viernes, 9 de noviembre de 2012

Julio Anguita vs Santiago Carrillo

ACERCAMIENTOS
(acb.022)

Julio Anguita vs Santiago Carrillo

Ayer de forma casual, me encontré con unos amigos con los que estuve hablando un buen rato sobre temas que iban cambiando con gran rapidez, lo que era consecuencia lógica del tiempo que hacía que no nos veíamos. Sabíamos que íbamos a estar pocos momentos juntos y queríamos, como siempre ocurre en estos casos, dejar nuestra posición, la de ellos y la mía, lo suficientemente enmarcada, para que quedara constancia de donde nos encontrábamos. Casi al final de la conversación, cuando ya habíamos hablado de casi todo lo que se habla en estos casos, de la familia, del trabajo, de la crisis…, uno de ellos me dijo que acababa de leer una entrevista que le habían realizado a Julio Anguita, del que no tenía noticias desde hacía mucho tiempo, con la que se había vuelto a emocionar, como a menudo le ocurría cuando el antiguo alcalde de Córdoba estaba en plena forma y contaba con un puñado de años menos. Sí, le comente que yo también, una semana antes, había presenciado una entrevista con el viejo dirigente izquierdista en televisión, entrevista que me había llamado la atención, al haber comprobado una vez más, que a pesar de los años y de los achaques, “los viejos rockeros nunca mueren”. Y era verdad, me sorprendió Julio Anguita, cuyo aspecto cada día se parecía más al de un fraile franciscano, manteniendo para colmo su ya legendaria y mesiánica lucidez, lo que siempre le había aportado, y le sigue aportando un cierto atractivo que aún consigue enamorar a muchos, como por ejemplo a mi amigo.
Sí, Julio Anguita sigue enamorando a muchos, porque cuando habla sus palabras son luminosas, claras, precisas, cuadrando en ellas todo a la perfección, observándose desde las mismas un panorama mucho más diáfano y comprensible, y esto, en los tiempos en que vivimos, consigue llamar poderosamente la atención. Llama la atención porque en un mundo, en una realidad como la actual, en donde cada día que pasa todo se torna más gris, más embarullado, es de agradecer que de vez en cuando aparezca alguien para recomendarnos con tranquilidad, sin dudas y sin levantar la voz, el camino por el que necesariamente tenemos que transitar.
Es curioso, por lo contradictorio que resulta, que a pesar de los medios con los que se cuenta, de la cantidad de información que cotidianamente maneja el hombre de nuestro tiempo, da la sensación de que éste, cada día que pasa se haya más perdido, encontrándose sin saber a ciencia cierta si defender estos planteamientos con los que acaba de tropezar o aquellos otros que los contradicen, pues la diversidad, la pluralidad extrema en la que vive, paradójicamente, ha logrado desubicarlo y desorientarlo. Hace falta mucho tiempo en la actualidad para descodificar la ingente y contradictoria información que llega, casi toda ella repleta de mensajes implícitos nada gratuitos, por lo que mantener una opinión sólida y fundamentada en una realidad tan líquida como la actual, es en sí una heroicidad que exige un esfuerzo que no todo el mundo, y resulta lógico, está dispuesto a realizar. Ante tal realidad, algunos se refugian acríticamente en cuatro o cinco ideas que creen irrebatibles, sean cuales sean éstas, mientras que la mayoría prefiere no pronunciarse, al ser conscientes que nadan en ese territorio de nadie, que para colmo se encuentra superpoblado, en donde se asienta el vacuo y siempre socorrido “pensamiento mayoritario”.
Por lo anterior, hoy se echa en falta y se aplauden a rabiar todos aquellos discursos que con rotundidad le “llame pan al pan y al vino vino”, aquellos que, sin mostrar duda alguna, y al ser posible con cierta amenidad, digan en cada momento lo que hay que decir, dejando claro una vez más aquello que tanta falta nos hace oír, que incluso en unos tiempos como los actuales, “dos más dos siguen siendo cuatro”. En esta situación que consigue desestabilizar a muchos, aparecen figuras como la de Julio Anguita, siempre predicando y afirmando (él siempre afirma), al tiempo que recuerda las ideas fundamentales que en ningún momento