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Sobre un artículo de César Molinas
Las
credibilidad de la clase política española, y esto a nadie con “dos
dedos de luces” le puede extrañar, se encuentra hoy por los
suelos, siendo para muchos una de las diferentes variables que han
provocado, o que han ayudado a generar la crisis que la sociedad
española está padeciendo, crisis que se va a llevar por delante, en
poco tiempo, la mayor parte de las conquistas sociales conseguidas en
las últimas décadas. Los políticos dicen que no, que el origen de
la crisis es exógeno, que estamos padeciendo los efectos de un
desmesurado tsunami a consecuencia de un movimiento sísmico acaecido
lejos de nuestras costas, admitiendo sólo el hecho de no haber
detectado a tiempo las consecuencias que ese fenómeno iba a
provocar, lo que les impidió afrontar con las medidas adecuadas, y
en el momento oportuno, las secuelas del mismo. Pero parece que esa
no es la cuestión, pues las acusaciones que hacia ellos se dirigen,
lo que subrayan, es que ese devastador tsunami, lo que sencillamente
ha hecho, es dejar al descubierto las carencias y la fragilidad de la
estructura económica del país, en donde la denominada clase
política si tiene responsabilidades, y muchas.
Se
ha hablado y se seguirá hablando de su responsabilidad en, y ante la
crisis, de la incapacidad que han demostrado para predecirla y para
encararla, lo que para no pocos se debe a la deficiente cualificación
de los propios políticos, de los políticos en general, para
afrontar cuestiones de envergadura, acostumbrados como han estado,
durante demasiado tiempo, a ejercer sus tareas con el viento a favor,
pero sobre todo, por no haber sabido prever, que la nave que habían
diseñado y fabricado, y de la que en buena medida se habían
apoderado, iba a ser incapaz de soportar la más mínima marejada.
Para
colmo la mayoría de los políticos “realmente existentes” son
políticos funcionarios, sin voz propia, que se limitan a interpretar
el papel que les asigna el Partido que les paga y al que pertenecen,
sin que en ningún momento se salgan del guión que se les prepara,
lo que no ayuda mucho, a favorecer la credibilidad de los mismos,
llegando muchos a la conclusión, de que si todos dicen lo mismo, no
hace falta que existan tantos, en donde hay que insertar el estado de
opinión, cada día más generalizado, que afirma que hay que reducir
el número de nuestros representantes. En lo anterior se encuentra
uno de los graves problemas de nuestro sistema democrático, que se
ha convertido en una partidocracia, en un sistema político
gestionado por unos grandes partidos-empresas, que han monopolizado
todo el escenario público, y colonizado territorios que en teoría
debería corresponder a la sociedad civil, esenciales algunos de los
cuales para el control de la actividad que llevan a cabo los propios
políticos.
En
este contexto de crisis de la política, o mejor dicho de los
políticos, me he encontrado con un incendiario artículo de César
Molinas, “Una teoría de la clase política”, en donde el autor
acusa directamente a ésta, como tal, de ser la causante de la
recesión económica que está padeciendo nuestro país, al haber
creado las condiciones necesarias para que arraigara de la forma en
que lo está haciendo, a diferencia de lo que está acaeciendo en
otros países de nuestro entorno más inmediato. Siguiendo con el
ejemplo esgrimido con anterioridad, el tsunami ha sido terrible,
global, haciendo temblar a todas las economías del mundo occidental,
pero en España, que hasta hace poco se enorgullecía del salto
cualitativo que había en pocos años realizado, amenaza con
convertirse en depresión generalizada, al haber arrasado con todo,
dejando en evidencia nuestra realidad.
