
ACERCAMIENTOS
(acb.012)
Sobre el tercer poder (y 2)
La izquierda real en el fondo nunca ha sido partidaria de estas organizaciones, al observarlas como instituciones utilizadas por el propio Estado para desprenderse de funciones que hasta el momento se veía en la obligación de llevar a cabo, y gracias a las cuales poder aligerar su peso. Observa en ellas una puerta por donde se podría desangrar el Estado, aunque los objetivos de estas organizaciones casi siempre resultan un tanto difuso, pues un gran número de ellas, mantienen su campo de actuación en lugares alejados, en países subdesarrollados o intentando mitigar los efectos de alguna catástrofe natural o social. Sí, éste es un rasgo curioso en estas organizaciones de nuevo cuño, que ponen su vista, lo que hay que reconocer que es elogiable, mucho más allá de nuestras fronteras, posiblemente por dar por sabido, que los problemas que existen aquí en nuestras sociedades, tiene la obligación de afrontarlos el propio Estado. Lo anterior no quiere decir que no existen otras, como Caritas, que ejercen una labor con los más desfavorecidos que en todo momento hay que subrayar, pero a pesar de ello son las que menos atención reciben de los medios, posiblemente porque todos sabemos que su labor callada estará siempre ahí, tapando los agujeros creados por el propio sistema, en una lucha constante y cotidiana contra esa realidad que todos, de una forma o de otra tratamos de ocultar. Resulta también curioso que este tipo de organizaciones, que son muy anteriores al boom de las ONG, casi todas se encuentran en la órbita de la Iglesia Católica, a la que tradicionalmente se le ha encomendado esa tarea social, siendo ellas, por así decirlo, su brazo militar.
Lo cierto, es que aunque en determinados sectores exista cierto voluntarismo ante la acción social, la mayoría de la ciudadanía carece de tal preocupación, al estimarse, que quien puede y debe realizar tal función es quien está mejor preparado para ello, es decir el Estado, y que todo lo demás, son sólo “paños de agua caliente”, que nunca, en ningún caso podrán solucionar nada. El problema, o uno de los problemas, es que la acción social no debe sólo a aspirar “a tapar las goteras” que se vayan produciendo, sino a crear, a articular un sólido tejido social que se extienda entre los límites del Estado y los del mercado, que aunque se nos quiera hacer creer lo contrario, es un territorio de una gran amplitud que se puede edificar y explotar en beneficio de todos, y que hasta ahora, de forma ilegítima, ha estado colonizado por esos dos sectores, el público y el mercantil, gracias a la pasividad y a la desidia de sus auténticos propietarios, la sociedad civil. Estoy convencido, cada día más convencido que la izquierda social, y hay que apuntar que hasta que ésta no exista realmente no existirá una izquierda política fuerte, tiene la obligación de reivindicar para la ciudadanía ese vasto territorio, para articular un tercer poder que se erija con solidez entre los otros dos poderes, el público o estatal y el que representan los mercados.
En el campo de la cultura, tanto en el de la gran cultura como en el de la pequeña, es donde más actuaciones se podrían acometer, sobre todo en los momentos actuales, en donde la profunda crisis que estamos padeciendo, está obligando a las instituciones públicas a dejar a un lado la mayor parte de los compromisos culturales que tenía contraídos. Los medios de comunicación hablan estos días de la suspensión de gran número de festivales de cine, de encuentros artísticos e incluso de de premios literarios, por no hablar de un gran número de acontecimientos culturales de menor talla que poblaban, hasta hace bien poco, la amplia geografía de nuestro país, lo que en gran medida va a provocar una desertización de la vida cultural. Nadie puede negar a estas alturas, que la cultura y la vida cultural ha florecido en nuestro país apoyándose en las muletas que las instituciones públicas le ofrecían, es decir, gracias al dinero de todos, ya que desde los ayuntamientos, diputaciones o comunidades autónomas, por no hablar ya del propio Estado, se aportaban un gran número de subvenciones que hacían posible la existencia de un tejido cultural de cierto calibre, subvenciones que dadas las circunstancias, van a desaparecer por completo, pues si de algún lugar hay que cortar, siempre será por el lado más débil, por el menos esencial, es decir por la cultura. Pero aunque normal para casi todos, lo que está ocurriendo debe llamar la atención, pues en primer lugar demuestra, la dependencia de esa cultura al gran mecenas de nuestra época, pero también el escaso interés que ha existido por crear un marco cultural autónomo y sostenible. No puede ser, no se puede admitir, que cuando lo que la sostenía ha desaparecido, la cultura haya dejado de tener presencia en nuestras calles.
