lunes, 10 de diciembre de 2012

Sobre las proclamas independentistas de Artur Mas

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4.- Sobre las proclamas independentistas de Artur Mas

El otro día escuché una entrevista que le hicieron a Artur Mas, en donde el líder nacionalista catalán dijo algo, que ha pasado completamente desapercibido, a pesar de que en esas palabras creo que se encuentra el núcleo de la cuestión, de la cuestión que en estos momentos mantiene en pie de guerra a todos los que, de una forma o de otra, participan en el debate político de este país, el tema de la posible secesión o independencia de Cataluña. Más o menos, el presidente del gobierno catalán dijo, en unos términos bastantes orteguianos, que el problema es que en estos momentos España carece de proyecto, mientras que Cataluña posee uno, uno ilusionante, el de la independencia, y que por eso, hoy por hoy, tal proceso resulta inevitable. No sé, no estoy seguro de que esto último sea cierto, pero de lo que sí estoy convencido, es que España, como nación, como país, se ha quedado sin proyecto de futuro, pues parece que de un tiempo a esta parte, vive a expensas de los vientos dominantes, que son de tal magnitud, que sólo parece que la conducirán al naufragio definitivo, y en donde el grito de “sálvese quien pueda”, entre tanto alboroto, es el único que llega a los oídos de los que estupefactos, contemplamos lo que está ocurriendo.
Con todo lo que está cayendo, para colmo, aparece en escena el tema de la independencia, que a pesar de haber tenido siempre un gran peso y raigambre en la sociedad catalana, sociedad que para colmo desde La Transición ha vivido un proceso de catalanización muy inteligente y de gran envergadura, que poco a poco ha ido anegando todas las esferas de la vida de dicha comunidad, ha sido instrumentalizado, está siendo instrumentalizado políticamente en estos momentos por unos políticos, que en buena medida tratan de ocultar con la bandera nacionalista, envolviéndose en ella, los graves problemas que están provocando sus políticas de recortes sociales. La jugada me parece magnífica, muy propia de los nacionalistas de todas las banderas, pues éstos, ante problemas de difícil solución, siempre optan por echarle la culpa a los mismos, a “los otros”, a unos otros que en esta ocasión sólo podía ser el Estado español, o España, y no por supuesto, porque ello significaría cavar su propia tumba, las políticas económicas que emanan de la Unión Europea, o la mala gestión económica realizada por los propios catalanes, pues no se puede olvidar, que disfrutan de unos niveles de competencias que son la envidia de cualquier otra región, o de cualquier otro Estado federado de los existentes en la actualidad.
No obstante, el problema catalán, por la propia singularidad del mismo, por la labor callada que han venido realizando los nacionalistas de todas las tendencias, algún día tenía que estallar, y como algunos vaticinábamos lo ha hecho en esta legislatura, posiblemente en el peor momento para España en su conjunto, pero en el mejor, pues la coyuntura le es propicia, para los propios nacionalistas. En el peor para España, porque como he dicho antes, el país se encuentra a la deriva, al haber perdido el rumbo, el norte hacia el que tiene que dirigirse, lo que le ha empujado hacia una difícil situación, del que pocos, muy pocos, observan una salida aceptable a medio plazo. Desde el advenimiento de la democracia los intereses de España han estado en todo momento articulados en torno al proyecto europeo que representaba la Unión Europea, de suerte, que el innegable crecimiento económico y de calidad de vida que ha conseguido en las últimas décadas, no cabe duda que se deben al alineamiento, a la apuesta radical que este país realizó, sin que nadie se opusiera a ello, posiblemente porque era la única salida factible, por el Estado Social Europeo, a las políticas de crecimiento y de solidaridad del mismo, pero en el momento en que éste se ha colapsado, y a la mala gestión que en muchos casos se ha realizado, España ha entrado en barrena, demostrando su dependencia, quedando hipotecada y amordazada en un callejón sin salida. Hasta hace poco aquí creíamos que “todo el monte era orégano”, y que en todo momento la Unión tiraría de nosotros, pues tanto para ella como para nosotros tal dinámica resultaba rentable, pero al haberse roto, en mil pedazos, el paradigma que hizo posible esa idea, todo se ha venido abajo, quedado nuestro país atrapado en una crisis económica de gran envergadura, a lo que se une el desplome de los postulados ideológicos sobre los que hasta la fecha se había sostenido, quedando, por tanto, a la deriva, sin fuerzas si quiera para poder levantar la cabeza para poder reinventarse.
Este es el problema actual de España, que la crisis que atraviesa todo lo que significaba el proyecto de la Unión Europea, todo lo que convirtió a ésta en un modelo a seguir, la ha dejado en la cuneta, extenuada, sólo a expensas de un milagro que difícilmente se podrá producir, sin fuerzas ni tan siquiera para mantener cohesionados a los diferentes territorios que hasta la fecha la conformaban, lo que puede suponer, a corto plazo, que tenga que refundarse como país, pues es posible, muy posible que tanto Cataluña como el País Vasco, opten democráticamente por separarse de ella para entablar su propio camino. Sí, porque toda la vitalidad de la que en estos momentos carece España, pueden encontrarlas esas dos comunidades en el proyecto de convertirse en naciones independientes, pues ambas, aunque se diga y se repita lo contrario, poseen un potencial suficiente para ello, sobre todo si logran insertarse sin problemas en la propia Unión. Posiblemente, por lo anterior, el tema haya que observarlo desde una perspectiva diferente, lo que creo que sería mucho más acertado, la que afirma que no es Cataluña la que se va, o el País Vasco, sino que es la propia España, al haber perdido su pulso vital, la que va a dejar que ambas comunidades nos abandonen, para dejarnos sumidos en nuestras preocupaciones de siempre.

25.10.12

lunes, 3 de diciembre de 2012

Sobre la crisis y los empresarios

3.- Sobre los empresarios y la crisis

La crisis es una cruel realidad. Me paso horas delante del televisor o escuchando la radio, además de leyendo múltiples artículos en la prensa, para intentar comprender las causas y para conocer los devastadores efectos de la recesión o de la depresión que estamos padeciendo, pero desde donde mejor se puede observar y calibrar lo que realmente está acaeciendo es en la calle, contactando con los que de verdad, y en sus propias carnes, la sufren y la soportan. Como me ocurrió hace unos meses en Pino Montano, ayer me encontré con otra cara de la realidad a la que no se le está prestando la atención que merece, posiblemente porque no se quiere llamar a las cosas por su nombre, y es la nefasta actitud empresarial, la funesta cualificación de una parte muy importante, sí, muy importante de la clase empresarial realmente existente. En Sevilla no abundan los grandes empresarios, como tampoco abundan las grandes empresas, sosteniéndose históricamente el tejido productivo de la ciudad en lo que ahora se llaman los pequeños emprendedores, que poco a poco, una vez pinchada la burbuja financiera en la que durante un periodo bastante prolongado todos hemos vivido, se están dedicando a cerrar sus empresas, en muchos casos meros chiringuitos, dejando a una ingente multitud de trabajadores en el desempleo.
Con lo anterior no quiero decir, aunque la actitud de muchos de ellos haya sido delictiva, al menos socialmente, que todos han obrado con mala voluntad, no, lo que quiero decir, es que para la mayoría de ellos ser empresario no es otra cosa que ganar dinero, y que los empleados que han necesitado tener, no han sido más que meros instrumentos para obtener dicho fin, importándoles muy poco las circunstancias en las que vivían y en las que han quedado una vez que se han desprendido de ellos. El problema es que nunca han comprendido el papel social que un empresario debe ejercer, posiblemente porque nadie le ha explicado la función social que los mismo tienen que realizar, pero lo cierto es, como ahora se está demostrando, que no han estado a la altura mínima exigida, siendo ellos responsables en muchos casos, por su falta de previsión, por la manera suicida de gestionar sus empresas, de la terrorífica situación por la que estamos atravesando.
Lo anterior viene a cuento, porque ayer estuve en el bar en donde habitualmente paro cuando voy al centro, y el encargado, al que me une cierta amistad, ya sin tapujos, me comentó la situación que estaba atravesando él y sus compañeros, situación que le iba a empujar a abandonar su puesto de trabajo, en el que ya lleva más de cinco años, para buscar otro en el que al menos le paguen todos los meses. Tan mal lo está pasando este hombre, y sus compañeros, que además de llevar más de tres meses sin poder pagar la hipoteca, con todo lo que este hecho trae consigo, ha tenido incluso que vender los anillos de boda, el suyo y también el de su mujer, para poder comer.
Se puede comprender que un empresario no le pague a sus trabajadores porque las ventas no vayan bien, por problemas puntuales de falta de liquidez, pero si se observa que el negocio funciona, que la recaudación, a pesar de la crisis, se sigue manteniendo de forma aceptable, hay que comprender que algo falla cuando los empleados llevan meses sin poder cobrar. El problema del bar del que hablo, desde mi punto de vista uno de los mejores del centro de Sevilla, sobre todo por su relación calidad precio, es que mientras todo fue bien, es decir cuando la caja que se hacía diariamente era muy superior a lo esperado, no había ningún problema, pero que desde el momento en que la recaudación volvió a la normalidad, a ese treinta por ciento menos que la realidad imponía, aparecieron todas las carencias de la gestión que se estaba llevando a cabo.
Aquí, como en todos los casos parecidos, y tengo alguno muy cercano, el problema no ha radicado en los trabajadores, ni en la crisis económica, ni tampoco en la política económica del gobierno, sino en la nefasta actitud de unos empresarios que no han sabido hacer sostenibles sus negocios, al estar siempre pensando en el día a día, o mejor dicho, en cuánto dinero se podían llevar a sus casas cada día, en lugar de comprender, realizando las previsiones y las provisiones adecuadas, que no siempre, por aquello de los ciclos, se podía vivir en el régimen de bonanza económica en el que se había estado viviendo.

