miércoles, 23 de enero de 2013

Son necesarias ideas innovadoras

7.- Son necesarias estrategias innovadoras

La dureza de la crisis que estamos padeciendo nos tiene que obligar, a todos, a realizar un esfuerzo, que no puede consistir sólo en implementar y en soportar reformas y recortes, ya que lo importante, después de analizar y comprender dónde nos encontramos, y de al menos intuir hacia dónde podemos dirigirnos, es intentar articular estrategias tendentes a configurar un nuevo tipo de sociedad más acorde con los tiempos que nos han tocado en suerte. Son unos tiempos que observamos como nefastos, como corresponde a todo tramo final de una etapa, que nos deben empujar a que se lleve a cabo ese salto cualitativo por el que desde hace tiempo se viene suspirando, el que nos desplace de una vez por todas, y de verdad, de la sociedad industrial agonizante en la que vivimos, a la posindustrial. Se quiera o no, hemos estado viviendo en una época agonizante, o en todo caso en un periodo histórico fronterizo, en el que nos hemos dedicado a tirar los últimos cohetes que aún nos quedaban intactos, en un periodo al que no se podrá volver, ante el que toda nostalgia no significará más que intentar esconder la cabeza debajo del ala, en suma mera cobardía, pues en realidad lo que hay que hacer, aunque nos cueste trabajo sólo intentarlo, es mirar hacia adelante con objeto de buscar salidas imaginativas, pero sobre todo certeras, que nos empujen a abandonar el lugar en donde nos encontramos encallados, lo que sin duda no va a resultar fácil.
Sí, estamos encallados, pues ante la profunda recesión que estamos atravesando, que para muchos ya es una depresión en toda regla, se buscan recetas antiguas tendentes a recobrar un tiempo pasado que no volverá. Se habla de que hay que reducir los costes, que es necesario aumentar los ingresos con objeto de hacer nuestras economías más competitivas y rentables, de redimensionar la Administración, todo con la sana intención de que las aguas vuelvan a su cauce, aunque todos sabemos, o intuimos, que el mayor de los problemas, el del desempleo, al ser estructural, es imposible que pueda atajarse, pues en la actualidad ya no hacen falta tantos trabajadores en activo para mantener los niveles de producción que se necesitan. Pero en contrapartida, también se sabe, que sin unos niveles de empleo aceptables, es imposible mantener unos índices de consumo que puedan mantener al sistema, un sistema que se basa precisamente en eso, en el consumo. Los ingenieros y los teóricos sociales lo tienen difícil, aunque muchos de ellos comienzan a estar convencidos que resulta necesario reformas estructurales innovadoras que difícilmente podrán ser aceptadas en un principio, pero que sí pueden configurar el germen de un nuevo sistema de convivencia. No obstante, resulta extraño, que el poder real, de forma suicida, siga empeñado en publicitar que las fórmulas emanadas desde los cenáculos del liberalismo radical, son las únicas que nos podrán sacar del atolladero, cuando con seguridad saben, que si se llegan a implementar algún día, el conflicto social sería un hecho, siendo sus valedores los que más perderían si tal circunstancia se produjera.
De forma constante y reiterativa se nos viene indicando, y desde hace bastantes años, que al vivir en un mundo globalizado, tal como parece que ocurre en estos momentos, ya todos somos iguales, o de que vamos camino de serlo, y de esta gran mentira puede que provenga el gran error, ya que nuestras sociedades occidentales, no tienen nada que ver, por ejemplo, con la de los llamados países emergentes, que parece que ahora entran, muy orgullosos todos ellos, en la era industrial, mientras que nosotros, un poco aturdidos, hace tiempo que salimos de la misma sin haber encontrado aún el nuevo lugar que nos corresponde. La gran industria ya no tiene sentido, a no ser que se trate de una industria muy especializada, y no por mucho tiempo en los países industrializados y desarrollados de la Europa occidental, que a estas alturas no pueden competir en costes, en costes de mano de obra y de estructuras sociales, con esos otros países que poco a poco están saliendo del subdesarrollo, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que la única salida existente tenga que ser la de bajar nuestros niveles de vida, lo que a todas luces resultaría inviable, ya que tal hecho supondría un retroceso histórico sin sentido. El mundo, aunque hay que reconocer que eso sería lo ideal, nunca podrá ser homogéneo, pues siempre han existido y existirán desfases de desarrollo, por lo que en todo momento presentará importantes asimetrías, que aunque se quieran no podrán ser erradicadas.
No cabe duda que la salida fácil es esa, la de aplicar el proceso de “inflación interna”, que no es otra cosa que intentar rebajar los ingresos de la población, con objeto de que los precios de los productos y de los servicios sean más competitivos, pero tal estrategia no dejaría de ser más que un apaño, que apartaría a un lado, por temor a tocarlo, el problema de fondo, que no es otro que el de buscar una nueva función, o una nueva tarea para nuestras sociedades, que no puede ser la de competir con esas otras economías que posiblemente aún no haga las cosas mejor, pero sí más baratas.
Sí, hay que reconocer que nos encontramos ante una nueva etapa, y que a esta nueva etapa hay que llenarla de contenido, de unos nuevos contenidos capaces de aportar un valor añadido que al menos pueda mantener los actuales índices de calidad de vida y de desarrollo, además de consensuar unas nuevas estructuras administrativas, ecuánimes y sensatas, que mediante la redistribución y el control, imposibiliten volver, como muchos desean, a la ley de la selva.
Para ello, en una primera aproximación, estoy convencido que en lugar de bajar drásticamente el nivel de vida y la capacidad adquisitiva de las denominadas sociedades desarrolladas, hay que hacer precisamente lo contrario, potenciarlos, pues ya que la competencia va a resultar imposible, en todo lo referente a los productos manufacturados, es conveniente potenciar su evolución hacia un nuevo plano histórico, el posindustrial, en donde la calidad será el único marchamo identificativo, como puede ser el turismo, la investigación de alto nivel, la cultura, la agricultura ecológica, etc., actividades en la que estas sociedades pueden encontrar la función y la tarea histórica de la que ahora carecen, lo que paralelamente tiene que traer de la mano un cambio de paradigma ideológico, que subraye la excelencia, la calidad frente a la cantidad.

