viernes, 7 de noviembre de 2014

Sobre la abdicación del Rey, 1

28.- Sobre la abdicación del Rey, 1

            El lunes pasado, de forma inesperada y creo que inoportuna, el Rey, después de treinta y nueve años de ejercicio, presentó su abdicación al país, dejando su puesto a su hijo Felipe, que dentro de unas semanas pasará a denominarse Felipe VI. Muchos creíamos desde hacía tiempo que ese movimiento dado sería fundamental para el sostenimiento de la propia monarquía, pues el descrédito en el que la institución había caído, hacía difícil, o problemática su permanencia en un país eminentemente republicano como el nuestro, por lo que la situación de una figura tan “quemada” o amortizada como la de Juan Carlos, demasiado asociada a lo que algunos ya denominan el antiguo régimen, el de La Transición, por la de Felipe, alguien sin apenas aristas conocidas, podría revitalizar de cara a la opinión pública la imagen y la función de dicha institución. Era, como decía, un movimiento necesario, pero también un movimiento que difícilmente se podría llevar a cabo, sobre todo por aquello de que “los reyes mueren pero no abdican”, motivo por el cual, desde la propia Casa del Rey se ha tenido que observar excesivamente problemática la situación para propiciar el paso que se ha realizado.
            Al parecer, según dicen, la decisión fue tomada en el mes de enero pasado, fijándose el momento oportuno para hacerla efectiva, como así ha sido, inmediatamente después de las elecciones al Parlamento Europeo, al estimarse, estoy convencido, que el resultado de las mismas certificaría, aunque de forma anémica, el mapa político que hasta la fecha había venido coloreando la vida política de nuestro país. Pero aunque ciertamente el mapa no ha cambiado, al menos en lo esencial, pues las fuerzas mayoritarias siguen siendo apoyadas por el electorado, sí es verdad que han surgido nuevos sujetos políticos que han revolucionado el momificado escenario en el que se desarrollaba nuestra vida pública, por lo que creo, que ha sido un desatino, para ellos, haber cumplido la promesa sin antes calibrar los pros y los contras, ya que lo más correcto hubiera sido esperar a que desapareciera la resaca que han dejado las elecciones, “parar la pelota” hasta  que el ambiente se enfriase, por ejemplo hasta después del verano, para hacer efectiva la decisión, aunque ello implicase que la resolución del “caso Noos”, en el que están implicados varios miembros de la propia familia real, repercutiera aún más en el desprestigio de la Monarquía.
            La tan afamada Transición política a la democracia, que siempre ha sido tildada por unos y por otros como modélica, y en la que hasta cierto punto se justificaba socialmente la monarquía, sobre todo por los efectos negativos de la crisis económica, se ha demostrado  que se encuentra completamente amortizada, o al menos agonizante, lo que deja en el aire tanto a la institución monárquica como a la forma de entender la política que se ha venido llevando a cabo durante todo este largo periodo de tiempo. Realmente poco se puede salvar, y son las generaciones más jóvenes, que sin duda son las más castigadas por la crisis, las que más subrayan el desapego existente ante todo lo que les rodea, hacia los partidos y a los profesionales de la política, hacia el sistema económico imperante, hacia la prensa tradicional y por supuesto también hacia la monarquía, por lo que urge un profundo cambio institucional que sea capaz de adecuar las estructuras que hasta la fecha han venido rigiéndolo todo a la realidad actual. Sí, porque ahora todo ha quedado al desnudo, comprendiéndose que la sociedad civil iba por un camino mientras que las élites gobernantes, apoyándose en las estructuras que instrumentalizaban en su beneficio, iban por otros, lo que a estas alturas, como se ha demostrado, aún tímidamente en las pasadas elecciones, resulta insostenible. Hace falta, por tanto, para que todo vuelva a renacer, con objeto de que esta sociedad vuelva a recobrar el pulso y la vitalidad, que se produzcan importantes cambios, algunos de los cuales tienen obligatoriamente que ser radicales. En esta coyuntura, en esta extraña coyuntura es cuando se ha producido la abdicación del Rey, lo que de forma obvia ha propiciado que desde diferentes ángulos se ponga en cuestión a la propia institución monárquica.
            En un primer momento, los acontecimientos, han logrado que saquemos a pasear al republicano que todos llevamos dentro, y para que determinadas formaciones políticas desempolven  sus banderas para exigir un referéndum gracias al cual se pueda decidir, democráticamente, si la monarquía debe seguir, o si por el contrario, se instaure la Tercera República. No cabe duda de que aunque se llenen las plazas, tal y como se llenaron algunas el propio lunes pasado, de manifestantes ondeando la enseña tricolor, el debate sobre la monarquía, sobre la permanencia de la monarquía en este bendito país, al tiempo que el de las innumerables reformas que necesariamente se tienen que realizar, debe ir acompañado de  una profunda  y democrática reflexión que desemboque en la constitución de una mayoría social capaz de soportar dichas transformaciones. Volcarlo todo, apostarlo todo por la posibilidad de modificar la jefatura del Estado, de cambiar la Monarquía por la República, en el fondo, aunque la república siempre a algunos nos resulte más atractiva, y hasta cierto punto más democrática, es algo que no tendría necesariamente  que solventar ninguno de los profundos males que nos aquejan, de suerte que sería cambia un florero de una determinada tonalidad por otro para que todo, absolutamente todo permanezca  igual, al menos en lo importante. No obstante, es esencial que sepamos de qué hablamos cuando hablamos de República y de Monarquía parlamentaria, pues puede que las diferencias no sean tan apreciables.


05.06.14

No hay comentarios:

Publicar un comentario