27.09.12


viernes, 23 de noviembre de 2012

Sobre la diada

Sobre la Diada

Ayer se produjo un acontecimiento político de gran envergadura, que sin duda provocará importantes consecuencias a medio plazo, ya que en el Día Nacional de Cataluña, cerca, según todas las fuentes, de un millón de ciudadanos, salieron a las calles de Barcelona para pedir la independencia de Cataluña, sí, directamente la independencia de Cataluña. Sabía, como todos los que estaba medianamente informados sobre el tema, que la concentración sería todo un éxito, y que supondría un antes y un después en la vida política de esa comunidad y de las relaciones de la misma con el Estado español. La masiva manifestación de ayer, por tanto, supuso un hecho histórico, uno de los pocos acontecimientos a los que hemos podido asistir, aunque algunos desde la distancia, en unos tiempos en que lo volátil, en que lo meramente coyuntural monopoliza las primeras páginas de los medios de comunicación. A las nueve, ya sabiendo que la convocatoria había sido un rotundo éxito, me senté delante del televisor con la intención de ver las imágenes y el tratamiento que de la misma daba la televisión pública. En un principio no podía creer lo que veía, ya que la noticia, la más importante desde mi punto de vista en mucho tiempo, era relegada a un quinto lugar en el sumario del telediario estrella de la primera cadena, que encabezaba una visita protocolaria que el primer ministro finlandés había realizado a La Moncloa. Desde un principio comprendí que tal hecho certificaba los nuevos aires que el Partido Popular le había aportado a la televisión pública, que como los cangrejos, dando un paso hacia atrás, se había vuelto a convertir en un medio al servicio de los intereses gubernamentales, pero también, la importancia que ese mismo gobierno le otorgaba al hecho en sí, lo que le obligó a esconder la noticia, o lo que es lo mismo, a no darle la importancia, de cara a la opinión pública, que esa noticia en realidad tenía.
Hace algún tiempo escribí, cuando el Partido Popular llegó con mayoría absoluta al gobierno, que el grave problema al que tendría que enfrentarse el nuevo ejecutivo, además de a los efectos provocados por la crisis económica, sería el ansia separatista con el que el nacionalismo catalán, de forma muy inteligente, estaba impregnando a la sociedad catalana, ya que no veía a ese gobierno capacitado, por su estilo político, por su excesivo nacionalismo españolista, para lidiar con la sutileza necesaria con la denominada “cuestión catalana”, al estar seguro que un problema de tal calibre, que con tanta delicadeza había que sobrellevar, le estallaría entre las manos creando un problema aún mayor del que se encontró. Al parecer y observando lo que ocurrió ayer, si no se toman las medidas adecuadas, y esas medidas necesariamente tienen que ser políticas, “el problema catalán” está a punto de entrar en un nuevo estadio, empujado por la crisis económica que hunde a España, y también a la propia Cataluña, del que difícilmente se podrá volver atrás.
Hay que reconocer que el tema no es fácil, al ser de una complejidad extrema, al conjugarse en él una serie de variables, políticas, sentimentales, económicas, que obligan, o deberían de obligar, a implementar diferentes estrategias al mismo tiempo, con objeto de encontrar el punto de apoyo común, a partir del cual poder articular un nuevo statu quo. Sí, el tema es complejo, sabiéndose sólo a ciencia cierta que hay que afrontarlo, pero que hay que afrontarlo con mucho cuidado, meditando todos los pasos, todos, ya que cualquier error podría resultar fatal. Hay otra cuestión que también se presenta con claridad, y ésta en buena medida hay que achacársela a la crisis económica que estamos atravesando, y es que España para los catalanes, o al menos para un importante número de ellos, ya no representa el futuro, sino un importante lastre del hay que desprenderse. Este hecho, o esta sensación, que puede ser falsa o no, hay que imputársela al nacionalismo, que en lugar de afrontar sus propios problemas, de aceptar su incapacidad para buscar salidas propias a la crisis que ahoga a su comunidad, culpa a España de haber generado dichos problemas.
Posiblemente como ayer mismo dijo un importante, e interesante líder independentista, ya no existe marcha atrás y la independencia de Cataluña, la constitución de un nuevo Estado catalán resulta a estas alturas inevitable. Yo estoy con él, al no creer que en estos momentos se pueda hacer nada por evitarlo, si como parece que ocurre, una amplia mayoría de ciudadanos catalanes apuestan por ella, y que el nuevo marco de la Comunidad Europea puede potenciar y alentar dichos postulados, al igual, aunque es posible que en mayor medida, la debilidad que padece en la actualidad el Estado español. Lo único que puede parar el proceso, lo único, y no eternamente, es la dependencia económica que Cataluña aún padece de España, ya que su industria en buena medida, vive de las ventas que realiza a lo que todavía se llama España.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Julio Anguita vs Santiago Carrillo

ACERCAMIENTOS
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Julio Anguita vs Santiago Carrillo

