión que nunca debió dejar de ser. El Presidente Griñán, posiblemente agobiado por la situación por la que atraviesa su formación política, de la que constantemente surgen casos de corrupción y de nepotismo, ha dado un paso hacia delante, con toda seguridad empujado por las circunstancias, pero que estoy convencido, ya que todos “los delfines” acaban revolviéndose contra los que en su momento lo acariciaron, va a suponer la apertura de una nueva etapa, al menos dentro del Partido Socialista andaluz. Una nueva etapa que puede, según todo parece indicar, que sea, al menos en un principio, sólo un gesto cosmético, en la que se moverán sin duda algunas piezas, pero que la pesada estructura del Partido, hará posible que éstas no sean esenciales, con objeto de que nada cambie en lo fundamental.

De un tiempo a esta parte, se tiene consciencia generalizada de que los partidos políticos son una parte importante de los problemas por los que atraviesa el país, por lo que la credibilidad de los mismos, a pesar de que siguen ocupando y controlando casi todas las esferas del poder, se encuentra bajo mínimo, lo que de forma independiente a las críticas que se les debe realizar, sin escatimar pólvora en ello, debe preocupar, y mucho, a los que aún seguimos interesados por eso que antes se llamaba “lo social”. Por ello, todo movimiento reformista que se produzca en los mismos, por mínimo que puedan parecer, deben ser analizados y tenidos en cuenta, al tiempo que es necesario interpretar las diferentes voces, en favor y en contra, que esos movimientos van provocando, pues uno de los graves problemas que padecemos en la actualidad, es que demasiados agentes se ven “obligados” a dar su opinión desde sus publicitadas tribunas, sin que quienes las escuchan o las lean, posean los fundamentos ni el tiempo necesario para analizarlas y contextualizarlas, lo que provoca que opiniones sesgadas y a todas luces interesadas, sean asumidas por la ciudadanía como verdades objetivas. Por ello es necesario, con los datos con los que se cuentan, intentar abrir un hueco por mínimo que sea, para intentar comprender, desde la posición que se ocupe, lo que realmente está ocurriendo, aunque sólo sea para que opiniones ajenas, casi siempre interesadas y en muchas ocasiones mercenarias, no sean las que gobiernen nuestras opiniones.



20.07.13

jueves, 21 de noviembre de 2013

Anotaciones sobre el cierre de la Television Pública griega, y 2

16.- Anotaciones sobre el cierre de la Televisión Pública griega, y 2
 
A pesar de que pueda parecer un contrasentido, no tengo ningún inconveniente en afirmar, después de decir que no pasaría absolutamente nada si desaparecieran del mapa audiovisual, o si se cerraran tal y como ha ocurrido en Grecia las diferentes televisiones públicas, que socialmente resultan necesario su existencia, pero eso sí, con un formato y con unos contenidos radicalmente diferentes de los que hoy en día poseen. Unas televisiones públicas que aspiren a algo más que a entretener, desde la banalidad, a una audiencia que se conforma, de forma acrítica y sin pedir nunca demasiado, con la programación con la que se encuentran, con una programación intercambiable, porque es similar, con la que ofrecen las restantes televisiones generalistas privadas. Sí, estoy convencido que es necesario la existencia de una Televisión Pública, que en lugar de dedicarse a competir con las privadas tenga una función diferente, la del servicio público, la de sin caer en el aburrimiento, aborde aquellos otros temas, que en principio, carecerían de la audiencia necesaria para que se interesen por ellos las otras emisoras, que evidentemente tienen siempre que estar pendientes de sus cuentas de resultados, y por tanto, del número de espectadores que cada día sintonicen su programación. Parece evidente que la lucha por la audiencia, despiadada siempre, ha dejado demasiados huecos sin cubrir, lo que convierte a la pluralidad real existente, esa de la que tanto se enorgullecen nuestros políticos, en una pluralidad disfuncional, en la que, a pesar del amplio abanico de posibilidades que teóricamente se ofrece, al final sólo se puede elegir lo mismo, aunque el pelaje de la apariencia trate de ocultar la realidad.
Pero no se trata sólo de ocupar los amplios y cada día más escandalosos huecos que van dejando sin atender los diferentes medios de comunicación, al no interesarse por ellos debido a su escasa rentabilidad, sino llevar a cabo una pedagogía que intente inocular una serie de valores sociales, o comunitarios, al tiempo que compensar los desequilibrios, por no decir los estragos, que las implacables dinámicas del mercado están provocando. El Estado tiene la obligación, a la par que proteger a la iniciativa privada, de tratar de evitar, mediante diferentes acciones, que esa iniciativa privada, siempre pendiente de sus legítimos intereses, provoque acusadas asimetrías que puedan afectar al correcto funcionamiento de “la nave social”. La Televisión Pública, dado su innegable poder, puede convertirse en el instrumento adecuado para que desde el Estado, se puedan introducir los correctivos necesarios, para que por ejemplo, todo aquello que no sea en principio rentable económicamente, o que pueda resultar poco rentable, siga teniendo un protagonismo, o para potenciar mediante una programación adecuada, valores y contenidos esenciales para la propia salud democrática, como la actitud crítica, que poco a poco va quedando difuminada, domesticada y menguada debido a la criminal, sí, a la criminal estandarización cultural que desde hace tiempo venimos padeciendo.
Aunque sólo sea por lo anterior, la necesidad de una Televisión Pública solvente, independiente e intervencionista resulta evidente, pues el protagonismo desmesurado que muestran determinados actores públicos, que no se cansan de demostrar su inmenso poder, sobre todo aquellos vinculados a los intereses espureos del capital, están configurando un nuevo tipo de sociedad en la que se están imponiendo una serie de valores, gracias a los cuales, amplios sectores de la misma, están quedando apartados de los centros de poder, convirtiéndose en meros oyentes o en simples espectadores de lo que ocurre a su alrededor. La apolitización y la “monoculturalización” extrema que se está implantando, debido al discurso hegemónico que afirma que sólo existe una forma de entender lo social, y que es el grave problema al que nuestras sociedades avanzadas se enfrentan, sólo puede ser contestado desde la diversidad real, desde los arraigados y trabajados fundamentos sobre los que tienen que apoyarse las diferentes opciones existentes, que tienen que ser favorecidas desde un poder público que controle con objetividad las normas del juego democrático, que en muchas ocasiones, para evitar que queden neutralizadas, debe pasar por favorecer a aquellas opciones minoritarias que cuentan con escaso margen de maniobra.
En este escenario, con objeto de evitar el predominio absoluto de opciones ideológicas concretas, o lo que es lo mismo de determinadas opciones culturales que aspiren a controlar de forma omnímoda todo el entramado social, tiene un papel esencial “lo público”, que, por ejemplo, desde los medios de comunicación que controle, en un momento histórico en el que la comunicación es esencial, se dedique a “distribuir el juego”, con la intención de intentar evitar que se atrofie definitivamente el cuerpo social que soporta y hace creíble al propio sistema democrático.
Dicho lo cual sólo me queda por decir, que las televisiones públicas actuales, tal y como están concebidas, carecen de sentido ya que están controladas, al ser entendidas como vectores estratégicos por los poderes dominantes, pero también, que la existencia de dichos medios públicos si están controlados democráticamente, son esenciales, si a lo que aspiran es a mantener y a sostener unas sociedades libres, plurales y por supuesto democráticas.

