29.- Sobre la
abdicación del Rey, y 2
El
martes, el día después de la abdicación del Rey Juan Carlos, en una tertulia
televisiva, Rodríguez Zapatero ante una pregunta del moderador de la mesa, dijo
que antes que monárquico o que republicano era sobre todo demócrata, y creo que
acertó plenamente al dejar el debate en el punto exacto desde donde hay que
partir, ya que en este momento lo que exige la ciudadanía, tanto los sectores
más politizados como los menos interesados por la política, es en primer lugar
lograr un mayor control democrático de “la cosa pública”, y en segundo lugar trabajar
por una profunda democratización de la sociedad, de suerte que sin lo primero
es completamente imposible lo segundo. Hoy en día, el republicanismo moderno se
fija menos en si un país se constituye como monarquía o como república que en
la intensidad democrática que dicha sociedad pueda generar, por lo que es
absurdo y pueril, escuchar a alguien
decir, como le leí en plena vorágine a Javier Cercas, que “prefería vivir en una
monarquía como la sueca que en un régimen republicano como el existente en
Siria”. Lo que realmente a estas alturas hay que plantearse, y plantearse muy
seriamente, es si el sistema sueco es más democrático que el español y el por
qué, ya que lo demás sólo son brindis al sol para tratar de embarcar la pelota
en el tejado con la sola intención de perder tiempo.
Es
comprensible que la izquierda exprese sus preferencias por la República, pero
su labor, lo quiera o no, tiene que ser otra, la de crear un compacto tejido
social dispuesto a exigir una democratización real y radical de nuestras
sociedades, pues lo contrario es preferir, por comodidad, seguir perdiendo el
tiempo con temas accesorios por temor a afrontar los importantes. El problema
es que la izquierda, desde hace tiempo, está acostumbrada a deleitarse con sus
propias consignas, casi todas sólo útiles para decorar sus escaparates, con la
intención de dejar para más adelante lo esencial,
como en este momento está ocurriendo con el tema de la monarquía.
A
pesar de sentirme republicano, algo lógico y natural por otra parte, tengo que
reconocer que el debate que se está suscitando estos días sobre la necesidad de que este país siga siendo una
Monarquía, o que por el contrario se instaure en él una República, me resulta
hasta cierto punto indiferente, sobre todo porque estoy convencido, observando
el status quo, las relaciones de fuerzas existentes, que nada cambiaría de
forma significativa con que en lugar de un monarca disfrutáramos de un
Presidente de la República. Nada, absolutamente nada. De hecho, en lo formal,
prefiero vivir en un régimen parlamentario que en otro presidencialista, por lo
que la función del Jefe del Estado, debe ser el de un relaciones públicas, lo
más apolitizado posible, para que en todo momento, acatando la Constitución,
represente al país y al gobierno elegido por los españoles, sea éste del color
político que sea, de la mejor forma
posible. Lo anterior quiere decir, que ese importante puesto debe ejercerlo un
diplomático sin veleidades políticas, alguien sin demasiadas aristas con el que
nadie se sienta incómodo, por lo que en principio, perfectamente podría serlo
Felipe de Borbón.
Dicho
lo anterior, no vería con desagrado que se pida al país que se manifieste sobre
el tema, pero siempre y cuando, porque esto es lo realmente importante, que en
esa misma consulta se certifique los cambios constitucionales que esta sociedad
necesita necesita para comenzar una nueva etapa. No creo que haga falta un
nuevo periodo constituyente, no, pero sí realizar importantes modificaciones en
el texto actual, que sobre todo debe afectar al encaje de las diferentes
comunidades que conforman el Estado. Desde mi punto de vista, como he comentado
en alguna que otra ocasión, las modificaciones a realizar deben convertir a
este país en un Estado Confederal, en una nación de naciones, en donde el Jefe
del Estado, y repito que me da igual que sea un Presidente de la República o un
monarca, tiene que ser el representante simbólico institucional de todas las
partes, de todos los gobiernos existentes en los diferentes territorios. En una
estructura de estas características, el Senado, que en estos momentos carece de
utilidad, se convertiría en una cámara esencial, en donde los
representantes de todas las comunidades se reúnan para ejercer las
labores de coordinación entre las diferentes políticas que se lleven a cabo,
tanto a nivel interior como exterior.
Por
lo tanto, no me interesa este debate sobre la Monarquía o República, que en el
fondo es de una vacuidad absoluta, pues
lo que me preocupa es lo que este debate trata de ocultar, y sobre todo lo que
se está tejiendo, o no, para modificar
“las cosas”.
Soy
republicano, claro que soy republicano, pero no soy un republicano formal, al
creer que lo importante, lo esencial del republicanismo es su radicalismo
democrático, algo que las fuerzas políticas mayoritarias, por aquello de que
puede amenazar su hegemonía, tratan por todos los medios de neutralizar.
No
soy muy optimista, aunque últimamente están ocurriendo ciertos acontecimientos
que invitan a mantener ciertas esperanzas, pero creo que todos los cambios que
desde diferentes ángulos se exigen como necesarios sólo podrán llevarse a cabo
lentamente, creando nuevas mayorías y nuevos consensos, lo que tal como está el
panorama son difíciles de realizar. Como dije más arriba, lo importante es
tener objetivos claros y no detenernos, o no perder el tiempo en otros que son completamente
secundarios.
06.06.14
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