Ayer de forma casual, me encontré con unos amigos con los que estuve hablando un buen rato sobre temas que iban cambiando con gran rapidez, lo que era consecuencia lógica del tiempo que hacía que no nos veíamos. Sabíamos que íbamos a estar pocos momentos juntos y queríamos, como siempre ocurre en estos casos, dejar nuestra posición, la de ellos y la mía, lo suficientemente enmarcada, para que quedara constancia de donde nos encontrábamos. Casi al final de la conversación, cuando ya habíamos hablado de casi todo lo que se habla en estos casos, de la familia, del trabajo, de la crisis…, uno de ellos me dijo que acababa de leer una entrevista que le habían realizado a Julio Anguita, del que no tenía noticias desde hacía mucho tiempo, con la que se había vuelto a emocionar, como a menudo le ocurría cuando el antiguo alcalde de Córdoba estaba en plena forma y contaba con un puñado de años menos. Sí, le comente que yo también, una semana antes, había presenciado una entrevista con el viejo dirigente izquierdista en televisión, entrevista que me había llamado la atención, al haber comprobado una vez más, que a pesar de los años y de los achaques, “los viejos rockeros nunca mueren”. Y era verdad, me sorprendió Julio Anguita, cuyo aspecto cada día se parecía más al de un fraile franciscano, manteniendo para colmo su ya legendaria y mesiánica lucidez, lo que siempre le había aportado, y le sigue aportando un cierto atractivo que aún consigue enamorar a muchos, como por ejemplo a mi amigo.
Sí, Julio Anguita sigue enamorando a muchos, porque cuando habla sus palabras son luminosas, claras, precisas, cuadrando en ellas todo a la perfección, observándose desde las mismas un panorama mucho más diáfano y comprensible, y esto, en los tiempos en que vivimos, consigue llamar poderosamente la atención. Llama la atención porque en un mundo, en una realidad como la actual, en donde cada día que pasa todo se torna más gris, más embarullado, es de agradecer que de vez en cuando aparezca alguien para recomendarnos con tranquilidad, sin dudas y sin levantar la voz, el camino por el que necesariamente tenemos que transitar.
Es curioso, por lo contradictorio que resulta, que a pesar de los medios con los que se cuenta, de la cantidad de información que cotidianamente maneja el hombre de nuestro tiempo, da la sensación de que éste, cada día que pasa se haya más perdido, encontrándose sin saber a ciencia cierta si defender estos planteamientos con los que acaba de tropezar o aquellos otros que los contradicen, pues la diversidad, la pluralidad extrema en la que vive, paradójicamente, ha logrado desubicarlo y desorientarlo. Hace falta mucho tiempo en la actualidad para descodificar la ingente y contradictoria información que llega, casi toda ella repleta de mensajes implícitos nada gratuitos, por lo que mantener una opinión sólida y fundamentada en una realidad tan líquida como la actual, es en sí una heroicidad que exige un esfuerzo que no todo el mundo, y resulta lógico, está dispuesto a realizar. Ante tal realidad, algunos se refugian acríticamente en cuatro o cinco ideas que creen irrebatibles, sean cuales sean éstas, mientras que la mayoría prefiere no pronunciarse, al ser conscientes que nadan en ese territorio de nadie, que para colmo se encuentra superpoblado, en donde se asienta el vacuo y siempre socorrido “pensamiento mayoritario”.
Por lo anterior, hoy se echa en falta y se aplauden a rabiar todos aquellos discursos que con rotundidad le “llame pan al pan y al vino vino”, aquellos que, sin mostrar duda alguna, y al ser posible con cierta amenidad, digan en cada momento lo que hay que decir, dejando claro una vez más aquello que tanta falta nos hace oír, que incluso en unos tiempos como los actuales, “dos más dos siguen siendo cuatro”. En esta situación que consigue desestabilizar a muchos, aparecen figuras como la de Julio Anguita, siempre predicando y afirmando (él siempre afirma), al tiempo que recuerda las ideas fundamentales que en ningún momento hay que olvidar. Escuchar a Anguita reconforta, aporta fuerzas, sobre todo a aquellos que se encuentran cerca de su pensamiento político, espanta dudas, pero al mismo tiempo se observa algo en él, que al menos a algunos nos llena de preocupación. Resulta preocupante porque Julio Anguita es un político, un político y no un ideólogo, dos actividades, que aunque muchos crean que se encuentran íntimamente unidas son radicalmente diferentes, de suerte, que de forma constante entran en colisión. Julio Anguita es un ideólogo que se “metió” un día a político, como hubiera podido hacerse militar o sacerdote (actividades ambas que también cuadran con su perfil), dedicándose a predicar su doctrina por las calles y por las plazas, al grito de que lo importante es tener un programa, como si con cuatro o con veinte postulados concatenados, en una sociedad como la nuestra, en la complejidad de las mismas, todo estuviera solucionado. El problema de Anguita es que es un creyente, alguien que sólo con mucha dificultad puede llegar a comprender que existe otra verdad que la suya, lo que consigue descalificarlo como político.
Un político de verdad es, tiene que ser necesariamente diferente, lo que no quiere decir que tenga que carecer de ideología, pero lo que está claro es no puede estar enamorado de ella, pues tal hecho le incapacitaría para su labor. El político de raza, el político necesario, el que se aleja por igual del político ideólogo como del político funcionario, es el que sabe que de vez en cuando hay que bajarse de la tribuna, del estrado, para enfrentarse de tú a tú con los que piensan de forma distinta, al estar convencido que sólo poniendo sobre la mesa todas las formas de entender la realidad, se podrá llegar a acuerdos que consigan abrir caminos consensuados por los que sea posible que todos puedan adentrarse para desarrollar sus vidas sin demasiados problemas. Sí, la misión del político es la de encontrar el consenso, a sabiendas que tal hecho implica, dejar parte de los postulados que se poseen en el camino, en aras de acuerdos beneficiosos para el conjunto de la comunidad, algo que para los fundamentalistas de cualquier filiación resulta abominable. La ambición de todo fundamentalista es la de conseguir implantar íntegramente su concepción ideológica, mientras que la del político de raza es la de llegar a acuerdos que le permitan tener que abandonar el menor número posible de postulados, con objeto de llegar a un entendimiento que posibilite un marco social aceptable para todos.
La luminosidad de Julio Anguita, que con tanta facilidad suele enamorar a todos los que embobados escuchan sus proclamas, incluso a aquellos que se sitúan en posicionamientos diferentes a los suyos, y que nunca han servido para otra cosa que para eso, para seducir a los que necesitan ser seducidos, contracta con las tonalidades ensombrecidas y grisácea que siempre han acompañado a Santiago Carrillo, que desgraciadamente ha fallecido hace unos días. Carrillo sí ha sido un político de raza, un político inteligente y no un político enamorado de sus dioses y de sus creencias, al ser alguien que comprendió, aunque fuera un poco tarde, que existían diferentes formas de ver y de entender la realidad, y que el hecho de ser político, de querer ser político, le obligaba a intentar, en la medida de lo posible, entenderse con los representantes de las opciones ideológicas diferentes a la suya.
En España sobran políticos funcionarios, haciendo falta más políticos de raza, más políticos que desde la inteligencia, como en su momento hizo Carrillo, tengan la altura suficiente como para desde la misma ver algo más que sus propios hombros. Afortunadamente, si se exceptúa a Anguita, que por mucho que últimamente se esté moviendo ya está completamente amortizado, en este país no abundan los políticos ideólogos, aquellos que parecen que tienen como única función real la de fomentar el populismo, aunque con toda seguridad existe una elevada demanda de ellos. Espero que no reaparezcan, pues ante todo son peligrosos.

Lunes, 24 de septiembre de 2012

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Sobre el nuevo poder de los economistas

ACERCAMIENTOS
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Sobre el nuevo poder de los economistas

Ayer en una tertulia radiofónica, en la que intervenían dos afamados economistas, uno, Santiago Niño-Becerra, dijo algo que me sorprendió y que hasta cierto punto consiguió alarmarme. Según él, arriesgando demasiado, en el futuro próximo la política tendrá que subordinarse a la economía, lo que le dejará muy poco margen de maniobra. A pesar de que las afirmaciones que el citado economista dejó en las ondas pueden exasperar, no cabe duda que son una lectura realista de la actual situación, lectura que agradará, pero que sobre todo tranquilizará a gran parte de la población, y no sólo a los especialistas en esa “ciencia” que tantos admiradores está encontrando en los últimos tiempos. Sí, muchos son los que piensan que la economía es la actividad que puede volver a poner las cosas en su sitio, al tiempo que es la única que puede echar a los políticos del “templo sagrado”, siendo ella, y los economistas por supuesto, la que se debe encargar, de forma aséptica, sumando, cuadrando y analizando balances de forma constante de la gestión de nuestras cada día más complejas sociedades, algo para lo que los políticos, siempre demasiado imaginativos, como una vez más ha quedado demostrado, se encuentran incapacitados. Según Niño-Becerra son los economistas los que deben poner los límites, límites que ningún político podrá saltarse, proceso que está comenzando a llevarse a cabo en Europa a raíz de la crisis que está desquebrajando al viejo continente. Lo anterior podría, no cabe duda, salvaguardarnos del aventurismo de algunos políticos que irresponsablemente pudieran, con sus acciones de cara siempre a la galería, llevar a nuestras sociedades a la ruina, y crear unos cauces homologados sobre los que poder circular sin contratiempos y con todas las garantías.
Magnífico, pues tal planteamiento político, sí porque en el fondo lo anterior no es más que otro planteamiento político, sería el que más nos acercase al “fin de la historia” del que hace unos años hablaba Fujuyama. Efectivamente por que el fin de la historia es un estadio en el que cualquier avance social resultaría imposible, entre otras razones, porque en principio ya no haría falta, porque se tendría la sensación de que se habría llegado a la meta siempre soñada. El problema es que la economía, aunque en estos tiempos enmarañados parezca lo contrario, no es una ciencia inocua y neutral, por mucho que los propios economistas, y lo que hoy llaman los mercados, se empeñen en hacernos creer, sino una herramienta, un utensilio ideado para organizar el tipo de sistema económico que libremente elija cada sociedad, de suerte, que los economistas en todo momento deben, como técnicos que son, y esto nunca hay que olvidarlo, ponerse al servicio de las sociedades a las que pertenecen, y no como ocurre en la actualidad, cuando de forma extraña, es ella la que aspira a dirigir y a gestionar el presente y el futuro de nuestras sociedades.
El prestigio del que goza la economía, se apoya en la escasa credibilidad que padece en la actualidad la política, siendo un clamor, que ante los destrozos que ha provocado la crisis financiera, a la que los políticos no han sabido hacer frente, se exija sobre todo una buena gestión de lo existente y para ello nadie mejor que los economistas, que en más ocasiones de las necesarias se presentan, además de cómo gente sensata, como meros contables avezados, lo que no tiene nada que ver con la realidad, pues desde hace demasiado tiempo, abandonando su labor original, se dedican a publicitar postulados ideológicos, sobre todo determinados postulados ideológicos y no otros, que según la mayoría de ellos son los únicos viables, y a intentar materializarlos a toda costa. Es curioso, pero de un tiempo a esta parte, los economistas, se parecen más a hombres de acción que de estudios, posiblemente para también estar ellos a la altura de los tiempos, de unos tiempos en donde nadie se encuentra donde debería encontrarse.
Sí, la economía se ha sublevado a la función tradicional que se le reservaba, con objeto de jugar un papel que no le corresponde, lo que en absoluto es gratuito. Con el papel predominante que se está atribuyendo, a lo que se apuesta desde determinados círculos, todos ellos muy poderosos, es a desactivar la política, o para ser más precisos, determinadas formas de entender la política.
El denominado “pensamiento único” a lo que aspira, a los que siempre ha aspirado, es a que la historia se pare, a reivindicar que el sistema político existente es el único posible, y que todo intento de mejorarlo, a no ser que se trabaje para aligerarlo aún más, resulta absurdo. Por ello, porque sabe que para su propósito es esencial, su objetivo es desprestigiar a la política, a la verdadera política, la que no cesa de proponer alternativas a lo existente, con la intención de convertirla en una mera actividad burocrática cuya única función real, sería la de mantener la apariencia democrática, pero siempre subordinada al discurso dominante de “los que saben hacer las cosas”, que son los mismos que aplauden, a rabiar, el papel equilibrado y siempre sensato de los buenos economistas, de los economistas de orden, que son los que siempre vigilarán que las aguas no se salgan del cauce por donde tiene que transitar.
El gran triunfo de los que detentan el poder real, ha sido el de haber convencido a casi todos, de que a pesar de las dificultades existentes, nos encontramos en un estadio histórico insuperable, y que es imposible avanzar más, de suerte, que para mantenerlo, sería necesario determinadas actuaciones, todas ellas tendentes a hacerlo más operativo, es decir menos pesado. ¿Pero cómo es posible que alguien crea, a no ser que se comprenda la labor de esa “lluvia fina” que durante años ha venido cayendo de forma constante, que vivimos en el mejor de los mundos posibles? ¿Cómo se puede pensar, tal y como están las cosas, que es imposible avanzar hacia una sociedad mejor, más justa y más equilibrada? Pues ha sido posible, gracias a una estrategia deliberada y devastadora de gran alcance, mediante la que se nos ha obligado a “comulgar con ruedas de molinos”, y en las que se nos ha hecho, u obligado a comprender que lo negro era blanco, mientras que lo que parecía blanco en realidad era negro. Las dos piedras básicas de esta estrategia, aunque no las únicas, han sido la “dessocialización” y la despolitización de nuestras sociedades, y también por supuesto, la criminalización de la política. Mientras que lo primero ha conseguido que la sociedad se observe sólo como una mera suma de individuos, ni tan siquiera de ciudadanos, la segunda ha hecho inviable cualquier tipo de proyecto colectivo que vaya más allá de lo único que al parecer puede llegar a preocupar, que las cosas funcionen de la forma más correcta posible. Ante tal panorama, es comprensible que los economistas tomen el poder sin encontrar demasiadas resistencias.