23.06.13




viernes, 18 de octubre de 2013

Anotaciones sobre el cierre de la televisión publica griega, 1

15.- Anotaciones sobre el cierre de la Televisión Pública griega, 1

Hace unas semanas, saltó a las primeras páginas de los medios de comunicación, que el gobierno griego, en su inducida estrategia por recortar el gasto público, de la noche a la mañana había decretado el cierre de la televisión estatal griega, decisión que había dejado a tres mil trabajadores en la calle. Evidentemente la noticia tuvo una gran repercusión, pues cierto corporativismo, lógico por otra parte, se apoderó de la clase periodística, escuchándose lo de siempre, “que una voz se había apagado”, o que “la medida había supuesto, en unos momentos en que la información, de que la información verás resulta imprescindible, un duro ataque a contra la libertad de prensa”. No sé el tipo de televisión que hacía esa cadena pública, aunque observando la que se hace en España no tengo más remedio que temerme lo peor, por lo que en principio, no me preocupa tanto el cierre de esa emisora como el número de trabajadores que han quedado desempleados, pero al hilo de lo ocurrido, creo necesario que se abra un debate sobre la necesidad o no, de que siga existiendo medios de comunicación públicos, y de la función, en el caso de que se apueste por su existencia, que dichos medios deben de tener.
De forma independiente al posicionamiento político que se mantenga, parece que existe una coincidencia generalizada sobre la necesidad de volver a la austeridad, después de un periodo de tiempo, en el que gracias a la bonanza económica de la que se ha disfrutado, el despilfarro ha sido, como se ha podido verificar, una de las constantes sobre las que se ha sostenido tanto la Administración Pública como las prácticas políticas que se han desarrollado. Un despilfarro, que ahora que los tiempos han cambiado, pone en jaque, casi en jaque mate, al propio sistema político que nos define, por la sencilla razón de que ya no se pueden seguir pagando las abultadas facturas que exige su mantenimiento, lo que obliga, lo que está obligando a que se lleve a cabo unas series de políticas de adelgazamiento, que están poniendo en cuarentena muchas de las funciones, y de los cometidos, que hasta la fecha han venido realizando nuestras administraciones, de suerte, y se es consciente de ello, que de esa reestructuración dependerá la viabilidad futura del Estado del bienestar, al menos tal y como se ha venido entendiendo hasta ahora. Se tiene claro, muy claro, cuales tienen que ser los pilares sobre los que tiene que sostenerse, que no son otros que la educación, la sanidad y los sistemas sociales de cohesión, por lo que en aras de su fortalecimiento, es comprensible que funciones que hasta ahora se asociaban al mismo tengan que ser privatizadas, o lo que es lo mismo, que tengan que pasar a manos de la propia sociedad, pues sus elevados costes, están dificultando la financiación pública de otros servicios, estos sí esenciales, que la propia sociedad tiene la obligación de salvaguardar e incluso potenciar en beneficio de todos y muy especialmente de los sectores menos favorecidos.
Resulta evidente, que entre esas prioridades esenciales no se encuentra el mantenimiento de una televisión pública, cuyo objetivo primordial sea el de ejercer de portavoz del gobierno de turno, al tiempo que el de publicitar sus políticas, además de competir de forma desleal, al ser mantenida por los presupuestos públicos, gracias al mantenimiento de una programación banal, contra las restantes televisiones privadas existentes.
Debido a su influencia, a su poder, es difícil que en un país como España, la Televisión Pública quede al margen de la lucha partidaria, lo que la convierte en el gran botín a conseguir, prueba de ello, es que cualquier administración que se precie, y me niego a creer que sólo de forma gratuita y filantrópica, cuenta con su propia televisión, ya sea central, autonómica o local, que en lugar de estar ideadas para prestar un servicio público o comunitario, como sería deseable, son ante todo, instrumentos en manos de los partidos políticos que la controlan, instrumentos para colmo pagados por el erario público, que aparte de ofrecer una información siempre sesgada y en múltiples ocasiones claramente manipulada, no consiguen aportar nada nuevo, o interesante, a la oferta televisiva existente. No, la Televisión Pública, tal como se presenta no tiene sentido que siga siendo soportada por el dinero de los contribuyentes, sobre todo, cuando existen otras necesidades más apremiantes que atender, no valiendo el argumento, tan socorrido a veces, de que al cerrarlas quedarían en la calle gran número de trabajadores, pues cada día, y nadie parece preocuparse por ellos, ingresan en las filas del desempleo muchos ciudadanos que no han tenido la suerte de pertenecer a ningún ente público, al tiempo que quedan sin cobertura social, por diversos motivos, otros tantos.
Sí, es esncial que se sea riguroso con los recortes, y no creo que las televisiones públicas, tal como hoy en día están concebidas, al igual que ocurre con otros organismos públicos, tengan que salvarse de los tijeretazos que tanto se están prodigando en estos difíciles tiempos que nos han tocado vivir, sobre todo cuando no pasaría absolutamente nada, y esto lo sabemos todos, si dejaran de emitir, ya que en la parrilla televisiva existen alternativas suficientes para que su ausencia no llegue a notarse, cosa que con facilidad se puede demostrar, comparando la programación que ofrece la Televisión Pública, con las que llevan a cabo las privadas. Pero lo anterior, aunque pueda resultar contradictorio, no quiere decir, que la existencia de una televisión púbica no sea necesaria, ya que socialmente su existencia sería incluso hasta recomendable.

21.06.13

lunes, 9 de septiembre de 2013

Sobre la sociedad y las instituciones

14.- Sobre la sociedad y las instituciones

Se puede decir ya con toda seguridad, de forma independiente a los factores externos que han generado la crisis económica que hoy padecemos, que los controles democráticos, que se articularon en torno a las instituciones existentes, ideados para salvaguardar al sistema, han fallado de forma estrepitosa, lo que ha hecho posible que los efectos de la misma, que hubieran podido controlarse con relativa facilidad si todo hubiera funcionado correctamente, se hayan multiplicado de forma exponencial hasta llegar a poner en peligro al propio sistema democrático, por no hablar ya de la sociedad a la que éste ampara. Sí, todo hubiera podido quedar bajo control en un tiempo razonable y con unos costes asumibles, pero las primeras oleadas de la crisis dejaron al descubierto que gran parte de los cortafuegos construidos se encontraban dañados, o lo que es lo mismo, que no estaban funcionado correctamente, lo que ha permitido que los destrozos sean muy superiores a los imaginados incluso por los analistas más pesimistas. Por ello, ahora esta sociedad tiene que enfrentarse a dos problemas, a las consecuencias directas de la crisis, como el elevado número de desempleados que a causa de ella han quedado en la cuneta, y la institucional, que se quiera o no, va a tener que obligar a que se tenga que realizar una profunda reflexión sobre la función que debe realizar cada institución, además, y esto es extremadamente importante, de la forma en que cada una de ella se tiene que gobernar, pues el problema que ha ocurrido es que dichas instituciones no han sido gestionadas adecuadamente.
En principio las culpas recaen, todas, en la clase política de este país, que sin problemas de consciencia, se ha dedicado a colonizar en beneficio propio, y de forma depredatoria, todas y cada una de las instituciones que ha ido encontrado a su paso, actitud que ha conseguido esterilizar dichas instituciones para las diferentes funciones que tenían que desempeñar, lo que ha impedido que saltaran las alarmas en el momento en que tuvieron que saltar. Ante este hecho, fehaciente y sobradamente acreditado, algunos echamos de menos la existencia de una sociedad civil potente, capacitada gracias a su militancia y a su compromiso para controlar a esa clase política en dos frentes, el de obligarla a cumplir con sus deber, y en el de supervisar que no se dedique a ocupar espacios sociales que no le corresponden, como aquellos ideados para verificar las actuaciones de la propia clase política. Pero esa sociedad civil desde hace tiempo se encuentra neutralizada, desactivada, retirada a sus ámbitos privados, sin interés alguno por asomarse a la plaza pública, y de este hecho, todo hay que decirlo, tiene la culpa la propia clase política, que en lugar de llevar a cabo una pedagogía tendente a politizar la sociedad, se ha dedicado de forma sistemática a hacer todo lo contrario, con objeto de que la política quedara sólo en sus manos, alejando a la sociedad de la misma.
Soy de los que opinan que parte de lo ocurrido, se debe a la desafección de la ciudadanía hacia la política, y no me refiero a la política partidista, que ha dejado las manos libres a los partidos y a sus funcionarios para hacerse cargo de todos los puestos de mando de nuestras sociedades, sin que se comprendiera, que los partidos, en primer lugar siempre tienden a mirar por sus intereses, dejando para un segundo lugar, o para un tercero, todas aquellas cuestiones por las que dicen trabajar. El paisaje después de la batalla resulta demoledor, dejando al descubierto cómo la instrumentalización de las instituciones, por parte de los diferentes partidos, para lo único que ha servido ha sido para debilitar al sistema, sin que ello haya supuesto la quiebra de dichas formaciones, que siguen gobernando como si nada, como si absolutamente nada hubiera ocurrido. Estoy completamente convencido que gran parte de lo que estamos padeciendo, como la quiebra real de parte del sistema financiero y el excesivo endeudamiento familiar, se debe precisamente a la dejadez mostrada por los organismos de control, en este caso el Banco de España, que de forma criminal prefirió mirar hacia otro lado, en lugar de alertar sobre lo que estaba ocurriendo. Por ello, como se ha demostrado, dejar la política sólo en manos de los políticos es una estrategia suicida, pues los representantes políticos que controlan las diferentes instituciones tienen que ser controlados, y en corto, por la propia sociedad civil, lo que tiene que obligar a ésta a tener que realizar un esfuerzo que en la mayoría de las ocasiones no está dispuesta a realizar.
Evidentemente, como dice Ruíz Soroa, no contamos en España con reservas de ciudadanía para que pueda realizarse ese control de los partidos y de sus aparatos, pero hasta que esto no ocurra, y esto hay que tenerlo presente, todo el poder quedará en manos de esos mismos partidos, ya que entre ellos ocultarán lo que tengan que ocultar y dejarán al descubierto sólo aquello que deseen enseñar. La aspiración de Ruíz Soroa de una democracia sin ciudadanía, de un sistema democrático sólo sustentado por la vigilancia que se realicen entre sí las diferentes instituciones se precipita hacia el idealismo más absoluto, pues mientras el escenario público esté controlado por los partidos políticos, esas instituciones cerraran los ojos ante todo lo que ocurra que no les convenga a quienes las controlan.
La regeneración democrática que tanto se necesita y que tanto se proclama, o se realiza desde un compromiso social a gran escala, en donde la movilización social sea una realidad, o sólo se quedará en una estrategia de cara a la galería diseñada por aquellos que aspiran, a pesar de sus tremendos errores, a seguir manteniéndose en el poder.

