sábado, 15 de noviembre de 2014

Sobre la abdicación del Rey, y 2

29.- Sobre la abdicación del Rey, y 2

            El martes, el día después de la abdicación del Rey Juan Carlos, en una tertulia televisiva, Rodríguez Zapatero ante una pregunta del moderador de la mesa, dijo que antes que monárquico o que republicano era sobre todo demócrata, y creo que acertó plenamente al dejar el debate en el punto exacto desde donde hay que partir, ya que en este momento lo que exige la ciudadanía, tanto los sectores más politizados como los menos interesados por la política, es en primer lugar lograr un mayor control democrático de “la cosa pública”, y en segundo lugar trabajar por una profunda democratización de la sociedad, de suerte que sin lo primero es completamente imposible lo segundo. Hoy en día, el republicanismo moderno se fija menos en si un país se constituye como monarquía o como república que en la intensidad democrática que dicha sociedad pueda generar, por lo que es absurdo y pueril, escuchar a  alguien decir, como le leí en plena vorágine a Javier Cercas, que “prefería vivir en una monarquía como la sueca que en un régimen republicano como el existente en Siria”. Lo que realmente a estas alturas hay que plantearse, y plantearse muy seriamente, es si el sistema sueco es más democrático que el español y el por qué, ya que lo demás sólo son brindis al sol para tratar de embarcar la pelota en el tejado con la sola intención de perder tiempo.
            Es comprensible que la izquierda exprese sus preferencias por la República, pero su labor, lo quiera o no, tiene que ser otra, la de crear un compacto tejido social dispuesto a exigir una democratización real y radical de nuestras sociedades, pues lo contrario es preferir, por comodidad, seguir perdiendo el tiempo con temas accesorios por temor a afrontar los importantes. El problema es que la izquierda, desde hace tiempo, está acostumbrada a deleitarse con sus propias consignas, casi todas sólo útiles para decorar sus escaparates, con la intención de  dejar para más adelante lo esencial, como en este momento está ocurriendo con el tema de la monarquía.
            A pesar de sentirme republicano, algo lógico y natural por otra parte, tengo que reconocer que el debate que se está suscitando estos días sobre  la necesidad de que este país siga siendo una Monarquía, o que por el contrario se instaure en él una República, me resulta hasta cierto punto indiferente, sobre todo porque estoy convencido, observando el status quo, las relaciones de fuerzas existentes, que nada cambiaría de forma significativa con que en lugar de un monarca disfrutáramos de un Presidente de la República. Nada, absolutamente nada. De hecho, en lo formal, prefiero vivir en un régimen parlamentario que en otro presidencialista, por lo que la función del Jefe del Estado, debe ser el de un relaciones públicas, lo más apolitizado posible, para que en todo momento, acatando la Constitución, represente al país y al gobierno elegido por los españoles, sea éste del color político que sea, de la  mejor forma posible. Lo anterior quiere decir, que ese importante puesto debe ejercerlo un diplomático sin veleidades políticas, alguien sin demasiadas aristas con el que nadie se sienta incómodo, por lo que en principio, perfectamente podría serlo Felipe de Borbón.
            Dicho lo anterior, no vería con desagrado que se pida al país que se manifieste sobre el tema, pero siempre y cuando, porque esto es lo realmente importante, que en esa misma consulta se certifique los cambios constitucionales que esta sociedad necesita necesita para comenzar una nueva etapa. No creo que haga falta un nuevo periodo constituyente, no, pero sí realizar importantes modificaciones en el texto actual, que sobre todo debe afectar al encaje de las diferentes comunidades que conforman el Estado. Desde mi punto de vista, como he comentado en alguna que otra ocasión, las modificaciones a realizar deben convertir a este país en un Estado Confederal, en una nación de naciones, en donde el Jefe del Estado, y repito que me da igual que sea un Presidente de la República o un monarca, tiene que ser el representante simbólico institucional de todas las partes, de todos los gobiernos existentes en los diferentes territorios. En una estructura de estas características, el Senado, que en estos momentos carece de utilidad, se convertiría en una cámara esencial,  en donde los  representantes de todas las comunidades se reúnan para ejercer las labores de coordinación entre las diferentes políticas que se lleven a cabo, tanto a nivel interior como exterior.
            Por lo tanto, no me interesa este debate sobre la Monarquía o República, que en el fondo es de  una vacuidad absoluta, pues lo que me preocupa es lo que este debate trata de ocultar, y sobre todo lo que se está tejiendo, o no,  para modificar “las cosas”.
            Soy republicano, claro que soy republicano, pero no soy un republicano formal, al creer que lo importante, lo esencial del republicanismo es su radicalismo democrático, algo que las fuerzas políticas mayoritarias, por aquello de que puede amenazar su hegemonía, tratan por todos los medios de neutralizar.
            No soy muy optimista, aunque últimamente están ocurriendo ciertos acontecimientos que invitan a mantener ciertas esperanzas, pero creo que todos los cambios que desde diferentes ángulos se exigen como necesarios sólo podrán llevarse a cabo lentamente, creando nuevas mayorías y nuevos consensos, lo que tal como está el panorama son difíciles de realizar. Como dije más arriba, lo importante es tener objetivos claros y no detenernos, o no perder el tiempo en otros que son completamente secundarios.


06.06.14

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