Miércoles, 4 de julio de 2012



martes, 10 de julio de 2012

Sobre las cajas de ahorros

ACERCAMIENTOS
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Sobre las Cajas de Ahorros

En primer lugar tengo que dejar claro que mis conocimientos sobre economía son escasos, los suficientes, no obstante, como para andar con dificultad por casa y para no comprender lo que está sucediendo. Sí, la verdad es que apenas entiendo nada de lo que desde hace algún tiempo viene ocurriendo en el plano económico, que es el ángulo desde el que se observa con mayor nitidez cómo se está desmoronando el edificio que tanto costó levantar, ese edificio que de forma ilusa creímos imperecedero. Ahora, demasiado tarde por supuesto, al parecer se ha llegado al convencimiento, de que la causa última de la crisis que padecemos no proviene del Estado del bienestar, del elevado coste que supone su mantenimiento, sino de la mala salud de nuestro sistema financiero, sobre el que apenas se había actuado, contractando con la ligereza con que se han recortado, porque al parecer era de extrema necesidad, algunos derechos y servicios sociales que difícilmente podremos volver a disfrutar. Cierto, ahora parece, que por fin se ha descubierto “la pólvora”, la causa de todos los males, el maléfico virus que nos mantiene en el deplorable estado en que aún nos encontramos, que no es otro que el sistema financiero, ese mismo que hasta hace poco era elogiado por su fiabilidad y por su solvencia por todos. Pero en estos momentos en que todo el mundo rebosa alegría, porque por fin se ha descubierto al “asesino”, es conveniente que se comprenda algo que es de Perogrullo, que las entidades financieras en nuestro país, al igual que en cualquier otro lugar, son sólo instrumentos que dependiendo de cómo se utilicen, provocarán unos efectos u otros, por lo que los verdaderos culpables del desaguisado que se ha producido no son éstas, sino los que la han dirigido y los que la pusieron al servicio de sus intereses.
De la banca no quiero hablar, pues ella, a pesar de ser también responsable directo del criminal e irresponsable calentamiento de la economía que hemos padecido, siempre ha tenido una función y una justificación, la de ganar dinero, y cuando más mejor, con objeto de poder ofrecerle a sus accionistas unos resultados siempre mejores que los anteriores. De lo que deseo hablar es de las cajas de ahorros, los auténticos bancos de los pobres como se decía de ellas cuando fueron fundadas, que a pesar de la enorme musculatura que hasta hace poco han poseído, están en trance de desaparición, con todo lo que ello va a suponer socialmente. Hay que tener en cuenta, aunque a veces nos quieran “vender la moto”, que la desaparición de un banco, no es lo mismo que la desaparición de una caja de ahorros, pues éstas siempre se han asentado en un lugar concreto, tejiéndose a partir de ellas, importantes mallas de intereses y de interrelaciones, que casi siempre podían palparse por parte de la ciudadanía. Tampoco, al menos antes de esta vorágine que ha logrado confundirlo todo, la función y los objetivos de un banco eran los mismos que los de una caja de ahorros, ya que éstas siempre ha tenido una función más social que estrictamente financiera, dedicándose más a la microeconomía que a la gran economía, es decir a financiar pequeños proyectos, empresariales o privados, además de subvencionar actuaciones sociales que siempre han carecido de rentabilidad. Se podría decir, por tanto, que hasta hace poco los bancos y las cajas de ahorros poseían sus propios mercados particulares, sus caladeros propios de negocios, especializándose en los mismos, lo que también complementaban a dichas entidades. Otra de las características que singularizaban a las cajas era su estructura organizativa, pues casi todas tenían una implantación provincial, al tiempo que dependían de los ayuntamientos y de las diputaciones, lo que las obligaba a centrarse en una realidad muy concreta, lo que a su vez le creaba grandes vínculos con la población, ya que ésta sabía, que si alguien subvencionaba a fondo perdido los gastos de mantenimiento del “Hogar del pensionista” del pueblo, o la ruinosa pero atractiva “Obra cultural”, no era precisamente ninguno de los grandes bancos del país, sino la pequeña caja de ahorros, esa que tenía una oficina, con apenas dos empleados, en cada esquina mínimamente transitada de la población. Precisamente por esto, por su cercanía y porque eran sentida como “algo propio”, las cajas conseguían un pasivo muy barato, proveniente del ahorro de la ciudadanía, basado en las cartillas de ahorro y en las antiguas y familiares cuentas a plazo fijo, lo que para colmo le proporcionaba una clientela de una fiabilidad envidiable.
Pero en poco tiempo todo cambió. De golpe, se comenzó a hablar de rentabilidad, de la escasa rentabilidad que pese a su potencial tenían las cajas de ahorros en comparación con la gran banca, y de la excesiva politización de dichas entidades. Estas acusaciones, que nunca he llegado a entender bien, y que tampoco he sabido a ciencia cierta de dónde provenían, aunque imagino que desde los sectores que deseaban desembarcar en ellas, es decir desde donde se pregonaba la necesidad de su privatización, iban en contra de la propia filosofía de las cajas, ya que aspiraban a que las cajas se convirtieran en otra cosa, posiblemente en algo mejor, sí, pero en otra cosa. Y no comprendía nada, porque la razón de ser de las cajas siempre ha sido evidente. Para colmo nunca he creído que la rentabilidad de una empresa tenga que ser mayor, si por los métodos que sean, aumenta su volumen de negocio, no, porque se puede dar el caso de que sea menos rentable por muchos millones más que dicha empresa llegue a facturar al año. Pero las cajas de ahorros eran rentables, tanto económica como socialmente. Se dedicaban al negocio meramente financiero, a vender dinero, sobre todo a particulares, a subvencionar proyectos sociales promovidos por ayuntamientos y diputaciones y a mantener una “Obra social” gracias al hecho de que estatutariamente no repartían beneficios. En suma, las cajas de ahorros eran muy rentables, al menos hasta que a alguien se le ocurrió la feliz idea de que tenían que cambiar la orientación de su negocio, para entrometerse en el territorio que tradicionalmente le había pertenecido a la banca, lo que la ha llevado a la situación en la que se encuentran.
Llegó un momento, que a sus responsables, casi todos políticos o elegidos directamente por políticos, se les iluminó la mente, y creyeron conveniente que esas cajas, que esos modestos instrumentos financieros que tenían a su disposición, muy válidos para la función que hasta la fecha ejercían, podían convertirse en los vehículos que hicieran posible sus proyectos políticos, al tiempo que, aprovechando el auge económico, apostar por nuevas áreas de negocios que no dominaban, pero que en principio podían aportar grandes beneficios. Se potenció la fusión entre cajas, según decían para aumentar la capitalización de las mismas, para así afrontar inversiones de mayor envergadura, lo que posibilitó que las cajas comenzaran a apostar fuerte por las grandes empresas y por dudosos proyectos y promociones inmobiliarias, pero en contrapartida no se modificaron sus estructuras internas ni se invirtió en la profesionalización de sus cargos, lo que a la larga, cuando la coyuntura se convirtió en negativa, ha sido la causa que ha provocado la práctica desaparición de las mismas.
Ahora, a partir de ahora, con todo lo que se han criticado, es cuando la sociedad va a echar de menos a las cajas de ahorros, y va a comprender las grandes diferencias que existen entre una caja y un banco. Ésta, la desaparición de las cajas, va a ser otra de las muchas cosas que vamos a dejar en el camino, y que con seguridad lamentaremos mucho, más de lo que ahora podemos imaginar.