17.05.15

lunes, 8 de julio de 2013

Sobre "Los escraques"

13.- Sobre “Los escraques”



Desde no hace mucho, se viene observando un nuevo fenómeno, el de “los escraques”, que está provocando una gran polvareda, que apunta en último extremo a un mayor control de los políticos electos por parte de la ciudadanía, de unos políticos que hasta hace unos meses sólo creían estar sujetos a la disciplina de sus propios partidos. “Los escraques” son concentraciones que se realizan delante de los domicilios particulares de cargos electos concretos, que aspiran a recordarles a éstos, que existe un problema y que tienen la obligación de afrontarlo. Los que se manifiestan en contra de estas acciones, que son muchos, estiman que la función de los mismos no es otra que la de intentar influir, mediante la presión, sobre los políticos con objeto de que éstos se alineen a favor de la tesis que defienden, recordándoles dichas acciones a las que los nacionalsocialistas alemanes llevaron a cabo contra los judíos, por lo que están convencidos que lo que en realidad están llevando a cabo esos grupos, a los que califican de extrema izquierda, no es otra cosa que una coacción ilícita, y por supuesto antidemocrática, contra los genuinos representantes de la soberanía popular, que siempre deben actuar sin influencias de ningún tipo. Por lo anterior, cuando el número de “escraques” aumenta, la polémica sobre los mismos está anegando los medios de comunicación, con encendidas opiniones a favor y en contra de los mismos.

El movimiento de “los escraques” ha salido a la palestra de la mano de los desahucios masivos que se están llevando a cabo por parte de las entidades financieras, muchas de ellas salvadas de la quiebra gracias al erario público, que está poniendo en la calle a muchas familias que no han podido hacer frente a sus obligaciones hipotecarias. Este es un tema, el de los desahucios, que está calando hondo en la opinión pública, que observa como los grandes damnificados por la crisis se quedan a la intemperie, sin posibilidad alguna de poder levantar cabeza a largo plazo, mientras que los que la han provocado, reciben ayudas y más ayudas de las instituciones públicas, para que sigan realizando su labor como si nada hubiera pasado. No cabe duda que en un mundo tan mediático como en el que vivimos, la aparición de este fenómeno en las primeras páginas de los medios, se debe a la labor de las diferentes plataformas antidesahucios que se han articulado a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, subrayando un problema, mediante manifestaciones y concentraciones, que hubiera quedado eclipsado por otras cuestiones de la actualidad, y contabilizándose como una causa lógica e inevitable de la catastrófica crisis que padecemos. De suerte, que sin esa inesperada y hasta cierto punto insólita presión popular, no se hubieran llegado a tomar las aún tímidas medidas, tanto judiciales como legislativas que se han realizado en los últimos meses para paliar, en lo posible, las consecuencias reales que el desempleo masivo está provocando entre los afectados por el mismo, que entre otras cosas, les impide poder pagar el techo bajo el que duermen.

Pero aquí no quiero entrar en la crisis hipotecaria ni en los efectos de la misma, que creo ya bastante conocidos por todos, sino en dos cuestiones que me llaman la atención, el de la movilización de un sector de la ciudadanía ante “lo inevitable”, y como consecuencia de ella, al control que los representantes públicos van a tener que soportar por parte de esa “ciudadanía militante”, que está convencida que sus representantes tienen la obligación de velar por ella, por sus problemas, y no por los intereses de las formaciones políticas a las que pertenecen, o a espureos intereses que nadie sabe a quiénes benefician en último extremo.

Sí, hay que reconocer que algo está cambiando en esta sociedad, y todo se debe a la crisis, a los devastadores efectos de la tan cacareada crisis que estamos padeciendo, que ha conseguido tirar por tierra el escaso prestigio que aún atesoraban los políticos, y que ha puesto en pie de guerra a determinados colectivos, que sin miedo se han apoderado de las calles. Hasta ahora, a los políticos, a los políticos profesionales, se les dejaba en paz, al estimarse tácitamente que no eran más que funcionarios de los partidos empresas a los que pertenecían, y que como consecuencia, sólo tenían y podían hacer lo que desde sus cúpulas directivas se les ordenaba, pasando inadvertidos y como por encima de una ciudadanía que sólo se limitaba, sin conocerlos, a votarlos o no, no a ellos sino a los partidos de los que son funcionarios, en las diferentes convocatorias electorales ante las que se les citaba. Pero ahora, de forma curiosa, gracias en buena medida a “los escraques” los focos se ponen ante ellos, obligándoles a sentir, como comúnmente se dice, el aliento de los electores sobre su cogote, lo que modifica, y de forma radical, la forma que hasta la fecha han tenido de entender la política, lo que les hace comprender, o les tendrían que hacer comprender, que ante quienes tienen que rendir cuentas es ante esa ciudadanía a las que tienen que representar y no sólo ante el staff de su formación política.

No cabe duda que todo lo que está sucediendo se debe a la aún embrionaria movilización popular que se está llevando a cabo, a la politización de la sociedad, que es la que le “complica la vida” a esos políticos, que evidentemente antes vivían mejor que cuando esa misma ciudadanía apenas reparaba en ellos y les dejaba hacer libremente. Por ello, por mucho que digan, los grandes beneficiados de una ciudadanía apática, siempre ha sido la propia clase política, que no en vano en todo momento ha potenciado una sociedad despolitizada, antes que una ciudadanía vigorosa, siempre encima de lo que realmente le interesa, informada, crítica y deseosa de fiscalizar la labor de sus representantes. Espero, que poco a poco, el tejido social de nuestra sociedad siga tensándose, pues ello redundará en una mejor clase política, que a su vez, sin duda alguna, hará posible una mejor gestión de los asuntos públicos.



