14.-
Sobre la sociedad y las instituciones
Se
puede decir ya con toda seguridad, de forma independiente a los
factores externos que han generado la crisis económica que hoy
padecemos, que los controles democráticos, que se articularon en
torno a las instituciones existentes, ideados para salvaguardar al
sistema, han fallado de forma estrepitosa, lo que ha hecho posible
que los efectos de la misma, que hubieran podido controlarse con
relativa facilidad si todo hubiera funcionado correctamente, se hayan
multiplicado de forma exponencial hasta llegar a poner en peligro al
propio sistema democrático, por no hablar ya de la sociedad a la que
éste ampara. Sí, todo hubiera podido quedar bajo control en un
tiempo razonable y con unos costes asumibles, pero las primeras
oleadas de la crisis dejaron al descubierto que gran parte de los
cortafuegos construidos se encontraban dañados, o lo que es lo
mismo, que no estaban funcionado correctamente, lo que ha permitido
que los destrozos sean muy superiores a los imaginados incluso por
los analistas más pesimistas. Por ello, ahora esta sociedad tiene
que enfrentarse a dos problemas, a las consecuencias directas de la
crisis, como el elevado número de desempleados que a causa de ella
han quedado en la cuneta, y la institucional, que se quiera o no, va
a tener que obligar a que se tenga que realizar una profunda
reflexión sobre la función que debe realizar cada institución,
además, y esto es extremadamente importante, de la forma en que cada
una de ella se tiene que gobernar, pues el problema que ha ocurrido
es que dichas instituciones no han sido gestionadas adecuadamente.
En
principio las culpas recaen, todas, en la clase política de este
país, que sin problemas de consciencia, se ha dedicado a colonizar
en beneficio propio, y de forma depredatoria, todas y cada una de las
instituciones que ha ido encontrado a su paso, actitud que ha
conseguido esterilizar dichas instituciones para las diferentes
funciones que tenían que desempeñar, lo que ha impedido que
saltaran las alarmas en el momento en que tuvieron que saltar. Ante
este hecho, fehaciente y sobradamente acreditado, algunos echamos de
menos la existencia de una sociedad civil potente, capacitada gracias
a su militancia y a su compromiso para controlar a esa clase política
en dos frentes, el de obligarla a cumplir con sus deber, y en el de
supervisar que no se dedique a ocupar espacios sociales que no le
corresponden, como aquellos ideados para verificar las actuaciones de
la propia clase política. Pero esa sociedad civil desde hace tiempo
se encuentra neutralizada, desactivada, retirada a sus ámbitos
privados, sin interés alguno por asomarse a la plaza pública, y de
este hecho, todo hay que decirlo, tiene la culpa la propia clase
política, que en lugar de llevar a cabo una pedagogía tendente a
politizar la sociedad, se ha dedicado de forma sistemática a hacer
todo lo contrario, con objeto de que la política quedara sólo en
sus manos, alejando a la sociedad de la misma.
Soy
de los que opinan que parte de lo ocurrido, se debe a la desafección
de la ciudadanía hacia la política, y no me refiero a la política
partidista, que ha dejado las manos libres a los partidos y a sus
funcionarios para hacerse cargo de todos los puestos de mando de
nuestras sociedades, sin que se comprendiera, que los partidos, en
primer lugar siempre tienden a mirar por sus intereses, dejando para
un segundo lugar, o para un tercero, todas aquellas cuestiones por
las que dicen trabajar. El paisaje después de la batalla resulta
demoledor, dejando al descubierto cómo la instrumentalización de
las instituciones, por parte de los diferentes partidos, para lo
único que ha servido ha sido para debilitar al sistema, sin que ello
haya supuesto la quiebra de dichas formaciones, que siguen gobernando
como si nada, como si absolutamente nada hubiera ocurrido. Estoy
completamente convencido que gran parte de lo que estamos padeciendo,
como la quiebra real de parte del sistema financiero y el excesivo
endeudamiento familiar, se debe precisamente a la dejadez mostrada
por los organismos de control, en este caso el Banco de España, que
de forma criminal prefirió mirar hacia otro lado, en lugar de
alertar sobre lo que estaba ocurriendo. Por ello, como se ha
demostrado, dejar la política sólo en manos de los políticos es
una estrategia suicida, pues los representantes políticos que
controlan las diferentes instituciones tienen que ser controlados, y
en corto, por la propia sociedad civil, lo que tiene que obligar a
ésta a tener que realizar un esfuerzo que en la mayoría de las
ocasiones no está dispuesta a realizar.
Evidentemente,
como dice Ruíz Soroa, no contamos en España con reservas de
ciudadanía para que pueda realizarse ese control de los partidos y
de sus aparatos, pero hasta que esto no ocurra, y esto hay que
tenerlo presente, todo el poder quedará en manos de esos mismos
partidos, ya que entre ellos ocultarán lo que tengan que ocultar y
dejarán al descubierto sólo aquello que deseen enseñar. La
aspiración de Ruíz Soroa de una democracia sin ciudadanía, de un
sistema democrático sólo sustentado por la vigilancia que se
realicen entre sí las diferentes instituciones se precipita hacia el
idealismo más absoluto, pues mientras el escenario público esté
controlado por los partidos políticos, esas instituciones cerraran
los ojos ante todo lo que ocurra que no les convenga a quienes las
controlan.
La
regeneración democrática que tanto se necesita y que tanto se
proclama, o se realiza desde un compromiso social a gran escala, en
donde la movilización social sea una realidad, o sólo se quedará
en una estrategia de cara a la galería diseñada por aquellos que
aspiran, a pesar de sus tremendos errores, a seguir manteniéndose en
el poder.
17.05.15
No hay comentarios:
Publicar un comentario