Sábado, 19 de mayo de 2012



jueves, 28 de junio de 2012

Sobre la crisis económica (y 2)

ACERCAMIENTOS
(acb.019)

Sobre la crisis económica (y 2)

Estoy convencido que el grave error de los socialistas no ha sido su forma de gestionar la crisis, que al fin y al cabo, con matices de cara a la galería, es la misma que la que está llevando a cabo el actual gobierno, o que hubiera sido la misma si le hubieran dejado más tiempo en el poder, sino su forma de comportarse ante lo público. El Partido Socialista no ha sabido y no ha querido hacer una pedagogía de lo público, al igual que tampoco ha subrayado, en sus diferentes mandatos, la importancia de la austeridad, dando a entender con su comportamiento, que el Estado era un lugar en donde se puede medrar y que la riqueza es una virtud a la que todos tenemos que aspirar. El Partido Socialista, como dije hace poco, ha querido, desprendiéndose de sus señas de identidad, ser sólo un Partido más, un Partido al uso, cuyo objetivo no era otro que la toma del poder y su mantenimiento en el mismo, lo que le ha originado gran número de enemigos incluso dentro de las filas de la propia izquierda.
Pero en estos momentos difíciles, en el que los mercados exigen y exigen, es importante saber qué es lo que hay que hacer, pues no basta, como se está demostrando, que se haga sólo lo que esos mercados demanden, ya que los intereses de los mismos no coinciden, ni de lejos, con los intereses de la ciudadanía. Hay que tener la cabeza fría y mantener en todo momento presente qué es lo que se desea, y cuáles son las posibilidades reales de hacerlo posible. Indudablemente, como un inteligente y bien informado observador dice continuamente, no hay dinero, y que por eso hay que vender de forma constante tanta deuda pública, ya que el Estado carece de liquidez incluso para pagar las pensiones. Cierto, no hay dinero, por lo que es fundamental aligerar el gasto, pero hay que tener presente, que esos recortes en inversiones y en cuenta corriente que hay necesariamente que llevar a cabo, no pueden asfixiar definitivamente a la economía, ya que entonces es cuando nos estaremos condenando de cara al futuro. Se están realizando todos los recortes posibles y algunos más, y pese a ellos, como no se observan mejoras, la prima de riesgo sigue subiendo y subiendo, al tiempo que la desconfianza por “la marca España” se acrecienta, no ya porque el pulso sea débil sino porque es casi inexistente. La dinámica que se está llevando a cabo es infernal, pues cuando más avanza la desconfianza mayores son los recortes, y contra mayores son los recortes, menor es el crecimiento.
Así, por tanto, no se puede continuar, pues con este ritmo que nos imponen, la deuda y los intereses que ella genera, crecerá y crecerá, aumentando los beneficios de los especuladores y obligando al país a que sea rescatado definitivamente por la Unión Europea, lo que aparte de poner en riesgo el futuro del euro, pues con seguridad después caerá Italia, tendrá consecuencias sociales de gran calado.
Ante tal situación hay cuestiones que no llego a entender, como por ejemplo, la de que el propio capitalismo avanzado tire piedras sobre su propio tejado, estrangulando el consumo de un país, un consumo que siempre ha sido el corazón del propio sistema, en beneficio de unos intereses a corto plazo, que sin duda, que sin duda se le volverán en su contra a la vuelta de la esquina, ni tampoco, la necesidad que tiene por desestabilizar sociedades, hasta hace poco completamente asentadas, que no dudaban convencidas de beber en su mano. No cabe duda, que este capitalismo, que este nuevo capitalismo conducido y capitaneado por el sector más radical del liberalismo, a pesar de creérselas todas consigo, dando muestra de una autoestima suicida, aunque en principio gane todas las batallas, caerá víctima de su propia prepotencia.
Pero ahora lo importante es saber si es posible salir de la actual situación, si existen estrategias, por muy alambicadas que éstas sean, que puedan posibilitar que el actual panorama se modifique, con objeto de que se consiga retomar una senda de crecimiento sostenible y aceptable que devuelva la confianza a unas sociedades cada día más alicaídas. Quiero ser optimista, no porque crea que una movilización ciudadana pueda forzar al sistema para que éste modifique su rumbo, ni porque estime que los políticos, sabedores de los problemas que padecen sus representados, se coaliguen entre sí, con la intención de proponer nuevas alternativas que puedan conducir a una nueva etapa, no, soy optimista porque creo que el capitalismo, si aún le queda algo de lucidez, no llegará a suicidarse.
Sí, soy optimista, porque creo, porque estoy convencido que el capital no especulativo, el que se basa y desea seguir basándose en sus prácticas tradicionales y para el que es esencial la cohesión y la solidez de las sociedades sobre las que se asienta, no tendrá más remedio que recobrar la cordura, imponiéndoles a los políticos la necesidad, la urgente necesidad, posiblemente a última hora, de dar un golpe de timón. Un golpe de timón que será esencialmente político, y que deberá sustentarse sobre dos vectores, el aplazamiento de la deuda existente y una importante inyección de circulante.
En el caso español, que es posiblemente el más preocupante, la atención hay que centrarla hoy en el sistema bancario, un sistema, que en contra de lo que se nos había vendido, y debido esencialmente a los efectos de la burbuja inmobiliaria, se encuentra a un paso de la bancarrota, lo que le impide poner dinero en la calle para alentar una actividad económica normal. Siempre, al menos desde que se realizó la reestructuración bancaria después de la transición, a cargo evidentemente del erario público, se ha repetido en todos los escenarios, siempre con orgullo, que la banca española era un modelo a seguir, que su solidez y su soltura estaba demostrada y que no existía ningún peligro de que el tsunami de la crisis financiera global acabara con ella. Pero no, como se ha demostrado el sistema bancario español se encuentra extremadamente debilitado, debido sobre todo, a sus suicidas prácticas inmobiliarias, que lo mantiene con una deuda colosal, de suerte, que la abultada deuda privada existente en nuestro país, deuda que según los expertos es el grave problema del mismo, se encuentra “bancarizada”, es decir, en poder de la banca. Una banca que muestra unos balances ficticios, ya que su oceánico activo inmobiliario no se encuentra actualizado, y que de vez en cuando, cuando consigue algo de liquidez, por ejemplo del Banco Central Europeo, no tiene más remedio, entre otras razones porque le resulta rentable, que acudir al rescate de la deuda del Estado.
Como apunté con anterioridad, para hacer frente a la deuda que padece el Estado, a la deuda y a los intereses que genera ésta, que comparativamente no es tan elevada como cotidianamente se repite, es fundamental que la sociedad recobre su pulso económico normal, pero para que esto sea posible, es esencial que la banca cumpla con su función. Pero desde hace ya bastante tiempo, ese círculo virtuoso se encuentra encasquillado, precisamente por falta de liquidez.
En fin, y resumiendo, para que pueda salir el país del oscuro pozo en el que se encuentra, es esencial, imprescindible que se produzcan varios hechos, todos ellos dificultosos, pero no imposibles. Que exista una voluntad política, a nivel europeo, de parar la especulación que en estos momentos sacude a la deuda soberana española, que sólo será posible si el BCE compra masivamente esa deuda cuando salgan a los mercados, y que esa misma entidad, inyecte el dinero necesario para reflotar al sistema bancario español, con objeto de que éste inyecte el circulante necesario que nuestra sociedad necesita para comenzar a respirar. Paralelamente, ya a nivel doméstico, es fundamental que se lleve a cabo unos acuerdos políticos de envergadura, una especie de nuevos “Pactos de la Moncloa”, gracias al cual, y de forma consensuada, se afronte con la adecuación de la estructura del Estado y del sistema productivo español, a las necesidades que exigen la actual coyuntura.