16.04.13

lunes, 3 de junio de 2013

Sobre la monarquía

 
12.-

Sobre la monarquía

No deja de llamarme la atención la excesiva repercusión mediática que está provocando la imputación de la Infanta Cristina por “el caso Nóos”, pues a pesar de que todos intuíamos lo que podía pasar, o de lo que con seguridad tendría que pasar, ya que su actitud en el mismo en ningún momento ha sido de recibo, me ha sorprendido encontrarme con un tsunami de tal envergadura. Posiblemente se ha debido, al hecho de que hasta hace poco, la Casa Real era intocable en este país, manteniéndose al margen del escrutinio de los medios de comunicación, que son los que han levantado la liebre del mal hacer de algunos miembros de tal real familia. Lo que ha pasado tenía que pasar, pues al verse visto salvaguardados, se habían creído que podían hacer de su “capa un sayo”, y que en consecuencia se encontraban “más allá del bien y del mal”, incurriendo en liberalidades que estimaban que jamás se les tendría en cuenta. Ni que decir tiene que la culpa es de ellos, pero también, y esto hay que subrayarlo, del escaso control democrático que ha existido, como ha ocurrido en tantas otras cuestiones que nos han conducido a la difícil situación en la que en estos momentos nos encontramos. Lo mismo, o más de lo mismo ha ocurrido con los partidos políticos, con esas mastodónticas estructuras, que como grandes sabandijas, se han adherido a nuestro cuerpo social apoderándose de parte de su vitalidad. Si algo parece claro a estas alturas, es que la hasta hace poco modélica Transición Política a la Democracia ha sido un fracaso, pues apoyándose en la idea, en principio comprensible, de fortalecer a unas instituciones muy débiles, se crearon los instrumentos necesarios, para que una parte esencial del sistema, como la propia Corona o los Partidos Políticos quedaran en buena medida al margen de la fiscalización democrática, y claro, “de aquéllos polvos, estos lodos”.
Aunque se está dando una gran cobertura al tema de la Casa Real, no creo que la importancia de lo que ha ocurrido en la misma, o desde la misma, sea para tanto, entre otras razones porque la trascendencia de los actos de la Corona es muy relativa, aunque evidentemente puede provocar cierto y comprensible morbo, o ser utilizado el tema para canalizar hacia él parte del descontento existente. Es posible, por tanto, que los problemas por los que está pasando la institución monárquica se estén instrumentalizando para ocultar o aparta de la primera línea de fuego otros problemas que sí tienen una importancia radical, como la cuestión de la incapacidad y de la rapacidad de la clase política de este bendito país, que sin duda, es la causante de la mayor parte de los problemas que nos están embargando.
Desde mi punto de vista, a nuestra clase política hay que acusarla en primer lugar de la escasa labor pedagógica que ha realizado, tanto en lo referente a la creación de una cultura democrática, como a la articulación de una sociedad que se asentara sobre valores cívicos, críticos y sostenibles, posiblemente porque así evitarían en el tiempo un control exhaustivo sobre ella, y potenciar por el contrario una sociedad dependiente y anémica, exactamente aquello que le interesaba a los poderes antiguamente llamados fácticos que son los que desde un primer momento han controlado a esa clase política. En fin, un despropósito.
La denominada clase política, desde hace un tiempo en jaque por los medios de comunicación y por la judicatura, parece que ha encontrado, de forma momentánea, un tema que le sustituya en la cabecera de la crónica de sucesos de los medios, ocultando que gran parte de los odios y de la críticas que hoy en día se dirigen a la Monarquía, tienen su origen en la dejación ejercida voluntariamente por la propia clase política, y olvidando, que al abrir las puertas de lo que hasta hace poco era una institución hermética, se está dejando que se ataque, cada día que pasa con una munición de mayor calibre, y creo que irresponsablemente, al teórico centro institucional del sistema. Son ya pocos los que dudan, al menos en su fuero interno, que el modelo elegido para llevar a cabo la Transición Política si no ha supuesto un fracaso absoluto, sí tenía una fecha de caducidad que no se ha respetado, lo que ha provocado que a las primeras de cambio, en el momento en que la coyuntura se ha vuelto adversa, todo haya estallado por los aires, pues las zonas de sombras que propició como necesarias, apoyadas por la insensata despolitización impuesta a la sociedad, ha provocado focos de corrupción inaceptables en un país moderno, como muchos creíamos que era España hasta hace poco.
Cuando digo que se está dejando que se ataque de forma irresponsable a la institución monárquica, evidentemente no quiero decir que la clase política tenga que neutralizar las críticas que con razón se están realizando, sino por el contrario, que tiene la obligación de liderar esas críticas con objeto de fortalecer a dicha institución, para impedir que la Corona, a la que tanto alaban en público pero a la que tan poco se respeta, se desmorone como lo está haciendo, sólo para que gracias a ella se pueda desviar, repito que irresponsablemente, las fuertes críticas que la propia clase política está recibiendo desde hace algún tiempo. El problema, o la cuestión, es que en un país tan extraño como España, pocos comprenden, y lo digo desde mi republicanismo, el poder moderador, estabilizador, pero sobre todo vertebrador que puede llevar a cabo una monarquía moderna que se asiente sobre el respeto a la norma y sobre la transparencia que exige todo sistema democrático. Sí, parece que en este país todos hemos tomado a la monarquía como algo meramente anecdótico, como una especie de exótica guinda impuesta, cuya única finalidad, es la de ejercer las funciones de relaciones públicas para la ahora tan renombrada “Marca España”, sin que casi nadie comprenda que existen otras tareas más importantes, de consumo interno, que tiene la obligación de ejercer.
Hoy, cuando todo se desmorona, cuando la quiebra de los partidos políticos y de la política parece evidente, cuando la propia integridad del país se pone en duda, se echa en falta un centro neurálgico creíble, que en momentos como los actuales, en donde nada parece dotado de la estabilidad suficiente, sirva de contrapeso al movimiento que estamos observando y padeciendo de “sálvese quien pueda”, en el que cada particularismo se apoya en el que encuentra a su lado para no hundirse sólo. Pues bien, ese centro estabilizador, creíble y al mismo tiempo dotado de la estabilidad institucional basada precisamente en intentar conjugar a todos esos particularismos existentes, a toda la pluralidad que debe coexistir en toda sociedad moderna, en España debería de ser la Monarquía, o al menos para esa finalidad fue ideada, pero que también hubiera podido ser, si se hubiera optado por ello, la presidencia de una república. Una Monarquía que también, en estos momentos parece hacer agua por todas partes, careciendo debido a sus escándalos internos de margen de maniobra, y a ante la que nadie parece estar interesado por hacer nada que pueda evitar su hundimiento definitivo. Y el problema, aunque sólo sea para que quede algo sólido, es que hace falta algo creíble que al menos nos haga comprender que no todo es naufragio. En Italia, cuyo modelo político siempre se ha intentado evitar, la quiebra del sistema de partidos se contrarresta con la existencia de un Presidente de la República creíble y hasta cierto punto respetado, que en estos momentos es Napolitano, cuya sola existencia en el caos institucional existente, aporta cierta estabilidad. Por el contrario, aquí, ni la política, ni la monarquía, ni las empresas ni los sindicatos, consiguen aportar algo tan básico para un país como es la credibilidad o la estabilidad institucional.
Evidentemente no he querido realizar una defensa de la Monarquía, pues sus representantes parecen que desde hace años han estado viviendo en otro mundo, y cuyos errores de bulto, que en el fondo no son tan excesivos como a veces se nos presentan, tendrán que dirimir ante los tribunales de justicia o ante la opinión pública, ya que de lo que he tratado de hablar, es de que también lo que ha debido mantenerse estable se ha desmoronado, y que pocos son los interesados en que recobre su solidez cuando ellos mismos también se están hundiendo. La catarsis cada día parece más necesaria.

05.04.13

miércoles, 15 de mayo de 2013

Sobre el caso Barcenas


11.- Sobre el caso Bárcenas

Esta mañana me he levantado con una noticia escandalosa, noticia que si llegara a verificarse y si este país fuera serio, circunstancia sobre la que mantengo serias dudas, tendría que suponer “un antes y un después” en la forma de hacer y de entender la política a la que tan acostumbrada se encuentra nuestra clase política. Se trata de un nuevo caso de corrupción, que se quiera o no, afecta al corazón mismo de nuestro sistema democrático, pues según el diario “El Mundo”, durante demasiados años, la cúpula dirigente del Partido Popular ha estado recibiendo sobresueldos, en negro, de cinco, diez y quince mil euros mensuales, con la sana intención de que esos suplementos, que al parecer necesitaban quienes lo recibían para realizar correctamente sus funciones, no tributaran a la Hacienda Pública. Lo anterior habla a las claras de las irregularidades financieras de ese partido, y por extensión de toda la clase política de este país, pero hay que tener cuidado en no poner el foco de atención sólo en esas cantidades, aunque resulte bochornoso, ni en los destinatarios de las mismas, sino en la procedencia de ese dinero y en la forma en que ha sido extraído, lo que puede dejar al descubierto la podredumbre sobre la que se asienta el sistema.
El tema de los sobresueldos, de los sobre de dinero negro, que como suplementos a los salarios muchos trabajadores reciben mensualmente, o de forma periódica, es algo desgraciadamente habitual en nuestro país, lo que evidencia la importancia de la economía sumergida en el mismo. Ese dinero con que muchas empresas, por no decir todas, tratan de fidelizar o de premiar a sus mejores empleados, proviene generalmente de las ventas que realizan sin IVA, y que conforman el sustento de las denominadas contabilidades paralelas, que todas las empresas, sí, que todas las empresas llevan a cabo. Por ello, que alguien reciba sobres con dinero negro es algo que no llama, al menos demasiado, la atención en un país como España, considerándose incluso normal, pero que esos sobres lo reciban los políticos, todos ellos bien pagados con dinero público, provoca o puede provocar, en momentos en que importantes sectores sociales viven “con la soga al cuello”, la indignación y la vehemente repulsa de todos los que observan con interés lo que acontece en nuestra vida pública.
Si es verdad lo que dicen los titulares de ese “extraño” periódico, se podrá demostrar a las claras el grado de calidad, ya no tanto de nuestras instituciones democráticas, sino sobre todo, de la capacidad de nuestra sociedad para regenerarse del cáncer que hoy por hoy la corroe, el de la corrupción institucional, que es mucho más maligno que otros que ya ha padecido, como el del terrorismo, que todo indica que se ha podido erradicar, o el de los nacionalismos que hoy parecen poseer más vitalidad que nunca. La calidad de un sistema democrático, siempre en último extremo habrá que buscarla en la sociedad que lo sostiene, que es la que tiene que exigir a sus políticos, a sus representantes, lo que realmente desea, si que retire la mirada de lo que no quieren por las causas que sean encarar, o si por el contrario, que afronten con decisión todas aquellas cuestiones que le indigna y le llena de preocupación. El problema es que nuestra sociedad, desde hace tiempo parece que ha delegado sus funciones en manos de una clase política que hace y deshace a su antojo, desentendiéndose de todo aquello que se encuentra más allá del ámbito de su privacidad, lo que puede hacer comprender, debido a la dejación y a la despolitización que padece, parte de lo que está ocurriendo en este país desde hace años. Que políticos corruptos sigan siendo votados por la ciudadanía, consiguiendo incluso mayorías absolutas, como ocurrió en las pasadas elecciones autonómicas en la Comunidad Valenciana, dejan poco margen a la esperanza, y hace pensar, que en la cancha de juego de nuestra sociedad democrática sólo están presentes la clase política, los grupos mediáticos y la magistratura, destacando la ausencia en ella de la sociedad civil, que parece que se limita sólo, y desde la distancia, a observar boquiabierta lo que ocurre a su alrededor.
Lo curioso del tema, que me da la sensación que será ocultado por el mismo medio que lo ha alumbrado, gracias a la caída de algún alto cargo, es la indiferencia que he encontrado sobre el mismo en casi todos los que me rodean, lo que me lleva a pensar, en el desinterés existente hoy por hoy ante lo público, pero también, en el arraigado desprestigio del que goza la clase política, de la que se espera todos los desmanes, como si la misma no fueran más que una maldición que necesariamente se tenga que soportar. Sí, todo parece indicar que la salida de esta crisis no se saldará, como en un principio se esperaba, con una catarsis colectiva, sino que bastará con ciertos movimientos defensivos, y todos tendentes a la galería, que se realizarán desde el propio Partido Popular, en el que un sector del mismo se hará con el poder, dando la sensación ante la ciudadanía, aparte de que la ropa sucia siempre es mejor lavarla en casa, de que los problemas que hoy tanto se publicitan sólo consistían en pequeñas disfunciones que sin muchas dificultades han logrado ser corregidas. De esta forma, y espero equivocarme por el bien de todos, todo se silenciará gracias a un cierre de filas, y hasta la próxima, después de que diferentes analistas cercanos a la derecha en el poder escriban en sus columnas o hablen en las tertulias en las que participan, que la crisis ha servido para dejar constancia de la fortaleza del sistema de partidos, y por extensión, de nuestra democracia.

