lunes, 3 de diciembre de 2012

Sobre la crisis y los empresarios

3.- Sobre los empresarios y la crisis

La crisis es una cruel realidad. Me paso horas delante del televisor o escuchando la radio, además de leyendo múltiples artículos en la prensa, para intentar comprender las causas y para conocer los devastadores efectos de la recesión o de la depresión que estamos padeciendo, pero desde donde mejor se puede observar y calibrar lo que realmente está acaeciendo es en la calle, contactando con los que de verdad, y en sus propias carnes, la sufren y la soportan. Como me ocurrió hace unos meses en Pino Montano, ayer me encontré con otra cara de la realidad a la que no se le está prestando la atención que merece, posiblemente porque no se quiere llamar a las cosas por su nombre, y es la nefasta actitud empresarial, la funesta cualificación de una parte muy importante, sí, muy importante de la clase empresarial realmente existente. En Sevilla no abundan los grandes empresarios, como tampoco abundan las grandes empresas, sosteniéndose históricamente el tejido productivo de la ciudad en lo que ahora se llaman los pequeños emprendedores, que poco a poco, una vez pinchada la burbuja financiera en la que durante un periodo bastante prolongado todos hemos vivido, se están dedicando a cerrar sus empresas, en muchos casos meros chiringuitos, dejando a una ingente multitud de trabajadores en el desempleo.
Con lo anterior no quiero decir, aunque la actitud de muchos de ellos haya sido delictiva, al menos socialmente, que todos han obrado con mala voluntad, no, lo que quiero decir, es que para la mayoría de ellos ser empresario no es otra cosa que ganar dinero, y que los empleados que han necesitado tener, no han sido más que meros instrumentos para obtener dicho fin, importándoles muy poco las circunstancias en las que vivían y en las que han quedado una vez que se han desprendido de ellos. El problema es que nunca han comprendido el papel social que un empresario debe ejercer, posiblemente porque nadie le ha explicado la función social que los mismo tienen que realizar, pero lo cierto es, como ahora se está demostrando, que no han estado a la altura mínima exigida, siendo ellos responsables en muchos casos, por su falta de previsión, por la manera suicida de gestionar sus empresas, de la terrorífica situación por la que estamos atravesando.
Lo anterior viene a cuento, porque ayer estuve en el bar en donde habitualmente paro cuando voy al centro, y el encargado, al que me une cierta amistad, ya sin tapujos, me comentó la situación que estaba atravesando él y sus compañeros, situación que le iba a empujar a abandonar su puesto de trabajo, en el que ya lleva más de cinco años, para buscar otro en el que al menos le paguen todos los meses. Tan mal lo está pasando este hombre, y sus compañeros, que además de llevar más de tres meses sin poder pagar la hipoteca, con todo lo que este hecho trae consigo, ha tenido incluso que vender los anillos de boda, el suyo y también el de su mujer, para poder comer.
Se puede comprender que un empresario no le pague a sus trabajadores porque las ventas no vayan bien, por problemas puntuales de falta de liquidez, pero si se observa que el negocio funciona, que la recaudación, a pesar de la crisis, se sigue manteniendo de forma aceptable, hay que comprender que algo falla cuando los empleados llevan meses sin poder cobrar. El problema del bar del que hablo, desde mi punto de vista uno de los mejores del centro de Sevilla, sobre todo por su relación calidad precio, es que mientras todo fue bien, es decir cuando la caja que se hacía diariamente era muy superior a lo esperado, no había ningún problema, pero que desde el momento en que la recaudación volvió a la normalidad, a ese treinta por ciento menos que la realidad imponía, aparecieron todas las carencias de la gestión que se estaba llevando a cabo.
Aquí, como en todos los casos parecidos, y tengo alguno muy cercano, el problema no ha radicado en los trabajadores, ni en la crisis económica, ni tampoco en la política económica del gobierno, sino en la nefasta actitud de unos empresarios que no han sabido hacer sostenibles sus negocios, al estar siempre pensando en el día a día, o mejor dicho, en cuánto dinero se podían llevar a sus casas cada día, en lugar de comprender, realizando las previsiones y las provisiones adecuadas, que no siempre, por aquello de los ciclos, se podía vivir en el régimen de bonanza económica en el que se había estado viviendo.

27.09.12


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