12.-
Sobre
la monarquía
No
deja de llamarme la atención la excesiva repercusión mediática que
está provocando la imputación de la Infanta Cristina por “el caso
Nóos”, pues a pesar de que todos intuíamos lo que podía pasar,
o de lo que con seguridad tendría que pasar, ya que su actitud en el
mismo en ningún momento ha sido de recibo, me ha sorprendido
encontrarme con un tsunami de tal envergadura. Posiblemente se ha
debido, al hecho de que hasta hace poco, la Casa Real era intocable
en este país, manteniéndose al margen del escrutinio de los medios
de comunicación, que son los que han levantado la liebre del mal
hacer de algunos miembros de tal real familia. Lo que ha pasado tenía
que pasar, pues al verse visto salvaguardados, se habían creído que
podían hacer de su “capa un sayo”, y que en consecuencia se
encontraban “más allá del bien y del mal”, incurriendo en
liberalidades que estimaban que jamás se les tendría en cuenta. Ni
que decir tiene que la culpa es de ellos, pero también, y esto hay
que subrayarlo, del escaso control democrático que ha existido, como
ha ocurrido en tantas otras cuestiones que nos han conducido a la
difícil situación en la que en estos momentos nos encontramos. Lo
mismo, o más de lo mismo ha ocurrido con los partidos políticos,
con esas mastodónticas estructuras, que como grandes sabandijas, se
han adherido a nuestro cuerpo social apoderándose de parte de su
vitalidad. Si algo parece claro a estas alturas, es que la hasta hace
poco modélica Transición Política a la Democracia ha sido un
fracaso, pues apoyándose en la idea, en principio comprensible, de
fortalecer a unas instituciones muy débiles, se crearon los
instrumentos necesarios, para que una parte esencial del sistema,
como la propia Corona o los Partidos Políticos quedaran en buena
medida al margen de la fiscalización democrática, y claro, “de
aquéllos polvos, estos lodos”.
Aunque
se está dando una gran cobertura al tema de la Casa Real, no creo
que la importancia de lo que ha ocurrido en la misma, o desde la
misma, sea para tanto, entre otras razones porque la trascendencia de
los actos de la Corona es muy relativa, aunque evidentemente puede
provocar cierto y comprensible morbo, o ser utilizado el tema para
canalizar hacia él parte del descontento existente. Es posible, por
tanto, que los problemas por los que está pasando la institución
monárquica se estén instrumentalizando para ocultar o aparta de la
primera línea de fuego otros problemas que sí tienen una
importancia radical, como la cuestión de la incapacidad y de la
rapacidad de la clase política de este bendito país, que sin duda,
es la causante de la mayor parte de los problemas que nos están
embargando.
Desde
mi punto de vista, a nuestra clase política hay que acusarla en
primer lugar de la escasa labor pedagógica que ha realizado, tanto
en lo referente a la creación de una cultura democrática, como a la
articulación de una sociedad que se asentara sobre valores cívicos,
críticos y sostenibles, posiblemente porque así evitarían en el
tiempo un control exhaustivo sobre ella, y potenciar por el contrario
una sociedad dependiente y anémica, exactamente aquello que le
interesaba a los poderes antiguamente llamados fácticos que son los
que desde un primer momento han controlado a esa clase política. En
fin, un despropósito.
La
denominada clase política, desde hace un tiempo en jaque por los
medios de comunicación y por la judicatura, parece que ha
encontrado, de forma momentánea, un tema que le sustituya en la
cabecera de la crónica de sucesos de los medios, ocultando que gran
parte de los odios y de la críticas que hoy en día se dirigen a la
Monarquía, tienen su origen en la dejación ejercida voluntariamente
por la propia clase política, y olvidando, que al abrir las puertas
de lo que hasta hace poco era una institución hermética, se está
dejando que se ataque, cada día que pasa con una munición de mayor
calibre, y creo que irresponsablemente, al teórico centro
institucional del sistema. Son ya pocos los que dudan, al menos en su
fuero interno, que el modelo elegido para llevar a cabo la Transición
Política si no ha supuesto un fracaso absoluto, sí tenía una fecha
de caducidad que no se ha respetado, lo que ha provocado que a las
primeras de cambio, en el momento en que la coyuntura se ha vuelto
adversa, todo haya estallado por los aires, pues las zonas de sombras
que propició como necesarias, apoyadas por la insensata
despolitización impuesta a la sociedad, ha provocado focos de
corrupción inaceptables en un país moderno, como muchos creíamos
que era España hasta hace poco.