20.01.13

lunes, 22 de abril de 2013

Sobre el periodismo actual, un primer acercamiento



10.- Sobre el periodismo actual, un primer acercamiento

El periodismo está en crisis, en una profunda y devastadora crisis, que trae como consecuencia que la profesión de periodista se encuentre entre las más castigadas por el desempleo. Las causas son diversas, aunque casi siempre se subraya sólo una, la revolución tecnológica que está obligando a cerrar innumerables medios, al tiempo que mantiene a los restantes casi en la más absoluta indigencia. Lo anterior es cierto, pero también lo es, de que gracias a internet, el gran mal para la prensa tradicional, se han abierto innumerables portales, que se quiera o no, han conseguido aportar más pluralidad al tratamiento de las noticias al tiempo que ha hecho posible que más voces salgan a escena. Yo, desde la ignorancia casi absoluta sobre el tema, soy sólo y desde muy joven un devorador de periódicos y también alguien que constantemente trata de estar informado, casi siempre a través de la radio, de todo lo que a mi alrededor va aconteciendo, estoy convencido que el problema es otro, que las nuevas tecnologías lo que han hecho es darle la puntilla a un determinado tipo de periodismo, pero también lo estoy de que no se ha sabido utilizar el potencial indudable que éstas poseen.
El otro día me sorprendió, porque me lo comentó quien me vende diariamente la prensa, el escaso número de ejemplares de periódicos, y cada día que pasa son menos, que realmente se venden, pero sobre todo me llamó la atención el perfil del público que aún los compra, entre los que apenas hay jóvenes, lo que debería de encender todas las alarmas, pues el problema que padece la prensa, y el periodismo en general, puede que no se deba tanto a la crisis en sí, como al escaso interés del contenido de los medios, y lo poco se que se han adecuado éstos a las circunstancias en que hoy vivimos.
Parece que los medios, y no me refiero sólo a la prensa escrita, están empeñados en hacer el mismo producto que hace cincuenta años, cuando afortunadamente todo o casi todo ha cambiado, sin comprender que hoy por hoy, su función esencial no puede ser, como diría aquél, la de ejercer de “notarios de la realidad”, la de sólo contar lo que pasa, pues las noticias, todo lo que sucede, ya las conoce, y con todo lujo de detalles, el que cada mañana se acerca al kiosco a comprar su periódico, o el que se sienta a las nueve a ver el telediario “estrella” de su cadena favorita. No, el público ya no quiere que le repitan y le vuelvan a repetir las noticias más destacadas de cada jornada, porque lo que necesita es algo más, que no es otra cosa que se profundice en esas noticias y a ser posible por profesionales con fundamentos y con firma propia, lo que si se llega a cabo significaría una transformación radical, pero muy necesaria, de parte del periodismo que se práctica en la actualidad, lo que podría hacerlo de nuevo atractivo.
No cabe duda, que aunque se observan cambios importantes, la prensa tradicional, un poco por inercia y un mucho por cabezonería se resiste a morir, creándose una situación de confusión entre lo que fue y lo que sin duda será, lo que se observa con bastante claridad en el fenómeno de las tertulias televisivas o radiofónicas, en donde se puede comprender con claridad que existe un nuevo y un viejo periodismo.
Una de las cuestiones que más llaman la atención, sobre todo en los últimos tiempos, es la excesiva ideologización en la que han caído los medios, y por consiguiente los periodistas más destacados de éstos, o si se prefiere la partidización de los mismos, siendo los periodistas, en muchos casos, los que más han trabajado en la construcción de las barricadas que hoy singularizan a nuestra vida pública. Este hecho, completamente lamentable, ha contribuido, y mucho, al aumento del desprestigio del periodismo, no siendo casual por tanto, que la de periodista y la de político sean las profesiones peor valoradas por la opinión pública. Si se puede hablar, como desde estas páginas he hecho, de los políticos funcionarios, también se puede hablar de los periodistas funcionarios, aquellos que no son más que meros portavoces asalariados de la agenda temática del medio en el que trabajan, que al haber perdido su autonomía, se pliegan por completo, y de forma acrítica, lo que les impide ver la realidad con ojos claros, a los dictados del medio que les paga. Y esto, como ocurre en el caso de los políticos, se observa con demasiada claridad, por lo que su credibilidad se encuentra bajo mínimo.
Hay algo peor que ver y escuchar a un político defendiendo lo indefendible, y es leer y escuchar a un periodista tergiversando los hechos para que estos coincidan con su opinión o con la del medio en la que trabaja, pues mientras esa actitud en el primero es hasta comprensible, al entrar dentro de sus parámetros laborales, en el segundo, en el del periodista, resulta incomprensible y siempre rechazable al estar en contra de todos los principios sobre los que debe basarse su profesión.
Está claro que todo se puede observar desde diferentes perspectivas, que cada hecho, que cada acontecimiento tiene o puede tener muchas lecturas, y que cada visión que se posea y que se muestre dependerá del posicionamiento ideológico desde el que se observe, lo que ante todo es positivo, pues ello da fe de la pluralidad y de la complejidad de nuestras sociedades, pero otra cosa muy distinta es intentar que todo, que absolutamente todo cuadre con los posicionamientos ideológicos que se posean y que nada se salgan de los mismos.
El periodista, el buen periodista, de forma independiente y sin imposiciones de ningún tipo, ni endógenas ni exógenas, debe mostrar los hechos y dar su opinión sobre lo que ve y sobre lo que le llega, apoyándose en sus postulados, sean estos los que sean, sabiendo que sólo así, sin confundir y sin engañar a nadie, podrá mantener su reputación y el de la profesión a la que se debe.

