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Anotaciones sobre el cierre de la Televisión Pública griega, y 2
A
pesar de que pueda parecer un contrasentido, no tengo ningún
inconveniente en afirmar, después de decir que no pasaría
absolutamente nada si desaparecieran del mapa audiovisual, o si se
cerraran tal y como ha ocurrido en Grecia las diferentes televisiones
públicas, que socialmente resultan necesario su existencia, pero eso
sí, con un formato y con unos contenidos radicalmente diferentes de
los que hoy en día poseen. Unas televisiones públicas que aspiren a
algo más que a entretener, desde la banalidad, a una audiencia que
se conforma, de forma acrítica y sin pedir nunca demasiado, con la
programación con la que se encuentran, con una programación
intercambiable, porque es similar, con la que ofrecen las restantes
televisiones generalistas privadas. Sí, estoy convencido que es
necesario la existencia de una Televisión Pública, que en lugar de
dedicarse a competir con las privadas tenga una función diferente,
la del servicio público, la de sin caer en el aburrimiento, aborde
aquellos otros temas, que en principio, carecerían de la audiencia
necesaria para que se interesen por ellos las otras emisoras, que
evidentemente tienen siempre que estar pendientes de sus cuentas de
resultados, y por tanto, del número de espectadores que cada día
sintonicen su programación. Parece evidente que la lucha por la
audiencia, despiadada siempre, ha dejado demasiados huecos sin
cubrir, lo que convierte a la pluralidad real existente, esa de la
que tanto se enorgullecen nuestros políticos, en una pluralidad
disfuncional, en la que, a pesar del amplio abanico de posibilidades
que teóricamente se ofrece, al final sólo se puede elegir lo mismo,
aunque el pelaje de la apariencia trate de ocultar la realidad.
Pero
no se trata sólo de ocupar los amplios y cada día más escandalosos
huecos que van dejando sin atender los diferentes medios de
comunicación, al no interesarse por ellos debido a su escasa
rentabilidad, sino llevar a cabo una pedagogía que intente inocular
una serie de valores sociales, o comunitarios, al tiempo que
compensar los desequilibrios, por no decir los estragos, que las
implacables dinámicas del mercado están provocando. El Estado tiene
la obligación, a la par que proteger a la iniciativa privada, de
tratar de evitar, mediante diferentes acciones, que esa iniciativa
privada, siempre pendiente de sus legítimos intereses, provoque
acusadas asimetrías que puedan afectar al correcto funcionamiento de
“la nave social”. La Televisión Pública, dado su innegable
poder, puede convertirse en el instrumento adecuado para que desde el
Estado, se puedan introducir los correctivos necesarios, para que por
ejemplo, todo aquello que no sea en principio rentable
económicamente, o que pueda resultar poco rentable, siga teniendo un
protagonismo, o para potenciar mediante una programación adecuada,
valores y contenidos esenciales para la propia salud democrática,
como la actitud crítica, que poco a poco va quedando difuminada,
domesticada y menguada debido a la criminal, sí, a la criminal
estandarización cultural que desde hace tiempo venimos padeciendo.
Aunque
sólo sea por lo anterior, la necesidad de una Televisión Pública
solvente, independiente e intervencionista resulta evidente, pues el
protagonismo desmesurado que muestran determinados actores públicos,
que no se cansan de demostrar su inmenso poder, sobre todo aquellos
vinculados a los intereses espureos del capital, están configurando
un nuevo tipo de sociedad en la que se están imponiendo una serie de
valores, gracias a los cuales, amplios sectores de la misma, están
quedando apartados de los centros de poder, convirtiéndose en meros
oyentes o en simples espectadores de lo que ocurre a su alrededor. La
apolitización y la “monoculturalización” extrema que se está
implantando, debido al discurso hegemónico que afirma que sólo
existe una forma de entender lo social, y que es el grave problema
al que nuestras sociedades avanzadas se enfrentan, sólo puede ser
contestado desde la diversidad real, desde los arraigados y
trabajados fundamentos sobre los que tienen que apoyarse las
diferentes opciones existentes, que tienen que ser favorecidas desde
un poder público que controle con objetividad las normas del juego
democrático, que en muchas ocasiones, para evitar que queden
neutralizadas, debe pasar por favorecer a aquellas opciones
minoritarias que cuentan con escaso margen de maniobra.
En
este escenario, con objeto de evitar el predominio absoluto de
opciones ideológicas concretas, o lo que es lo mismo de determinadas
opciones culturales que aspiren a controlar de forma omnímoda todo
el entramado social, tiene un papel esencial “lo público”, que,
por ejemplo, desde los medios de comunicación que controle, en un
momento histórico en el que la comunicación es esencial, se dedique
a “distribuir el juego”, con la intención de intentar evitar que
se atrofie definitivamente el cuerpo social que soporta y hace
creíble al propio sistema democrático.
Dicho
lo cual sólo me queda por decir, que las televisiones públicas
actuales, tal y como están concebidas, carecen de sentido ya que
están controladas, al ser entendidas como vectores estratégicos por
los poderes dominantes, pero también, que la existencia de dichos
medios públicos si están controlados democráticamente, son
esenciales, si a lo que aspiran es a mantener y a sostener unas
sociedades libres, plurales y por supuesto democráticas.
23.06.13
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