Sábado, 14 de abril de 2012

Sobre la crisis económica (1)

ACERCAMIENTOS
(acb.018)

Sobre la crisis económica (I)

Después de la huelga general convocada para protestar contra la reforma laboral impuesta por el gobierno de la nación, y de unos presupuestos restrictivos, que aspiran a controlar el déficit público, a todas luces necesarios, pero que con seguridad estrangularán aún más el crecimiento económico, se están llevando a cabo nuevos recortes, como si los anteriores no bastaran, que amenazan con dejar sin contenido los mecanismos sociales de cohesión y de solidaridad existentes, o lo que es lo mismo, con desarticular y neutralizar lo que hasta ahora se ha venido llamando el Estado del bienestar. Lo que justifican todas estas medidas es el excesivo endeudamiento que padece el Estado, que al parecer, según repiten y repiten “los entendidos” en la materia, gasta mucho más de lo que ingresa, por lo que tiene que pedir constantemente prestado, a los mercados financieros, importantes cantidades de dinero para hacer frente a sus obligaciones más inmediatas. El problema, es que la deuda es tan alta, que dichos mercados además de pedir unos intereses cada día más elevados, exigen, al desconfiar de la solidez del país, una serie de condiciones que se están materializando en las diferentes reformas que se están llevando a cabo. Sí, el actual gobierno justifica las impopulares medidas que está aplicando, no ya a cuestiones ideológicas, sino sencillamente porque se las exigen sus prestamistas. Simplificando, éste es el grave problema ante el que se enfrenta España y que mantiene a su sociedad en vilo, pues existe la posibilidad, nada descartable, de que suspenda pagos, o lo que es lo mismo, a que sea intervenida, lo que supondría la implementación de medidas mucho más radicales.
La cuestión es de una gravedad extrema, pues no se observan a medio plazo salidas a la actual situación, ya que las únicas actuaciones que se están aplicando son restrictivas, que no sólo no favorecen una reactivación económica, sino que impiden cualquier tipo de crecimiento, lo que puede agravar el problema, pues nunca hay que olvidar las singularidades que distinguen al siempre anémico tejido productivo de nuestro país. Pero ¿cómo se ha llegado a la actual situación? Esta es la pregunta que todos nos planteamos, pues es difícil comprender, cómo es posible que después de un tiempo de bonanza como el que hemos disfrutado, en el que parecía que “llovían longanizas”, se haya pasado, y casi de la noche a la mañana, a otro en el que todo resulta problemático y restrictivo. Una adecuada contestación a esta pregunta es esencial si se desea comenzar a aportar soluciones sensatas, que sirvan al menos, además de para capear de la mejor manera posible la actual situación, para buscar salidas viables, que definitivamente nos alejen de las circunstancias que han provocado la crisis actual, y para evitar en el futuro volver a tropezar con los mismos obstáculos.
La sociedad española ha disfrutado, durante un periodo de tiempo bastante dilatado, de un ciclo económico favorable, en el que afluía con facilidad el crédito, que facilitaba a su vez un crecimiento posiblemente nunca antes visto en nuestro país. Había trabajo y dinero en la calle, lo que potenció el consumo, en muchas ocasiones disparatado, de una población que estaba convencida de que todo estaba a su alcance, lo que a su vez, acarreaba importantes ingresos en las arcas del Estado, que obviamente lo empleaba en la construcción de infraestructuras y en dotar financieramente a los mecanismos del Estado del bienestar, que poco a poco, se iba pareciendo más a sus homónimos. Nadie preveía que esta dinámica se rompiera, pues en el horizonte no se apreciaban nubarrones preocupantes.
Antes de estallar la tormenta la situación del país era la siguiente, a saber, el Estado soportaba una deuda pública casi insignificante, sobre todo si se la comparaba con la que tenían otros Estados de su entorno, pero el endeudamiento privado, el de las familias y el de las empresas, eran de los más elevados de la Unión Europea. A lo anterior hay que añadir, y este hecho es de una gran importancia, el que los grandes pilares productivos del país, además del turismo, eran la construcción y las grandes obras públicas, lo que dejaba al descubierto, no sólo la fragilidad, sino también la escasa diversidad y la vulnerabilidad del mismo.
Pero la tormenta perfecta estalló y en poco tiempo todo se vino abajo. El excesivo circulante existente, que era el origen de todas las bondades de lo que estaba ocurriendo, dejó en poco tiempo de fluir, lo que trajo consigo una disminución, hasta casi su desaparición, del crédito que se ofrecía, lo que a su vez provocó una brutal disminución del consumo, el cierre de innumerables empresas y un aumento significativo y alarmante del desempleo. Paralelamente a ello, el Estado comenzó a recibir menos ingresos debido a la recesión que se estaba produciendo y a tener que destinar más fondos a gastos sociales, como las partidas destinadas a las prestaciones por desempleo, lo que a su vez le obligó a endeudarse, con objeto de tener que hacer frente a sus obligaciones en los mercados de deuda, lo que todo unido, y de forma maléfica, ha dado lugar a la situación en la que nos encontramos, que bien se puede comprender que no ha sido gratuita.
Me sorprende que desde los medios de la derecha, y lo que es peor desde el propio gobierno, se siga repitiendo, como si la ciudadanía careciera de entendimiento, que el único causante de la crisis que asola a nuestra sociedad es el Partido Socialista, cuando es algo demostrado que asistimos a una crisis global que sobre todo se está cebando con el mundo Occidental. El hundimiento del entramado hipotecario en los Estados Unidos, los famosos bonos basuras, dejaron bajo mínimos la liquidez de importantes bancos europeos, que optaron, por necesidad, de dejar de prestar dinero barato a los bancos a los que surtían, entre ellos a los españoles, que no tuvieron más remedio, a su vez, que reducir sus créditos casi al mínimo. Sí, la crisis que padece España tiene su origen en su banca, que en un momento dado, por los motivos antes expuestos, se encontró sin la liquidez suficiente para soportar o para mantener todo el entramado que irresponsablemente había creado y aquí es donde comienza la pescadilla a morderse la cola.
A estas alturas estoy convencido, que el gran culpable de la crisis que padecemos, y me estoy refiriendo a España, es y ha sido el sistema bancario, que durante demasiado tiempo, beneficiándose de la “alegría” y del optimismo reinante, en una actitud suicida, se saltó todos los controles existentes, creyendo que sus ansias de beneficio jamás tendrían límites, y eso a pesar, de que sus analistas siempre han sido lo más afamados, y los mejor pagados del país. Pero de forma paralela, también estoy convencido, que la salida a la actual situación, tiene que pasar necesariamente por la banca, o lo que es lo mismo, que hasta que las entidades bancarias españolas no se refloten, pues todas están tocadas, hasta que no vuelvan a ejercer su función habitual, la de vender dinero a los particulares y a las sociedades mercantiles, todas las actuaciones que se lleven a cabo resultarán vanas e insuficientes. Con lo anterior no quiero decir que algunos de los ajustes, o los recortes que se están llevando a cabo no sean necesarios, lo que quiero dejar claro, es que en mi opinión, hasta el momento en que no vuelva a correr el dinero por nuestras calles y por nuestros comercios, ninguno de los problemas existentes podrá comenzar a solventarse.
Pero lo que acabo de dejar por escrito todo el mundo lo sabe, y no sólo los profanos en la materia como yo, lo que ocurre, es “que aprovechando que El Pisuerga pasa por Valladolid”, se están implementando una serie de actuaciones, las más importantes de las cuales de cariz marcadamente ideológicas, tendentes a adelgazar la estructura social actualmente existente. Como acabo de decir, es fundamental de cara al futuro, pues el futuro nunca hay que perderlo de vista, realizar importantes reformas con objeto de racionalizar y hacer viable el Estado del bienestar, para dar un paso a partir de él, y no como se desea, que no es otra cosa que dinamitarlo para volver a formas pretéritas y menos civilizadas de entender la sociedad. Hoy en día, tal y como están las cosas, esa forma de Estado es inviable, pues el coste del mismo es desmesurado, pero decir que, todos los servicios que lleva a cabo mejorarían gracias a la gestión privada, que es lo que en el fondo desean algunos, ocultando intereses inconfesables, resulta descabellado. La cuestión radica en profesionalizar la gestión pública, hacer comprender a todos que lo comunitario es de cada uno y que es esencial mirar por lo propio, cuidar por cada euro que se gasta, al tiempo que racionalizar cada uno de los servicios que se prestan, podando aquellos que resulta ineficaces e innecesarios, y darle valor a lo que merece la pena mantener.

