40.- La batalla
de la izquierda y 2
Lo que resulta evidente, y esto
se comprueba elecciones tras elecciones, es que la izquierda es minoritaria en
un país como España, que en contra de lo que siempre se nos ha dicho, es un
país dócil que se asienta políticamente en posiciones conservadoras de centro
izquierda. Los españoles no aspiran a que se produzcan cambios radicales que
puedan tener la virtud de propiciar escenarios de inestabilidad, ni tan
siquiera en momentos tan difíciles como los actuales, al no querer jugarse a
una carta la calidad de vida que son conscientes de haber conseguido en los
últimos años. Están molestos, sí, incluso muy cabreados con sus representantes
y con la coyuntura por la que están atravesando, pero en el fondo están
convencido que todo, y en poco tiempo, volverá a su cauce, prueba de ello ha
sido su apoyo en estas elecciones a una de las formaciones esenciales de los
que algunos denominan “el régimen del 78”, dejando en segundo lugar a la otra.
Hoy
la pedagogía social la realizan los medios de comunicación, por lo que poco se
puede esperar de la consciencia social transformadora que puedan llegar a tener
nuestras sociedades, que a lo máximo que pueden llegar, es a exigir a las
organizaciones políticas que la representan, y en la medida de lo posible, a
que sean honradas para poder seguir confiando en ellas. Esa ha podido ser la
base del “efecto Podemos”, el grito enarbolado por muchos con objeto de que las
formaciones políticas tradicionales comprendan que tienen que modificar sus
formas de actuar si realmente desean seguir siendo apoyadas. Y parece, como se
ha visto, que ya ha caducado ese efecto, o lo que es lo mismo, que la
ciudadanía cree que ya es suficiente, que el mensaje ha sido entendido y que a
partir de ahora, todo necesariamente
tendrá que ser diferente.
Como
imaginaba, las elecciones andaluzas han servido para dejar las cosas en su
sitio, han servido para que “cada mochuelo vuelva a su olivo”, pues tras ellas,
parece que la fiesta ha terminado, al quedar claro que “el cielo no se toma al
asalto”, así como así, como algunos cargados de idealismo pensaban, sólo, y en
el mejor de los casos, la finca del vecino, lo que es más de lo que en
principio pudiera parecer. Y en estas estamos, observando que después de la
resaca cada cual se encuentra en el lugar que le corresponde, contabilizando
los destrozos, haciendo balance e intentando enjuagar las perdidas lo mejor
posible. Pero como casi siempre ocurre, en la casa de los más pobres es donde
parece que el aguacero más se ha cebado, y en donde es posible que nada vuelva
a ser igual que antes.
La
izquierda ha vivido una fiesta y los resultados de la misma pueden que una vez
más la lleven a un callejón sin salida, en donde la lucha por la hegemonía
dentro de la misma, acabe por desangrándola en una contienda interna que en el
fondo nadie desea. Ha habido un loable intento por ensanchar sus fronteras, una
ofensiva por revitalizarla que ha fracasado porque ciertamente “no había más
cera de la que ardía”, pero que ha conseguido, sin quererlo, arrasar con buena
parte de la izquierda establecida, que no obstante, piensa resistir hasta
última hora, si fuera necesario de forma numantina, los ataques de los barbaros
y de los descamisados que salieron desencantados de su seno, y que sin respeto,
quieren poner en duda su civilizada y colaboracionista labor.
Sí,
es posible que “Podemos” haya fracasado en su valeroso intento, pero seguro que
antes de entregar las armas van a luchar por tomar la antigua y debilitada
fortaleza de Izquierda Unida, cosa que ya casi han logrado en Andalucía. Ese no
era el objetivo, pero hacerse con el control de la izquierda tampoco sería un
mal premio. Izquierda Unida no va a rendirse, no es su estilo entregar llorando
las llaves de sus dominios, al igual que posiblemente “Podemos” tampoco se las
exigirá, pero está claro, muy claro, que la batalla posiblemente ya esté
decidida, y que después de los próximos comicios, las municipales y las
autonómicas, si se consigue de forma civilizada que la sangre de ambas
formaciones no llegue al río, el acuerdo no sólo va a ser posible, sino
imprescindible.
Julio
Anguita, que para ambos sectores sigue siendo una figura venerada, lo dejó
claro en el mitin en el que inexplicablemente apoyó a Izquierda Unida, “que hay
que buscar el pacto”, unos pactos que ahora parecen más necesarios que nunca, no
ya para tomar el Palacio de Invierno, no, pero sí para que la izquierda y para
todo lo que ésta representa, no siga siendo una opción residual a la que ni si
quiera le quede sangre en la venas. Un pacto que no radique en la suma de ambas
formaciones, sino en la refundación de una nueva fuerza, en la articulación de
sus militantes y de sus simpatizantes en torno a un programa común, de un
programa comúnmente elaborado, que fije nuevos objeticos y nuevas formas de
actuar, que tenga para colmo la virtud de crear nuevos itinerarios a seguir.
Creo
que la izquierda no se puede permitir un enfrentamiento entre ambas
organizaciones, que lo sensato sería que lo mejor de cada una se conjugue para
hacer un nuevo proyecto que consiga traer entusiasmo y ganas a una ciudadanía
que se hunde en la apatía. Pero ese algo nuevo tiene que aportar un nuevo
discurso integrador y expansivo, que aspire más que a socializar la sociedad, a
democratizarla, que es donde Izquierda Unida no ha estado a la altura. La
radicalidad democrática debe, tiene que ser el eje sobre el que una nueva
izquierda social y política tenga que profundizar en los próximos años, a no
ser que prefiera seguir oculta en el agujero en el que, algunos, desean que
siga sepultada.
25.03.15