Cuando
digo que se está dejando que se ataque de forma irresponsable a la
institución monárquica, evidentemente no quiero decir que la clase
política tenga que neutralizar las críticas que con razón se están
realizando, sino por el contrario, que tiene la obligación de
liderar esas críticas con objeto de fortalecer a dicha institución,
para impedir que la Corona, a la que tanto alaban en público pero a
la que tan poco se respeta, se desmorone como lo está haciendo, sólo
para que gracias a ella se pueda desviar, repito que
irresponsablemente, las fuertes críticas que la propia clase
política está recibiendo desde hace algún tiempo. El problema, o
la cuestión, es que en un país tan extraño como España, pocos
comprenden, y lo digo desde mi republicanismo, el poder moderador,
estabilizador, pero sobre todo vertebrador que puede llevar a cabo
una monarquía moderna que se asiente sobre el respeto a la norma y
sobre la transparencia que exige todo sistema democrático. Sí,
parece que en este país todos hemos tomado a la monarquía como algo
meramente anecdótico, como una especie de exótica guinda impuesta,
cuya única finalidad, es la de ejercer las funciones de relaciones
públicas para la ahora tan renombrada “Marca España”, sin que
casi nadie comprenda que existen otras tareas más importantes, de
consumo interno, que tiene la obligación de ejercer.
Hoy,
cuando todo se desmorona, cuando la quiebra de los partidos políticos
y de la política parece evidente, cuando la propia integridad del
país se pone en duda, se echa en falta un centro neurálgico
creíble, que en momentos como los actuales, en donde nada parece
dotado de la estabilidad suficiente, sirva de contrapeso al
movimiento que estamos observando y padeciendo de “sálvese quien
pueda”, en el que cada particularismo se apoya en el que encuentra
a su lado para no hundirse sólo. Pues bien, ese centro
estabilizador, creíble y al mismo tiempo dotado de la estabilidad
institucional basada precisamente en intentar conjugar a todos esos
particularismos existentes, a toda la pluralidad que debe coexistir
en toda sociedad moderna, en España debería de ser la Monarquía, o
al menos para esa finalidad fue ideada, pero que también hubiera
podido ser, si se hubiera optado por ello, la presidencia de una
república. Una Monarquía que también, en estos momentos parece
hacer agua por todas partes, careciendo debido a sus escándalos
internos de margen de maniobra, y a ante la que nadie parece estar
interesado por hacer nada que pueda evitar su hundimiento
definitivo. Y el problema, aunque sólo sea para que quede algo
sólido, es que hace falta algo creíble que al menos nos haga
comprender que no todo es naufragio. En Italia, cuyo modelo político
siempre se ha intentado evitar, la quiebra del sistema de partidos se
contrarresta con la existencia de un Presidente de la República
creíble y hasta cierto punto respetado, que en estos momentos es
Napolitano, cuya sola existencia en el caos institucional existente,
aporta cierta estabilidad. Por el contrario, aquí, ni la política,
ni la monarquía, ni las empresas ni los sindicatos, consiguen
aportar algo tan básico para un país como es la credibilidad o la
estabilidad institucional.
Evidentemente
no he querido realizar una defensa de la Monarquía, pues sus
representantes parecen que desde hace años han estado viviendo en
otro mundo, y cuyos errores de bulto, que en el fondo no son tan
excesivos como a veces se nos presentan, tendrán que dirimir ante
los tribunales de justicia o ante la opinión pública, ya que de lo
que he tratado de hablar, es de que también lo que ha debido
mantenerse estable se ha desmoronado, y que pocos son los interesados
en que recobre su solidez cuando ellos mismos también se están
hundiendo. La catarsis cada día parece más necesaria.
05.04.13
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