22.12.12

lunes, 11 de marzo de 2013

Sobre Sevilla, y 2

9.- Sobre Sevilla, y 2

            Creo que la decisión tomada por La Caixa sobre la ubicación del Caixaforum es lógica, al menos desde el punto de  vista empresarial, pues carece de sentido gastar una ingente suma económica en la restauración y en la adecuación de un edificio, por mucho valor histórico que posea, que para colmo nunca podrá ser de su propiedad, teniendo otro a su disposición que aún no tiene un uso definido. A La Caixa nadie le puede exigir nada, salvo darle las gracias por haberse quedado con Cajasol, por ese infumable marrón que nadie sabía qué hacer con él, pero sobre todo, al menos desde el plano cultural, por proponerse traer a esta ciudad un proyecto de la envergadura del Caixaforum, por lo que las críticas que ahora se escuchan desde las altas instancias de la ciudad y de la comunidad, sólo caben observarlas como lo que realmente son, meros gestos de cara a la galería, sobre todo cuando se comprende, que no han hecho nada, absolutamente nada para evitar los desmanes que se han llevado a cabo desde las cajas de ahorros andaluzas, lo que ha dejado a la comunidad y a las diferentes ciudades que la componen, sin un importante instrumento financiero al servicio de sus intereses. Por lo tanto, ahora no es el momento de rasgarse las vestiduras, sino el de aceptar las condiciones que la entidad catalana ponga sobre la mesa, pues que un Caixaforum pueda abrir las puertas en una ciudad tan maltratada históricamente como la nuestra, siempre será un motivo de satisfacción, y eso a pesar de que el lugar ideado para el mismo no sea el que más nos satisfaga.
            Sí, seamos ante todo realistas, que se instale un Caixaforum en Sevilla es ante todo un regalo, otro regalo de los muchos que ha recibido esta ciudad en los últimos tiempos, lo que después de asumirlo debería comenzar a preocuparnos, pues no podemos seguir siendo por más  tiempo una ciudad subvencionada que vive de las limosnas y de los golpes de gracia de los demás, ya que por ese camino evidentemente no se podrá alcanzar el futuro que todos deseamos.
            Partiendo de la base, de la demoledora base de que la Torre Pelli va a ser un monumento a la pérdida de la autonomía financiera de la ciudad, algo de una trascendencia absoluta, sobre todo cuando estoy convencido que el futuro estará en las ciudades, más que en los estados o que en las regiones, hay que comenzar, en lugar de seguir soñando con impulsos exógenos que de vez en cuando nos puedan empujar hacia delante, a trabajar en comprender dónde nos encontramos y hacia dónde podríamos encaminarnos con las fuerzas reales que poseemos. Sevilla es una ciudad eminentemente de servicios, dotada de un importante patrimonio histórico y humano, en donde el reducido tejido industrial existente es ante todo residual, contando además con un gran potencial agrícola gracias  a las fértiles tierras que la circundan; una ciudad bastante castigada por el desempleo y con unos niveles educativos y culturales por los suelos. Con estos datos, y con otros más que creo laterales, son con los que hay que contar para comenzar a desarrollar un proyecto de futuro, un proyecto de ciudad sostenible y a la vez creíble.
            Ante tal situación como por la que se está atravesando, lo difícil es ser mínimamente optimista, pues no sólo los indicadores con los que se cuentan, sino todas las sensaciones que uno va acumulando día tras día, invitan, se quiera o no a la inquietud y al desasosiego, pues en principio no parecen que los problemas que anegan nuestra realidad, puedan tener solución ni siquiera a medio plazo. Parece que una negra y pesada tormenta se ha posicionado sobre nuestras cabezas, ante la que sólo se puede esperar, o rezar, para que no estalle con estrépito sobre nosotros. El problema del desempleo, por mucho que nos digan, no tiene fácil solución, al ser ante todo estructural, ya que no se puede esperar que un aluvión de inversiones y de nuevas industrias vengan para solventarlo. No, hay que ser realistas y comprender que no se pueden esperar recetas milagrosas, impostadas, que vengan desde fuera, sino que hay que encontrar las soluciones, en el caso de que se puedan encontrar, en lo poco o en lo mucho que se pueda poseer.
            Pero a pesar de todo, y aunque Sevilla nunca haya sido una ciudad industrial, se podría decir, con un poco de voluntarismo, que se encuentra bien situada en la nueva era posindustrial en la que ha entrado Occidente, y que sacando fuerzas de lo que realmente tiene, eliminando de  una vez por todas esa ilusiones vanas que siempre han empañado su presente, podría, si realmente sabe o sabemos conjugarlas, enfrentarse con dignidad y con cierta esperanza a su propio futuro.
            El gran potencial de esta ciudad indudablemente es el turismo, y todas las actividades adyacentes al mismo, en el que hay que centrarse para sacar el mayor valor añadido posible. Está claro que ya cuenta, pues nos ha sido legado, con un patrimonio histórico y artístico de envergadura, y con unas festividades que los sevillanos, por su carácter, saben subrayar incluso de forma excesiva, pero hay que seguir trabajando, sobre todo desde las Instituciones Públicas, para aumentar el atractivo de la ciudad, para que ésta, durante todo el año, y no sólo en fechas concretas, se convierta en un foco de atracción para  a un importante número de visitantes. Después del fracaso del proyecto de La Encarnación, el famoso Parasol Metropol, que pudo haber sido diseñado para ser un centro  cultural de altura, y que debido a la estrecha visión de nuestros gobernantes se quedó sólo en ser un centro de ocio más, hay que seguir apostando, por ejemplo, por ese centro cultural y expositivo de vanguardia, por un lugar singular en donde pudiera tener cabida, todo lo que de interés, en el marco de las artes, acontezca en el mundo, con la intención de que Sevilla ocupe un lugar destacado en los circuitos culturales y artísticos existentes.
            De todas formas se podría conjugar, sin que se perturben, el atractivo que indudablemente posee  “la Sevilla eterna”, que al parecer tanto gusta, con lo más innovador que acontezca en el mundo de las artes, lo que con seguridad atraería a muchos interesados de diferentes extracciones culturales, pero para ello, haría falta un estrategia seria, rigurosa, que tenga claro que el objetivo sea situar a Sevilla entre las grandes ciudades culturales europeas.
            Pero para un proyecto de tal calibre haría falta dinero, importantes inversiones, que hoy por hoy difícilmente se podrán conseguir, además de, paralelamente, apostar por elevar significativamente los niveles culturales de la ciudad. En este contexto, la llegada del Caixaforum debe ser bienvenida, pero tal hecho no puede hacer olvidar a las Atarazanas, que pueden ser el marco idóneo para hacer posible lo que más arriba he descrito, sin que se caiga en la tentación, como ya he escuchado, con objeto de darle utilidad, de convertirla en algo tan cateto como el gran museo de la ciudad.
            Una pena, y esto lo pagaremos a buen seguro, que ya no poseamos ni tan siquiera con una Caja de Ahorros propia al servicio de ciudadanía, que apueste financieramente, y de forma decidida, por un concepto diferente y necesario de ciudad, por una Sevilla, por una nueva Sevilla que dé un paso hacia un nuevo estadio de su existencia. Repito, una pena.