hay que olvidar. Escuchar a Anguita reconforta, aporta fuerzas, sobre todo a aquellos que se encuentran cerca de su pensamiento político, espanta dudas, pero al mismo tiempo se observa algo en él, que al menos a algunos nos llena de preocupación. Resulta preocupante porque Julio Anguita es un político, un político y no un ideólogo, dos actividades, que aunque muchos crean que se encuentran íntimamente unidas son radicalmente diferentes, de suerte, que de forma constante entran en colisión. Julio Anguita es un ideólogo que se “metió” un día a político, como hubiera podido hacerse militar o sacerdote (actividades ambas que también cuadran con su perfil), dedicándose a predicar su doctrina por las calles y por las plazas, al grito de que lo importante es tener un programa, como si con cuatro o con veinte postulados concatenados, en una sociedad como la nuestra, en la complejidad de las mismas, todo estuviera solucionado. El problema de Anguita es que es un creyente, alguien que sólo con mucha dificultad puede llegar a comprender que existe otra verdad que la suya, lo que consigue descalificarlo como político.
Un político de verdad es, tiene que ser necesariamente diferente, lo que no quiere decir que tenga que carecer de ideología, pero lo que está claro es no puede estar enamorado de ella, pues tal hecho le incapacitaría para su labor. El político de raza, el político necesario, el que se aleja por igual del político ideólogo como del político funcionario, es el que sabe que de vez en cuando hay que bajarse de la tribuna, del estrado, para enfrentarse de tú a tú con los que piensan de forma distinta, al estar convencido que sólo poniendo sobre la mesa todas las formas de entender la realidad, se podrá llegar a acuerdos que consigan abrir caminos consensuados por los que sea posible que todos puedan adentrarse para desarrollar sus vidas sin demasiados problemas. Sí, la misión del político es la de encontrar el consenso, a sabiendas que tal hecho implica, dejar parte de los postulados que se poseen en el camino, en aras de acuerdos beneficiosos para el conjunto de la comunidad, algo que para los fundamentalistas de cualquier filiación resulta abominable. La ambición de todo fundamentalista es la de conseguir implantar íntegramente su concepción ideológica, mientras que la del político de raza es la de llegar a acuerdos que le permitan tener que abandonar el menor número posible de postulados, con objeto de llegar a un entendimiento que posibilite un marco social aceptable para todos.
La luminosidad de Julio Anguita, que con tanta facilidad suele enamorar a todos los que embobados escuchan sus proclamas, incluso a aquellos que se sitúan en posicionamientos diferentes a los suyos, y que nunca han servido para otra cosa que para eso, para seducir a los que necesitan ser seducidos, contracta con las tonalidades ensombrecidas y grisácea que siempre han acompañado a Santiago Carrillo, que desgraciadamente ha fallecido hace unos días. Carrillo sí ha sido un político de raza, un político inteligente y no un político enamorado de sus dioses y de sus creencias, al ser alguien que comprendió, aunque fuera un poco tarde, que existían diferentes formas de ver y de entender la realidad, y que el hecho de ser político, de querer ser político, le obligaba a intentar, en la medida de lo posible, entenderse con los representantes de las opciones ideológicas diferentes a la suya.
En España sobran políticos funcionarios, haciendo falta más políticos de raza, más políticos que desde la inteligencia, como en su momento hizo Carrillo, tengan la altura suficiente como para desde la misma ver algo más que sus propios hombros. Afortunadamente, si se exceptúa a Anguita, que por mucho que últimamente se esté moviendo ya está completamente amortizado, en este país no abundan los políticos ideólogos, aquellos que parecen que tienen como única función real la de fomentar el populismo, aunque con toda seguridad existe una elevada demanda de ellos. Espero que no reaparezcan, pues ante todo son peligrosos.

Lunes, 24 de septiembre de 2012

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