
ACERCAMIENTOS
(acb.011)
Sobre el tercer poder (1)
El otro día hablaba de que resultaba necesario buscar nuevas alternativas, que hicieran posible que el actual discurso de la izquierda, tan anémico desde hace tanto tiempo, pudiera revigorizarse e incluso reinventarse. Ante la actual situación, que está poniendo en duda la viabilidad del Estado social y de derecho europeo, se observa que la izquierda, después de plegarse vergonzosamente de hecho a las recetas neoliberales, sólo atina a decir, un poco por defender su singularidad, que hay que salvaguardar por todos los medios al Estado del bienestar, aunque sólo sea en sus pilares básicos, es decir, en todo lo que respecta a la educación y a la sanidad. Pero todo aquel que se asome no sólo a lo que está ocurriendo, sino a las causas profundas y no tan profundas que han provocado la actual situación, comprende a la perfección que lo anterior no es más que “un brindis al sol”, ya que desde hace tiempo se ha comenzado a desmantelar dicha estructura, y que dentro de poco, si las cosas siguen como hasta ahora, el Estado del bienestar sólo será un recuerdo. Y esto va a suceder sencillamente porque no se puede pagar, al ser tan costoso, que para sostenerlo haría falta un esfuerzo que la sociedad actual no está dispuesta a asumir.
En el fondo éste es el problema, no que el Estado del bienestar no sea viable ni recomendable, pues no existe voluntad real ni de sostenerlo ni de aplicarle las modificaciones necesarias que consigan de nuevo hacerlo eficiente, actitud de la que en absoluto es ajeno los dictados del discurso ideológico dominante, que no cesa de acusarlo de todos los males que nuestras sociedades padecen en la actualidad. Así las cosas, poco más se puede hacer que no sea el esperar su desmantelamiento definitivo, a no ser que se trabaje en buscar soluciones que al menos sirvan para articular un nuevo discurso y una nueva praxis, que desde la izquierda y desde lo social, aporten alternativas a la única propuesta que hoy por hoy se encuentra sobre la mesa, la de la privatizar la mayor parte de la estructura estatal hoy existente, que es mostrada interesadamente como improductiva y de tener un coste insostenible. Pero ese desmantelamiento no va a consistir en un acto de filantropía, sino en la venta de sus activos (hasta la lotería se quiere privatizar), para que todo lo que pueda ser rentable pase a manos privadas, que según dicen, aunque no se habla de los prejuicios sociales que tal hecho provocaría, los gestionaría de forma más eficiente.
Dadas las circunstancias, que acontezca lo anterior sólo parece ya cuestión de tiempo, pues una “lluvia fina” se ha encargado de convencer a la ciudadanía, no sólo de que el Estado del bienestar es incapaz de gestionar nada de forma adecuada, sino también, que a todos nos iría mejor, mucho mejor, si pudiéramos quitarnos de encima esa pesada y anquilosada estructura que no hace más que “chuparnos la sangre”. Pero la izquierda, entendida ésta de forma radical, no puede quedarse parada, enroscada en una defensa numantina que aspire sólo a retrasar el día de la derrota definitiva, ya que tiene que reconocer, aunque le duela, que la estructura actual del Estado del bienestar presenta enormes deficiencias, debido sobre todo, a que no ha sabido adecuarse a las circunstancias del tiempo presente.
Lo que parece claro es que el Estado no puede encargarse de todo, pero también lo es, que la siempre elogiada iniciativa privada, esa que busca en todo momento la rentabilidad en cada una de sus acciones, tampoco se encuentra capacitada, entre otras razones porque no todo puede ser rentable siempre, para hacerse cargo de lo que hasta el momento se depositaba sobre la espalda del Estado. No, pues que es tan absurdo decir que el Estado debe hacerse cargo de todo, como afirmar, que la iniciativa privada, las empresas, deben ser quien lo sustituya. Y aquí es donde la izquierda, donde una izquierda imaginativa debe comenzar a trabajar, ya que entre una propuesta y otra existe un amplio surtido de posibilidades, algunas bastante interesantes, como sería la de apostar por lo que Rifkin denominaba “El tercer sector”, es decir, por la sociedad civil.
Posiblemente la inexistencia en España, aunque también en toda Europa, de una sólida sociedad civil, dinámica y arraigada, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, se deba al poder omnímodo que siempre ha ejercido sobre esas sociedades, el tan denostado por unos y tan aplaudido por otros Estado del bienestar.
Hasta la fecha el Estado se ha encargado de todo, ya que los europeos, basándose en su excepcional sistema político, hemos delegado en él todas las tareas comunitarias importantes, lo que a la larga ha supuesto, que la sociedad civil, o lo que tendría que ser ésta, perdiera toda su musculatura. Se podría decir que en estos momentos, con la proliferación de las organizaciones no gubernamentales, estamos asistiendo a un proceso de revitalización social, en donde parece que la ciudadanía ha comprendido, después de asumir que el Estado no puede estar en todos los frentes, que tiene la obligación de articularse para estar allí donde las actuaciones del Estado no pueden llegar. Pero hay que subrayar el hecho, que las actividades de este tipo de organizaciones, que tan buena crítica poseen, dependen casi en su totalidad de las subvenciones que reciben precisamente de ese Estado, lo que en el fondo significa, que más que organizaciones no gubernamentales, no son otra cosa que para estatales, ya que son utilizadas por el Estado de tapaderas y como instrumentos para justificar su ineficacia.