15.12.12

lunes, 18 de febrero de 2013

Sobre Sevilla, 1

8.- Sobre Sevilla, 1

Desde un principio me posicioné, en la ardua polémica que se produjo, a favor de la construcción de la Torre Pelli, sobre todo porque no quería estar al lado de los defensores de “la Sevilla eterna”, de los que estimaban que una edificación de tales características no conjugaba con los valores estéticos de de esta mariana ciudad. Pero desde que salió a la luz el proyecto las cosas han cambiado bastante, lo que pone en duda la justificación del mismo en sí, y también, y no me importa reconocerlo, mi juicio sobre la ubicación y la necesidad real de esa enorme torre de cristal, que ciertamente, poco tiene que ver con lo que es y con lo que tiene que ser esta ciudad, lo que a mi pesar me sitúa junto a los sectores más rancios de la misma. Pero intentaré ir por partes, porque el tema posee demasiados recovecos que resultan necesarios delimitar.
Por supuesto que una ciudad como Sevilla no puede anclarse en el pasado, y que incluso en lo estético, con la construcción de edificios modernos y funcionales, siempre y cuando lo exijan las circunstancias, debe estar a la altura de los tiempos, pero creo que esas nuevas construcciones no deben dañar, ni contaminar el paisaje consolidado de la ciudad, de una ciudad que precisamente vive del mismo, ya que el turismo, como todo el mundo sabe, es la gran, por no decir la única gran industria de la ciudad.
Mi opinión comenzó a cambiar el otro día, cuando caminando con una amiga por la calle Monsalves en dirección al Museo, me sorprendió que sobre la techumbre de éste, sobresaliera el engendro que están construyendo en la Cartuja, lo que conseguía romper de forma estrepitosa con una de las estampas más hermosas que posee la ciudad. Me quedé pasmado, pues no esperaba que el impacto visual fuera tan brutal y desafortunado, lo que me hizo comprender que la ubicación elegida no era la más acertada para un edificio de esas características, al estimar que si realmente hacía falta su construcción, existían otros lugares más apropiados en todos los sentidos, lo que también me hizo pensar, en la megalomanía, muy propia de los tiempos en que se ideó, de sus promotores.
El promotor del edificio, que de forma aislada hay reconocer que es una maravilla, fue la Caja de ahorros de la ciudad, Cajasol, entidad que hoy por hoy, debido al desastre financiero en el que se ha visto sumida, ya no existe, al haber sido absorbida por La Caixa, al parecer momentos antes de que la quiebra, motivada en gran parte por sus desmanes inmobiliarios, llamara a su puerta. No sé bien, aunque creo que nadie lo sabe con seguridad, cuáles fueron los motivos que empujaron a la entidad financiera a embarcarse en un proyecto de tales características, pues si algo sobran en Sevilla son edificios de oficinas, encontrándose muchos de los cuales en la actualidad desocupados debido a la escasa actividad económica existente, y máxime cuando la propia Cajasol posee en la ciudad múltiples inmuebles emblemáticos, algunos de ellos completamente infrautilizados. Parece que se trata de otro de los múltiples desaciertos que han singularizado en los últimos tiempos a las actuaciones de las Cajas de ahorros, y no sólo a Cajasol, y que el objetivo no era otro que el de llevar a cabo un proyecto faraónico sin sentido dadas las circunstancias, un proyecto de desmesurado coste, que ahora no tendrá más remedio que digerirlo La Caixa, sobre todo si se tiene en cuenta, que mientras que se siguen levantando plantas y más plantas, se está llevando a cabo una importante reestructuración de su plantilla y el cierre de múltiples oficinas de la entidad, en fin, que todo parece indicar, que se trata de un desatino más, realizado por unos gestores, que como se ha demostrado, nunca han tenido los pies en la tierra.
Bien, como decía, La Caixa se ha encontrado con un enorme edificio sin terminar, cuya única decisión ente el mismo, no ha podido ser otra que la de finalizar su construcción, aunque aún no esté claro la función que pueda darle, ni tampoco, por supuesto, la rentabilidad que podrá encontrar en el mismo. Pero posiblemente pensado en esto, en la función y en la rentabilidad, la entidad financiera catalana ha dado un paso, creo que importante, y hasta cierto punto lógico dadas las circunstancias, que nos ha llenado de estupor a los que estábamos ilusionados con la inminente instalación de un Caixaforum en las Reales Atarazanas. Sí, la noticia saltó a la prensa hace una semana, La Caixa no reniega del proyecto, que tal y como están las cosas no es poco, pero descarta, al menos de momento, ubicarlo en las Atarazanas para instalarlo en el complejo de la Torre Pelli.
No pasa nada, dirán algunos, ya que lo importante es que el Caixaforum se instale en la capital de Andalucía, y no por ejemplo, como llegó a insinuarse, en Málaga, pero sí pasa, y mucho, sobre todo, porque ese proyecto hubiera podido darle valor a un edificio histórico, las Atarazanas, que en su día fueron los astilleros de la ciudad, que por sí sólo hubiera podido potenciar culturalmente al centro histórico de Sevilla, convirtiéndolo en un foco de atracción, gracias a ese edificio semiabandonado que desde hace años reclama, y a voz en grito, su rehabilitación.

14.12.12

miércoles, 23 de enero de 2013

Son necesarias ideas innovadoras

7.- Son necesarias estrategias innovadoras

La dureza de la crisis que estamos padeciendo nos tiene que obligar, a todos, a realizar un esfuerzo, que no puede consistir sólo en implementar y en soportar reformas y recortes, ya que lo importante, después de analizar y comprender dónde nos encontramos, y de al menos intuir hacia dónde podemos dirigirnos, es intentar articular estrategias tendentes a configurar un nuevo tipo de sociedad más acorde con los tiempos que nos han tocado en suerte. Son unos tiempos que observamos como nefastos, como corresponde a todo tramo final de una etapa, que nos deben empujar a que se lleve a cabo ese salto cualitativo por el que desde hace tiempo se viene suspirando, el que nos desplace de una vez por todas, y de verdad, de la sociedad industrial agonizante en la que vivimos, a la posindustrial. Se quiera o no, hemos estado viviendo en una época agonizante, o en todo caso en un periodo histórico fronterizo, en el que nos hemos dedicado a tirar los últimos cohetes que aún nos quedaban intactos, en un periodo al que no se podrá volver, ante el que toda nostalgia no significará más que intentar esconder la cabeza debajo del ala, en suma mera cobardía, pues en realidad lo que hay que hacer, aunque nos cueste trabajo sólo intentarlo, es mirar hacia adelante con objeto de buscar salidas imaginativas, pero sobre todo certeras, que nos empujen a abandonar el lugar en donde nos encontramos encallados, lo que sin duda no va a resultar fácil.
Sí, estamos encallados, pues ante la profunda recesión que estamos atravesando, que para muchos ya es una depresión en toda regla, se buscan recetas antiguas tendentes a recobrar un tiempo pasado que no volverá. Se habla de que hay que reducir los costes, que es necesario aumentar los ingresos con objeto de hacer nuestras economías más competitivas y rentables, de redimensionar la Administración, todo con la sana intención de que las aguas vuelvan a su cauce, aunque todos sabemos, o intuimos, que el mayor de los problemas, el del desempleo, al ser estructural, es imposible que pueda atajarse, pues en la actualidad ya no hacen falta tantos trabajadores en activo para mantener los niveles de producción que se necesitan. Pero en contrapartida, también se sabe, que sin unos niveles de empleo aceptables, es imposible mantener unos índices de consumo que puedan mantener al sistema, un sistema que se basa precisamente en eso, en el consumo. Los ingenieros y los teóricos sociales lo tienen difícil, aunque muchos de ellos comienzan a estar convencidos que resulta necesario reformas estructurales innovadoras que difícilmente podrán ser aceptadas en un principio, pero que sí pueden configurar el germen de un nuevo sistema de convivencia. No obstante, resulta extraño, que el poder real, de forma suicida, siga empeñado en publicitar que las fórmulas emanadas desde los cenáculos del liberalismo radical, son las únicas que nos podrán sacar del atolladero, cuando con seguridad saben, que si se llegan a implementar algún día, el conflicto social sería un hecho, siendo sus valedores los que más perderían si tal circunstancia se produjera.
De forma constante y reiterativa se nos viene indicando, y desde hace bastantes años, que al vivir en un mundo globalizado, tal como parece que ocurre en estos momentos, ya todos somos iguales, o de que vamos camino de serlo, y de esta gran mentira puede que provenga el gran error, ya que nuestras sociedades occidentales, no tienen nada que ver, por ejemplo, con la de los llamados países emergentes, que parece que ahora entran, muy orgullosos todos ellos, en la era industrial, mientras que nosotros, un poco aturdidos, hace tiempo que salimos de la misma sin haber encontrado aún el nuevo lugar que nos corresponde. La gran industria ya no tiene sentido, a no ser que se trate de una industria muy especializada, y no por mucho tiempo en los países industrializados y desarrollados de la Europa occidental, que a estas alturas no pueden competir en costes, en costes de mano de obra y de estructuras sociales, con esos otros países que poco a poco están saliendo del subdesarrollo, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que la única salida existente tenga que ser la de bajar nuestros niveles de vida, lo que a todas luces resultaría inviable, ya que tal hecho supondría un retroceso histórico sin sentido. El mundo, aunque hay que reconocer que eso sería lo ideal, nunca podrá ser homogéneo, pues siempre han existido y existirán desfases de desarrollo, por lo que en todo momento presentará importantes asimetrías, que aunque se quieran no podrán ser erradicadas.
No cabe duda que la salida fácil es esa, la de aplicar el proceso de “inflación interna”, que no es otra cosa que intentar rebajar los ingresos de la población, con objeto de que los precios de los productos y de los servicios sean más competitivos, pero tal estrategia no dejaría de ser más que un apaño, que apartaría a un lado, por temor a tocarlo, el problema de fondo, que no es otro que el de buscar una nueva función, o una nueva tarea para nuestras sociedades, que no puede ser la de competir con esas otras economías que posiblemente aún no haga las cosas mejor, pero sí más baratas.
Sí, hay que reconocer que nos encontramos ante una nueva etapa, y que a esta nueva etapa hay que llenarla de contenido, de unos nuevos contenidos capaces de aportar un valor añadido que al menos pueda mantener los actuales índices de calidad de vida y de desarrollo, además de consensuar unas nuevas estructuras administrativas, ecuánimes y sensatas, que mediante la redistribución y el control, imposibiliten volver, como muchos desean, a la ley de la selva.
Para ello, en una primera aproximación, estoy convencido que en lugar de bajar drásticamente el nivel de vida y la capacidad adquisitiva de las denominadas sociedades desarrolladas, hay que hacer precisamente lo contrario, potenciarlos, pues ya que la competencia va a resultar imposible, en todo lo referente a los productos manufacturados, es conveniente potenciar su evolución hacia un nuevo plano histórico, el posindustrial, en donde la calidad será el único marchamo identificativo, como puede ser el turismo, la investigación de alto nivel, la cultura, la agricultura ecológica, etc., actividades en la que estas sociedades pueden encontrar la función y la tarea histórica de la que ahora carecen, lo que paralelamente tiene que traer de la mano un cambio de paradigma ideológico, que subraye la excelencia, la calidad frente a la cantidad.