Sábado, 14 de abril de 2012

jueves, 24 de mayo de 2012

Sobre el resultado de las elecciones andaluzas, y 2


ACERCAMIENTOS
(acb.017)

Sobre el resultado de las elecciones andaluzas

Pero además de lo anterior que es de una importancia radical, quizás porque tal actitud le ha quitado credibilidad, incluso para ellos mismos, los socialistas se han visto incapacitados para vender sus logros, haciendo una campaña electoral a la defensiva que no presagiaba nada bueno. Esta actitud ha debido deberse al hecho de que no tenían la consciencia muy tranquila, ya que las críticas que recibían, muchas de ellas justificadas y vergonzantes, con toda seguridad le dejaban poco margen de maniobra, pero también, al hecho incontestable, de que la derecha controlaba los medios de comunicación, o mejor dicho, que los potentes medios actualmente existentes, casi todos ellos cercanos al ideario del Partido Popular, y que eran los que le confeccionaban la agenda a dicho partido, con el tiempo ha creado un estado de opinión antisocialista digno de estudio sociológico, de suerte, que había que tener mucho valor, mucho, para proclamarse en España socialista o de izquierdas. El papel de los medios de comunicación en la política actual, y la alineación política de los mismos, juega una función esencial en nuestros días, lo que distorsiona claramente la contienda electoral, ya que en muchas ocasiones su papel es meramente propagandístico a favor o en contra de alguno de los contrincantes. Pero la socialdemocracia y por extensión la izquierda debe tener otras vías de comunicación, que en el caso de los socialistas ha sido dinamitada por haberse creído que era un partido más, un partido de gestión al uso, que tenía que darle la espalda a la ciudadanía y dedicarse a hacer política de “corbata y despacho”, lo que ha hecho posible que se rompieran sus canales habituales de comunicación, que siempre han debido de ser fluidos con su electorado. A lo anterior hay que sumar algo a lo que no se le da importancia, al interés que siempre ha tenido, al menos desde que comenzó a tocar el poder hace ya bastante tiempo, en unirse a las restantes fuerzas políticas en la misma situación, con objeto de despolitizar a la sociedad, lo que en poco tiempo provocó una relajación en la actitud crítica y reivindicativa de la ciudadanía. Por tanto, los socialistas ni cuentan con apoyo mediático ni con sectores sociales politizados que puedan justificar su labor, lo que les mantiene en una difícil situación, por lo que aún muchos no comprenden los resultados de las elecciones, que demuestran que han resistido mejor, mucho mejor de lo que los más más optimista hubiera podido imaginar.
Efectivamente muy pocos podían esperar los resultados que al final se contabilizaron, ni creo que la propia cúpula del Partido Socialista, que con toda seguridad se hubiera conformado con obtener unos resultados dignos, o dicho de otra manera, que las elecciones no hubieran significado el hundimiento total del Partido en su feudo histórico. No, los socialistas no se hundieron, y a pesar de que por un estrecho margen perdieron las elecciones, gracias al teórico apoyo que pueden obtener de Izquierda Unida, podrán sin muchos problemas seguir gobernando la comunidad, aunque en unas circunstancias radicalmente diferentes, circunstancias que estoy seguro que son del agrado de bastantes miembros de dicha organización, pues las mismas pueden hacer posible el inicio de la tan necesaria regeneración del Partido. ¿Pero qué fue lo que ocurrió para que erraran todos los pronósticos? Esta pregunta no es fácil de contestar, pero creo, como vaticiné antes de las elecciones, que existía un voto oculto, vergonzante según algunos, que a diferencia de en otras elecciones, dio el apoyo a las candidaturas socialistas, al tiempo que, parte del electorado de izquierdas que tradicionalmente había apoyado al PSOE, en lugar de quedarse en casa, por cierto miedo a la derecha y al ser conscientes de todo lo que se jugaba el país en estas elecciones, prefirió, en muchas ocasiones “tapándose la nariz”, votar a Izquierda Unida.
Trataré de ir por partes. Normalmente el voto oculto, es decir el de los electores que se niegan a decir qué van a votar, es un voto conservador que suele asociarse a la derecha. Pero en esta ocasión, el voto conservador, sí conservador, se ha dirigido a las listas socialistas, entre otras razones de menor peso, porque esas candidaturas representaban el apoyo “a lo que ya se tiene”, ante los importantes cambios con que la derecha amenazaba, aunque no lo dijera, con llevar a cabo. Hay que tener en cuenta, y este hecho en la coyuntura actual hay que tenerlo muy presente, que la derecha desde hace tiempo representa la innovación, al ser ellos los que están dispuestos a romper el actual status quo, al ser los abanderados de la revolución neoliberal, que aspira sobre todo, aunque no lo expongan claramente, a acabar con el régimen del denominado Estado del bienestar, en beneficio de otras formas de organización política totalmente diferentes. Lo anterior quiere decir, que el voto socialista en las pasadas elecciones, tanto el que se manifestó abiertamente como “el oculto”, se puede considerar en esta ocasión como un voto conservador, y es conservador además, porque la izquierda desde hace tiempo sólo se limita a defender sus conquistas históricas, sin proponer, sin atreverse a proponer nuevos objetivos, que puedan tener la virtud, de posicionarla de nuevo, en su lugar habitual que es el de la vanguardia de la sociedad. Lo anterior es de una gravedad absoluta.
Para muchos, el gran vencedor porcentual de estas elecciones ha sido Izquierda Unida, que se ha aprovechado de las circunstancias sin merecerlo, sólo por haber estado ahí, de los votos “emigrantes” del Partido Socialista. A pesar de ser una organización política en franco retroceso, la antigua coalición izquierdista, que ahora ni tan siquiera es eso, pues sus siglas enmascaran al Partido Comunista, que ejerce un control casi absoluto de la organización, y a un pequeño sindicato agrario con escasa implantación real, se ha encontrado de la noche a la mañana con que es el auténtico arbitro de la situación, ante la cual, sin duda alguna se juega su futuro. El problema de Izquierda Unida, o para decirlo más claramente del Partido Comunista y del antiguo SOC, es que son organizaciones, en contra de lo que parecen, que ideológicamente ofrecen muy poco, pues incluso el legendario PCE, se ha convertido de forma incomprensible en un Partido de cuadros sin apenas militancia, y sin personalidades con peso específico en sus filas, y todo debido a la hemorragia que las innumerables luchas intestinas que se produjeron en su interior, auténticas guerras civiles, que tuvieron la virtud de convertirlo en un páramos en donde sólo un puñado de dirigentes hacen lo que les viene en gana. Lo único positivo de Izquierda Unida en la actualidad, lo único que le ha proporcionado tantos y tantos votos, no ha sido su credibilidad, que estaba y sigue estando por los suelos, ni sus actualizados programas, que no los tiene, sino el hecho de que estaba donde estaba, a la izquierda del PSOE, habiéndose beneficiado también de que otras fuerzas emergentes como EQUO, no han podido, en un panorama político tan estrecho, llegar a consolidarse. Ante tal situación tiene que medir bien sus pasos, pues como dije antes, en esta coyuntura con la que de improviso se ha encontrado, se tendrán que jugar el todo por el todo. Hay voces, que provenientes del sector más extremista de la antigua coalición, que como su fundador y carismático coordinador general, Julio Anguita, afirman que la política a seguir, no puede ser otra que la de pactar varios puntos concretos y significativos con el PSOE, y si ésta accede, lo que no sería fácil pues las exigencias serían máximas, apoyar la investidura y con posterioridad al gobierno sólo cuando resulte aceptable desde el Parlamento. A esta opción se apunta también otro de sus líderes, Sánchez Gordillo, que a pesar de la escasa credibilidad que posee incluso dentro de su propio sindicato, afirma que en caso contrario un pacto de gobierno podría, como le ocurrió hace varias legislaturas a los andalucistas, acabar con la organización, al correrse el riesgo, según tan afamado analista, de que Izquierda Unida pierda sus señas de identidad al ser eclipsadas por el PSOE. No obstante, espero que por su bien, que la opción que se tome sea otra bien diferente, y que se pacte un acuerdo mínimo programático que dé paso a un gobierno de coalición, que si se hace bien las cosas podría, con toda seguridad, beneficiar a ambas partes, y por supuesto a todos los que confiaron su voto en ellos. Izquierda Unida podría ayudar al PSOE a regenerarse, al tiempo que un pacto con los socialistas, puede obligar a los izquierdistas a robustecerse y a salir del oscuro agujero en el que desde hace tiempo se encuentran, a modernizarse y a transformarse en la organización política de corte radical y de aspiración profundamente democrática que tanto necesita la izquierda de este país. Y esta aventura puede salir bien, porque no se trataría, ni de lejos, de un matrimonio por amor, sino de conveniencia, que son los que a la larga, aunque todos digan lo contrario, dan mejores resultados.