Martes, 4 de octubre de 2011
(acb.011)
Sobre el tercer poder (1)
El otro día hablaba de que resultaba necesario buscar nuevas alternativas, que hicieran posible que el actual discurso de la izquierda, tan anémico desde hace tanto tiempo, pudiera revigorizarse e incluso reinventarse. Ante la actual situación, que está poniendo en duda la viabilidad del Estado social y de derecho europeo, se observa que la izquierda, después de plegarse vergonzosamente de hecho a las recetas neoliberales, sólo atina a decir, un poco por defender su singularidad, que hay que salvaguardar por todos los medios al Estado del bienestar, aunque sólo sea en sus pilares básicos, es decir, en todo lo que respecta a la educación y a la sanidad. Pero todo aquel que se asome no sólo a lo que está ocurriendo, sino a las causas profundas y no tan profundas que han provocado la actual situación, comprende a la perfección que lo anterior no es más que “un brindis al sol”, ya que desde hace tiempo se ha comenzado a desmantelar dicha estructura, y que dentro de poco, si las cosas siguen como hasta ahora, el Estado del bienestar sólo será un recuerdo. Y esto va a suceder sencillamente porque no se puede pagar, al ser tan costoso, que para sostenerlo haría falta un esfuerzo que la sociedad actual no está dispuesta a asumir.
En el fondo éste es el problema, no que el Estado del bienestar no sea viable ni recomendable, pues no existe voluntad real ni de sostenerlo ni de aplicarle las modificaciones necesarias que consigan de nuevo hacerlo eficiente, actitud de la que en absoluto es ajeno los dictados del discurso ideológico dominante, que no cesa de acusarlo de todos los males que nuestras sociedades padecen en la actualidad. Así las cosas, poco más se puede hacer que no sea el esperar su desmantelamiento definitivo, a no ser que se trabaje en buscar soluciones que al menos sirvan para articular un nuevo discurso y una nueva praxis, que desde la izquierda y desde lo social, aporten alternativas a la única propuesta que hoy por hoy se encuentra sobre la mesa, la de la privatizar la mayor parte de la estructura estatal hoy existente, que es mostrada interesadamente como improductiva y de tener un coste insostenible. Pero ese desmantelamiento no va a consistir en un acto de filantropía, sino en la venta de sus activos (hasta la lotería se quiere privatizar), para que todo lo que pueda ser rentable pase a manos privadas, que según dicen, aunque no se habla de los prejuicios sociales que tal hecho provocaría, los gestionaría de forma más eficiente.
Dadas las circunstancias, que acontezca lo anterior sólo parece ya cuestión de tiempo, pues una “lluvia fina” se ha encargado de convencer a la ciudadanía, no sólo de que el Estado del bienestar es incapaz de gestionar nada de forma adecuada, sino también, que a todos nos iría mejor, mucho mejor, si pudiéramos quitarnos de encima esa pesada y anquilosada estructura que no hace más que “chuparnos la sangre”. Pero la izquierda, entendida ésta de forma radical, no puede quedarse parada, enroscada en una defensa numantina que aspire sólo a retrasar el día de la derrota definitiva, ya que tiene que reconocer, aunque le duela, que la estructura actual del Estado del bienestar presenta enormes deficiencias, debido sobre todo, a que no ha sabido adecuarse a las circunstancias del tiempo presente.
Lo que parece claro es que el Estado no puede encargarse de todo, pero también lo es, que la siempre elogiada iniciativa privada, esa que busca en todo momento la rentabilidad en cada una de sus acciones, tampoco se encuentra capacitada, entre otras razones porque no todo puede ser rentable siempre, para hacerse cargo de lo que hasta el momento se depositaba sobre la espalda del Estado. No, pues que es tan absurdo decir que el Estado debe hacerse cargo de todo, como afirmar, que la iniciativa privada, las empresas, deben ser quien lo sustituya. Y aquí es donde la izquierda, donde una izquierda imaginativa debe comenzar a trabajar, ya que entre una propuesta y otra existe un amplio surtido de posibilidades, algunas bastante interesantes, como sería la de apostar por lo que Rifkin denominaba “El tercer sector”, es decir, por la sociedad civil.
Posiblemente la inexistencia en España, aunque también en toda Europa, de una sólida sociedad civil, dinámica y arraigada, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, se deba al poder omnímodo que siempre ha ejercido sobre esas sociedades, el tan denostado por unos y tan aplaudido por otros Estado del bienestar.
Hasta la fecha el Estado se ha encargado de todo, ya que los europeos, basándose en su excepcional sistema político, hemos delegado en él todas las tareas comunitarias importantes, lo que a la larga ha supuesto, que la sociedad civil, o lo que tendría que ser ésta, perdiera toda su musculatura. Se podría decir que en estos momentos, con la proliferación de las organizaciones no gubernamentales, estamos asistiendo a un proceso de revitalización social, en donde parece que la ciudadanía ha comprendido, después de asumir que el Estado no puede estar en todos los frentes, que tiene la obligación de articularse para estar allí donde las actuaciones del Estado no pueden llegar. Pero hay que subrayar el hecho, que las actividades de este tipo de organizaciones, que tan buena crítica poseen, dependen casi en su totalidad de las subvenciones que reciben precisamente de ese Estado, lo que en el fondo significa, que más que organizaciones no gubernamentales, no son otra cosa que para estatales, ya que son utilizadas por el Estado de tapaderas y como instrumentos para justificar su ineficacia.
Martes, 4 de octubre de 2011
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