Por ello, ante la situación que se avecina en el ámbito cultural, los interesados en ella, en cualquiera de sus facetas, en lugar de lamentarse por la situación, que a todas luces resulta irreversible, deben lanzarse a la calle para crear múltiples asociaciones, talleres creativos y espacios culturales, gracias a los cuales se puedan crear los cimientos de una forma diferente de entender la cultura, en donde tengan cabida todos los planos de exigencia que existan en ella. Cuando se creen las bases, todo lo demás vendrá “sobre ruedas”, con el agravante, que la cultura que venga, por muy elitista que sea, será mucho más vivida por todos, porque no dependerá de la artificiosidad de las subvenciones, sino de la necesidad de la propia ciudadanía.
Como en el plano de la cultura, que he sacado a colación como ejemplo, debería de pasar en todas las facetas de nuestra poliédrica vida social, pues la crisis existente, si algo puede tener de positivo, es que puede empujar a la ciudadanía a que abandone su actitud de enroque permanente, para obligarla a dar el paso necesario gracias al cual poder tomar los espacios públicos, lo que con el tiempo conseguiría convertirla en un poder real, y no como hasta ahora, con el que siempre se tenga que contar.
Martes, 4 de octubre de 2011
(acb.012)
Sobre el tercer poder (y 2)
La izquierda real en el fondo nunca ha sido partidaria de estas organizaciones, al observarlas como instituciones utilizadas por el propio Estado para desprenderse de funciones que hasta el momento se veía en la obligación de llevar a cabo, y gracias a las cuales poder aligerar su peso. Observa en ellas una puerta por donde se podría desangrar el Estado, aunque los objetivos de estas organizaciones casi siempre resultan un tanto difuso, pues un gran número de ellas, mantienen su campo de actuación en lugares alejados, en países subdesarrollados o intentando mitigar los efectos de alguna catástrofe natural o social. Sí, éste es un rasgo curioso en estas organizaciones de nuevo cuño, que ponen su vista, lo que hay que reconocer que es elogiable, mucho más allá de nuestras fronteras, posiblemente por dar por sabido, que los problemas que existen aquí en nuestras sociedades, tiene la obligación de afrontarlos el propio Estado. Lo anterior no quiere decir que no existen otras, como Caritas, que ejercen una labor con los más desfavorecidos que en todo momento hay que subrayar, pero a pesar de ello son las que menos atención reciben de los medios, posiblemente porque todos sabemos que su labor callada estará siempre ahí, tapando los agujeros creados por el propio sistema, en una lucha constante y cotidiana contra esa realidad que todos, de una forma o de otra tratamos de ocultar. Resulta también curioso que este tipo de organizaciones, que son muy anteriores al boom de las ONG, casi todas se encuentran en la órbita de la Iglesia Católica, a la que tradicionalmente se le ha encomendado esa tarea social, siendo ellas, por así decirlo, su brazo militar.