Viernes, 2 de abril de 2012

Sobre el resultado de las elecciones andaluzas, 1

ACERCAMIENTOS
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Sobre el resultado de las elecciones andaluzas

En el plano político han pasado muchas cosas en una semana, desde unas elecciones andaluzas, que de forma sorprendente, por lo inesperado de los resultados, perdió el partido que en estos momentos detenta el poder, rompiendo su imparable dinámica ganadora; una huelga general que aunque no paró por completo el país, si tuvo un apoyo masivo en las calles en las cientos de manifestaciones que se convocaron, hasta la presentación de unos presupuestos del Estado claramente restrictivos que sin duda alguna, si bien podrán tener la virtud de poder reducir de forma considerable el déficit público, no servirán para reactivar la economía. Sí, han pasado muchas cosas en poco tiempo, y es preciso, como siempre para saber dónde nos encontramos, o más precisamente para saber dónde me encuentro, que reflexione sin demasiadas prisas sobre ellos, pues en caso contrario, se puede dar el caso, de que acontecimientos importantes pasen junto a mi lado sin que le preste la atención debida. Es posible que esta sea la intención de algunos, que todo pase rápidamente para que nada quede, lo que puede ser una buena estrategia para que todo cicatrice pronto. Pero para la mayoría, que un acontecimiento importante quede sepultado por otro importante y éste por otro aún más transcendente, no es, no puede ser lo más recomendable. Por ello es esencial “parar la pelota” e intentar colocar las cosas en su sitio, para al menos conseguir una perspectiva clara de la situación, sobre todo en estos momentos de extrema dificultad.
Las elecciones al Parlamento andaluz se celebraron hace poco más de una semana, y aunque provocaron un tsunami político de gran envergadura, da la sensación de que se llevaron a cabo hace ya bastante tiempo. Nadie, o muy pocos pensaron que se pudieran dar esos resultados, pues incluso las encuestas y los estudios demoscópicos más serios, apostaban por una mayoría absoluta del Partido Popular, un partido que de esa forma, consiguiendo esa amplia mayoría en Andalucía, hubiera podido cerrar el círculo y llevar a cabo las políticas, a nivel nacional, que más le interesaran sin encontrar ante las mismas ningún tipo de oposición institucional real. Ante esta posibilidad, nada descabellada antes de las elecciones, muchos temíamos que el desencanto, sobre todo entre los más jóvenes, que se observaba ante la deriva de los acontecimientos, podría acarear graves protestas que no encontraran un cauce adecuado, por ejemplo en movilizaciones callejeras que poco a poco se podrían incrementar, hasta convertirse en graves problemas de orden público, que con el tiempo desembocasen en una inestabilidad social difícil de sofocar. Pero no, las elecciones en Andalucía las ganó la izquierda, gracias sobre todo al hecho de que el PSOE no llegó a hundirse por completo, como muchos analistas vaticinaban, pero sobre todo, a los espectaculares resultados de Izquierda Unida. Junto a lo anterior, es importante subrayar, que el Partido Popular, sólo pudo aumentar su representación en el Parlamento andaluz en tres escaños, lo que tal y como estaban las cosas, no creo que, por mucho que se alegren delante de las cámaras de televisión sus dirigentes, sea para dar botes de entusiasmo. Estos resultados, entre otras cosas, demuestran que la derecha, al menos en Andalucía, y no creo que se trate sólo por la personalidad de su líder, tiene un techo electoral que le va a resultar difícil superar.
No cabe duda que los resultados de las elecciones andaluzas fueron toda una sorpresa, para la derecha pero también para la izquierda, pues todos pensaban, pensábamos, que desde hacía bastante tiempo todo el pescado estaba ya vendido. La situación no era fácil, el desempleo estaba llegando a unos límites insoportables, sobre todo entre los sectores más jóvenes de la población, y los casos de corrupción, jaleados con entusiasmo por los medios en poder de la derecha, dibujaban una situación ciertamente dantesca. El Partido socialista, en el poder durante más de treinta años de forma ininterrumpida, parecía que se encontraba por primera vez ante las cuerdas, y todo presagiaba que se hallaba a punto de arrojar la toalla. Pocos, por tanto, estaban dispuestos a apostar que de las elecciones pudiera salir un gobierno que no fuera del Partido Popular. Los errores socialistas resultaban manifiestos, y eso a pesar, de que los cambios producidos en la comunidad durante su dilatado mandato, transformaciones que no han sabido vender a la opinión pública, eran un aval más que suficiente para que pudiera revalidad el apoyo de la ciudadanía. Pero en la calle se mascaba el desencanto, y la sensación de que tal y como estaban las cosas no había fututo, por lo que, la única alternativa posible era que de las urnas surgiera un gobierno de derechas, o al menos eso era lo que, como si de una lluvia fina se tratara, se escuchaba desde todos los ámbitos. Pero la ciudadanía, de una forma incomprensible para muchos, ha dicho en los colegios electorales que esa no era la solución, que no confiaba en la derecha para gestionar una coyuntura política como la que había que hacer frente, pero tampoco, y creo que con justicia, le ha dado un voto en blanco, como en anteriores ocasiones había hecho, a los socialistas.
El Partido Socialista, en mi opinión ha tenido dos graves problemas, a saber, que no ha sabido regenerarse de forma constante, y que no ha sido capaz de vender sus logros de la manera adecuada. No cabe duda, que un partido que lleve en el poder tantos años, controlando de forma omnímoda todas las estructuras de La Administración, con todo lo que ello comporta, además del desgaste que ocasiona, puede caer en dinámicas que favorezcan la prevaricación o directamente en la corrupción. No cabe duda, que en cualquier organización política, sobre todo cuando se desfruta del poder, crecen las camarillas al tiempo que se potencia la existencia de un sólido aparato, que le aísla, y que le imposibilita el contacto real con los problemas que afectan a la población, lo que casi siempre conduce a un reparto de prebendas y a un cierto caciquismo, inevitable pero muy difícil de justificar. No cabe duda, por tanto, que la permanencia en el poder, aleja a dichas organizaciones del talante democrático deseable, conduciéndolas a un territorio bastante peligroso. Pero todo lo anterior, aunque lógico, es incomprensible para una organización de izquierdas, pero aún lo es mucho más para la izquierda con mayúsculas, que siempre se mostrará, o tendrá que mostrarse extremadamente crítica ante dichas prácticas.
Pues bien, el Partido Socialista no ha sabido reaccionar de forma adecuada a tales problemas, que con el tiempo, han conseguido minar su reputación ante su propio electorado natural, y no ha sabido, posiblemente, porque se ha hallado demasiado cómodo en el poder, sin encontrar oposición real ni fuera, ni voces críticas dentro de su propia organización. La izquierda, aunque la izquierda institucionalizada lo olvide a veces, representa o debe representar ante todo una actitud crítica ante el poder, una labor opositora constante contra aquellos que controlan los hilos del poder, aunque quienes muevan esos sea la propia izquierda. Y aquí es donde ha fallado el Partido Socialista, que en lugar de amplificar y favorecer las voces de descontento que se originaban en el interior del mismo, ha intentado ocultarlas o neutralizarlas en favor de la propia organización, aunque tal actitud provocara dar libertad a algunos de sus miembros para que hicieran y deshicieran a medida de sus intereses, lo que en contrapartida ha provocado el descontento en algunos sectores, a veces muy amplios, de su base social. El grave problema, o el gran error de los socialistas, es no haber creado órganos de control internos, independientes y adecuados, que de forma constante eliminara los tallos muertos o anquilosados que se iban adueñando de su estructura, paralelamente a tratar de mimar y potenciar todo lo nuevo que iba poco a poco surgiendo en la misma. Sí, el grave error fue, olvidar que había que limpiar la organización del óxido acumulado, pero también, obviar, que necesariamente había que dotarla de savia nueva, de nuevos elementos, que la acercaran a la cada día más poliédrica sociedad sobre la que tenía que actuar, además de haber renegado en múltiples ocasiones de sus propias señas de identidad en beneficio de una gestión desideologizada. Con lo anterior no quiero decir, por supuesto, pues estoy hablando de un partido socialdemócrata, que ha debido llevar a cabo una política marcadamente izquierdista, ya que a ellos no le corresponde tales prácticas, pero sí, que no ha debido olvidar, como lo ha hecho, el lugar de donde proviene ni la forma de actuar ante los problemas, que en todo momento la población esperaba de él. El Partido Socialista, y no sólo en Andalucía, se ha anquilosado y ha perdido sus señas de identidad, y de tales hechos provienen todos sus problemas actuales.

Viernes, 2 de abril de 2012