Para
el autor del artículo, la clase política desde que se constituye
como tal, sólo mira por sus intereses, que no siempre son los mismos
que los intereses del país, de suerte, que el sistema productico que
se ha potenciado en España, y no por casualidad, es el que beneficia
directamente a los diferentes partidos-empresas, pero no, en ningún
caso, el que necesitaba la economía de este país, pues en lugar de
diseñarse un sistema sostenible y rentable a largo plazo, se optó
por otro con rendimientos a corto pero inviable en el tiempo, como el
que se sustentaba en la construcción, ya sea de viviendas o de
infraestructuras. Para César Molinas, la clase política ante todo
es extractiva, lo que quiere decir, que trata por todos los medios de
conseguir rendimientos económicos para soportar las estructuras
propias que ha creado, que cada día son más pesadas, y saca ese
rendimiento de la propia sociedad, lo que la convierte en parasitaria
de la misma. En lugar de un instrumento que con eficacia sirva a la
ciudadanía, los partidos-empresas, sigue diciendo César Molinas,
ante todo miran por su propio beneficio, lo que los aleja de la
propia sociedad, pues resulta inaceptable, que el Partido Popular,
por ejemplo, tenga que abonar veintitantos millones anuales de euros
sólo en nóminas, cantidad que evidentemente sale, de una forma o de
otra, de la propia sociedad a la que tiene y que dice servir. No
parece fácil poder encontrar otra empresa, que tenga esos gastos
estructurales sin producción y sin beneficio alguno, lo que
demuestra a las claras, el despropósito al que se ha llegado.
Desde
la óptica anterior, si se observan a los diferentes políticos,
todos ellos profesionales de la política, que pululan por los medios
de comunicación, ya sea interviniendo en tertulias o dando
discursos, con facilidad dan la impresión de que en el fondo no son
más agentes comerciales, de importantes empresas todos ellos, que lo
que intentan es “vendernos la moto”, intentando, por supuesto,
que no veamos los defectos de la que nos presentan, pero al mismo
tiempo destacando los problemas de fabricación, al parecer evidente,
de la que nos ofrece su competidor, actitud que ha llegado a cansar a
una ciudadanía cada día más castigada, que observa cómo sus
condiciones de vida, que creía garantizadas, empeoran por momentos.
El articulista también afirma, que en estos momentos difíciles, en
los que hay que tomar decisiones importantes pero imprescindibles, la
clase política se presenta como un obstáculo, confundiendo
“reformas con ajustes”, limitándose sólo a ejercitar los
segundos, a pesar de saber, que si no se realizan las reformas
necesarias, todos los esfuerzos que se lleven a cabo resultarán
vanos. Según él, esa actitud se debe a que gran parte de las
reformas que hay que emprender, irían en detrimento de los propios
partidos políticos, como por ejemplo la imprescindible
reestructuración de las administraciones, lo que dejaría, si se
realizara, a una gran cantidad de políticos en la calle, además de
significar una merma efectiva de su poder real en la sociedad, por lo
que prefieren esperar a “que escampe”, o lo que es lo mismo, a
que una nueva coyuntura económica favorable devuelvan las aguas a su
cauce.
Lo
que dice César Molinas se acerca mucho a la realidad, pues la
anunciada y siempre esperada reforma de la Administración, repleta
de duplicidades y disfunciones, sólo se ha traducido en un alarmante
goteo de despidos de interinos, que contablemente apenas representa
nada, salvo aparentar que algo se está haciendo en las entidades
públicas para reducir el coste de las mismas, es decir, para
intentar vendernos el famoso “chocolate del loro”. Sí, porque lo
que parece evidente, es que la clase política es el único sector
social que no está sufriendo la crisis, lo que tampoco está bien
visto por unos electores, que hacen lo posible para sortear las
dificultades con las que cada día se encuentran.
La
solución al tema que se plantea, según el autor, es la
modificación del sistema electoral, pasar del sistema proporcional
que ahora padecemos por otro mayoritario, con objeto de que los
diferentes políticos, en lugar de rendir cuentas ante las cúpulas
de sus partidos lo hagan directamente ante la ciudadanía que los
votan, lo que les obligaría a mantener una actitud radicalmente
diferente si en realidad desean mantener su puesto público. La
opción elegida por el autor es una de las existentes, aunque estoy
convencido de que no resultará fácil y que no podrá ser la única,
ya que la ética y la estética del funcionario está bastante
arraigada en nuestros políticos, pero de lo que sí estoy seguro, es
de que hay que articular estrategias que acaben con eso que se
denomina “la clase política”, y contra las mastodónticos
centros de poder que hoy por hoy representan los partidos, que son
los que han conseguido estrangular el prestigio de la política, lo
que será complicado por el tremendo poder que acumulan en la
actualidad, pero socialmente no se puede permitir, que hayan
conseguido raptar a la política, y mostrar sólo a un sucedáneo de
la misma, sin ningún valor, para la ciudadanía.
06.11.12
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