Lo cierto, es que aunque en determinados sectores exista cierto voluntarismo ante la acción social, la mayoría de la ciudadanía carece de tal preocupación, al estimarse, que quien puede y debe realizar tal función es quien está mejor preparado para ello, es decir el Estado, y que todo lo demás, son sólo “paños de agua caliente”, que nunca, en ningún caso podrán solucionar nada. El problema, o uno de los problemas, es que la acción social no debe sólo a aspirar “a tapar las goteras” que se vayan produciendo, sino a crear, a articular un sólido tejido social que se extienda entre los límites del Estado y los del mercado, que aunque se nos quiera hacer creer lo contrario, es un territorio de una gran amplitud que se puede edificar y explotar en beneficio de todos, y que hasta ahora, de forma ilegítima, ha estado colonizado por esos dos sectores, el público y el mercantil, gracias a la pasividad y a la desidia de sus auténticos propietarios, la sociedad civil. Estoy convencido, cada día más convencido que la izquierda social, y hay que apuntar que hasta que ésta no exista realmente no existirá una izquierda política fuerte, tiene la obligación de reivindicar para la ciudadanía ese vasto territorio, para articular un tercer poder que se erija con solidez entre los otros dos poderes, el público o estatal y el que representan los mercados.
En el campo de la cultura, tanto en el de la gran cultura como en el de la pequeña, es donde más actuaciones se podrían acometer, sobre todo en los momentos actuales, en donde la profunda crisis que estamos padeciendo, está obligando a las instituciones públicas a dejar a un lado la mayor parte de los compromisos culturales que tenía contraídos. Los medios de comunicación hablan estos días de la suspensión de gran número de festivales de cine, de encuentros artísticos e incluso de de premios literarios, por no hablar de un gran número de acontecimientos culturales de menor talla que poblaban, hasta hace bien poco, la amplia geografía de nuestro país, lo que en gran medida va a provocar una desertización de la vida cultural. Nadie puede negar a estas alturas, que la cultura y la vida cultural ha florecido en nuestro país apoyándose en las muletas que las instituciones públicas le ofrecían, es decir, gracias al dinero de todos, ya que desde los ayuntamientos, diputaciones o comunidades autónomas, por no hablar ya del propio Estado, se aportaban un gran número de subvenciones que hacían posible la existencia de un tejido cultural de cierto calibre, subvenciones que dadas las circunstancias, van a desaparecer por completo, pues si de algún lugar hay que cortar, siempre será por el lado más débil, por el menos esencial, es decir por la cultura. Pero aunque normal para casi todos, lo que está ocurriendo debe llamar la atención, pues en primer lugar demuestra, la dependencia de esa cultura al gran mecenas de nuestra época, pero también el escaso interés que ha existido por crear un marco cultural autónomo y sostenible. No puede ser, no se puede admitir, que cuando lo que la sostenía ha desaparecido, la cultura haya dejado de tener presencia en nuestras calles.
Por ello, ante la situación que se avecina en el ámbito cultural, los interesados en ella, en cualquiera de sus facetas, en lugar de lamentarse por la situación, que a todas luces resulta irreversible, deben lanzarse a la calle para crear múltiples asociaciones, talleres creativos y espacios culturales, gracias a los cuales se puedan crear los cimientos de una forma diferente de entender la cultura, en donde tengan cabida todos los planos de exigencia que existan en ella. Cuando se creen las bases, todo lo demás vendrá “sobre ruedas”, con el agravante, que la cultura que venga, por muy elitista que sea, será mucho más vivida por todos, porque no dependerá de la artificiosidad de las subvenciones, sino de la necesidad de la propia ciudadanía.
Como en el plano de la cultura, que he sacado a colación como ejemplo, debería de pasar en todas las facetas de nuestra poliédrica vida social, pues la crisis existente, si algo puede tener de positivo, es que puede empujar a la ciudadanía a que abandone su actitud de enroque permanente, para obligarla a dar el paso necesario gracias al cual poder tomar los espacios públicos, lo que con el tiempo conseguiría convertirla en un poder real, y no como hasta ahora, con el que siempre se tenga que contar.
Martes, 4 de octubre de 2011
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