martes, 15 de enero de 2013

Sobre un artículo de César Molinas

6.- Sobre un artículo de César Molinas

Las credibilidad de la clase política española, y esto a nadie con “dos dedos de luces” le puede extrañar, se encuentra hoy por los suelos, siendo para muchos una de las diferentes variables que han provocado, o que han ayudado a generar la crisis que la sociedad española está padeciendo, crisis que se va a llevar por delante, en poco tiempo, la mayor parte de las conquistas sociales conseguidas en las últimas décadas. Los políticos dicen que no, que el origen de la crisis es exógeno, que estamos padeciendo los efectos de un desmesurado tsunami a consecuencia de un movimiento sísmico acaecido lejos de nuestras costas, admitiendo sólo el hecho de no haber detectado a tiempo las consecuencias que ese fenómeno iba a provocar, lo que les impidió afrontar con las medidas adecuadas, y en el momento oportuno, las secuelas del mismo. Pero parece que esa no es la cuestión, pues las acusaciones que hacia ellos se dirigen, lo que subrayan, es que ese devastador tsunami, lo que sencillamente ha hecho, es dejar al descubierto las carencias y la fragilidad de la estructura económica del país, en donde la denominada clase política si tiene responsabilidades, y muchas.
Se ha hablado y se seguirá hablando de su responsabilidad en, y ante la crisis, de la incapacidad que han demostrado para predecirla y para encararla, lo que para no pocos se debe a la deficiente cualificación de los propios políticos, de los políticos en general, para afrontar cuestiones de envergadura, acostumbrados como han estado, durante demasiado tiempo, a ejercer sus tareas con el viento a favor, pero sobre todo, por no haber sabido prever, que la nave que habían diseñado y fabricado, y de la que en buena medida se habían apoderado, iba a ser incapaz de soportar la más mínima marejada.
Para colmo la mayoría de los políticos “realmente existentes” son políticos funcionarios, sin voz propia, que se limitan a interpretar el papel que les asigna el Partido que les paga y al que pertenecen, sin que en ningún momento se salgan del guión que se les prepara, lo que no ayuda mucho, a favorecer la credibilidad de los mismos, llegando muchos a la conclusión, de que si todos dicen lo mismo, no hace falta que existan tantos, en donde hay que insertar el estado de opinión, cada día más generalizado, que afirma que hay que reducir el número de nuestros representantes. En lo anterior se encuentra uno de los graves problemas de nuestro sistema democrático, que se ha convertido en una partidocracia, en un sistema político gestionado por unos grandes partidos-empresas, que han monopolizado todo el escenario público, y colonizado territorios que en teoría debería corresponder a la sociedad civil, esenciales algunos de los cuales para el control de la actividad que llevan a cabo los propios políticos.
En este contexto de crisis de la política, o mejor dicho de los políticos, me he encontrado con un incendiario artículo de César Molinas, “Una teoría de la clase política”, en donde el autor acusa directamente a ésta, como tal, de ser la causante de la recesión económica que está padeciendo nuestro país, al haber creado las condiciones necesarias para que arraigara de la forma en que lo está haciendo, a diferencia de lo que está acaeciendo en otros países de nuestro entorno más inmediato. Siguiendo con el ejemplo esgrimido con anterioridad, el tsunami ha sido terrible, global, haciendo temblar a todas las economías del mundo occidental, pero en España, que hasta hace poco se enorgullecía del salto cualitativo que había en pocos años realizado, amenaza con convertirse en depresión generalizada, al haber arrasado con todo, dejando en evidencia nuestra realidad.
Para el autor del artículo, la clase política desde que se constituye como tal, sólo mira por sus intereses, que no siempre son los mismos que los intereses del país, de suerte, que el sistema productico que se ha potenciado en España, y no por casualidad, es el que beneficia directamente a los diferentes partidos-empresas, pero no, en ningún caso, el que necesitaba la economía de este país, pues en lugar de diseñarse un sistema sostenible y rentable a largo plazo, se optó por otro con rendimientos a corto pero inviable en el tiempo, como el que se sustentaba en la construcción, ya sea de viviendas o de infraestructuras. Para César Molinas, la clase política ante todo es extractiva, lo que quiere decir, que trata por todos los medios de conseguir rendimientos económicos para soportar las estructuras propias que ha creado, que cada día son más pesadas, y saca ese rendimiento de la propia sociedad, lo que la convierte en parasitaria de la misma. En lugar de un instrumento que con eficacia sirva a la ciudadanía, los partidos-empresas, sigue diciendo César Molinas, ante todo miran por su propio beneficio, lo que los aleja de la propia sociedad, pues resulta inaceptable, que el Partido Popular, por ejemplo, tenga que abonar veintitantos millones anuales de euros sólo en nóminas, cantidad que evidentemente sale, de una forma o de otra, de la propia sociedad a la que tiene y que dice servir. No parece fácil poder encontrar otra empresa, que tenga esos gastos estructurales sin producción y sin beneficio alguno, lo que demuestra a las claras, el despropósito al que se ha llegado.
Desde la óptica anterior, si se observan a los diferentes políticos, todos ellos profesionales de la política, que pululan por los medios de comunicación, ya sea interviniendo en tertulias o dando discursos, con facilidad dan la impresión de que en el fondo no son más agentes comerciales, de importantes empresas todos ellos, que lo que intentan es “vendernos la moto”, intentando, por supuesto, que no veamos los defectos de la que nos presentan, pero al mismo tiempo destacando los problemas de fabricación, al parecer evidente, de la que nos ofrece su competidor, actitud que ha llegado a cansar a una ciudadanía cada día más castigada, que observa cómo sus condiciones de vida, que creía garantizadas, empeoran por momentos.
El articulista también afirma, que en estos momentos difíciles, en los que hay que tomar decisiones importantes pero imprescindibles, la clase política se presenta como un obstáculo, confundiendo “reformas con ajustes”, limitándose sólo a ejercitar los segundos, a pesar de saber, que si no se realizan las reformas necesarias, todos los esfuerzos que se lleven a cabo resultarán vanos. Según él, esa actitud se debe a que gran parte de las reformas que hay que emprender, irían en detrimento de los propios partidos políticos, como por ejemplo la imprescindible reestructuración de las administraciones, lo que dejaría, si se realizara, a una gran cantidad de políticos en la calle, además de significar una merma efectiva de su poder real en la sociedad, por lo que prefieren esperar a “que escampe”, o lo que es lo mismo, a que una nueva coyuntura económica favorable devuelvan las aguas a su cauce.
Lo que dice César Molinas se acerca mucho a la realidad, pues la anunciada y siempre esperada reforma de la Administración, repleta de duplicidades y disfunciones, sólo se ha traducido en un alarmante goteo de despidos de interinos, que contablemente apenas representa nada, salvo aparentar que algo se está haciendo en las entidades públicas para reducir el coste de las mismas, es decir, para intentar vendernos el famoso “chocolate del loro”. Sí, porque lo que parece evidente, es que la clase política es el único sector social que no está sufriendo la crisis, lo que tampoco está bien visto por unos electores, que hacen lo posible para sortear las dificultades con las que cada día se encuentran.
La solución al tema que se plantea, según el autor, es la modificación del sistema electoral, pasar del sistema proporcional que ahora padecemos por otro mayoritario, con objeto de que los diferentes políticos, en lugar de rendir cuentas ante las cúpulas de sus partidos lo hagan directamente ante la ciudadanía que los votan, lo que les obligaría a mantener una actitud radicalmente diferente si en realidad desean mantener su puesto público. La opción elegida por el autor es una de las existentes, aunque estoy convencido de que no resultará fácil y que no podrá ser la única, ya que la ética y la estética del funcionario está bastante arraigada en nuestros políticos, pero de lo que sí estoy seguro, es de que hay que articular estrategias que acaben con eso que se denomina “la clase política”, y contra las mastodónticos centros de poder que hoy por hoy representan los partidos, que son los que han conseguido estrangular el prestigio de la política, lo que será complicado por el tremendo poder que acumulan en la actualidad, pero socialmente no se puede permitir, que hayan conseguido raptar a la política, y mostrar sólo a un sucedáneo de la misma, sin ningún valor, para la ciudadanía.

06.11.12