martes, 15 de enero de 2013

Sobre un artículo de César Molinas

6.- Sobre un artículo de César Molinas

Las credibilidad de la clase política española, y esto a nadie con “dos dedos de luces” le puede extrañar, se encuentra hoy por los suelos, siendo para muchos una de las diferentes variables que han provocado, o que han ayudado a generar la crisis que la sociedad española está padeciendo, crisis que se va a llevar por delante, en poco tiempo, la mayor parte de las conquistas sociales conseguidas en las últimas décadas. Los políticos dicen que no, que el origen de la crisis es exógeno, que estamos padeciendo los efectos de un desmesurado tsunami a consecuencia de un movimiento sísmico acaecido lejos de nuestras costas, admitiendo sólo el hecho de no haber detectado a tiempo las consecuencias que ese fenómeno iba a provocar, lo que les impidió afrontar con las medidas adecuadas, y en el momento oportuno, las secuelas del mismo. Pero parece que esa no es la cuestión, pues las acusaciones que hacia ellos se dirigen, lo que subrayan, es que ese devastador tsunami, lo que sencillamente ha hecho, es dejar al descubierto las carencias y la fragilidad de la estructura económica del país, en donde la denominada clase política si tiene responsabilidades, y muchas.
Se ha hablado y se seguirá hablando de su responsabilidad en, y ante la crisis, de la incapacidad que han demostrado para predecirla y para encararla, lo que para no pocos se debe a la deficiente cualificación de los propios políticos, de los políticos en general, para afrontar cuestiones de envergadura, acostumbrados como han estado, durante demasiado tiempo, a ejercer sus tareas con el viento a favor, pero sobre todo, por no haber sabido prever, que la nave que habían diseñado y fabricado, y de la que en buena medida se habían apoderado, iba a ser incapaz de soportar la más mínima marejada.
Para colmo la mayoría de los políticos “realmente existentes” son políticos funcionarios, sin voz propia, que se limitan a interpretar el papel que les asigna el Partido que les paga y al que pertenecen, sin que en ningún momento se salgan del guión que se les prepara, lo que no ayuda mucho, a favorecer la credibilidad de los mismos, llegando muchos a la conclusión, de que si todos dicen lo mismo, no hace falta que existan tantos, en donde hay que insertar el estado de opinión, cada día más generalizado, que afirma que hay que reducir el número de nuestros representantes. En lo anterior se encuentra uno de los graves problemas de nuestro sistema democrático, que se ha convertido en una partidocracia, en un sistema político gestionado por unos grandes partidos-empresas, que han monopolizado todo el escenario público, y colonizado territorios que en teoría debería corresponder a la sociedad civil, esenciales algunos de los cuales para el control de la actividad que llevan a cabo los propios políticos.
En este contexto de crisis de la política, o mejor dicho de los políticos, me he encontrado con un incendiario artículo de César Molinas, “Una teoría de la clase política”, en donde el autor acusa directamente a ésta, como tal, de ser la causante de la recesión económica que está padeciendo nuestro país, al haber creado las condiciones necesarias para que arraigara de la forma en que lo está haciendo, a diferencia de lo que está acaeciendo en otros países de nuestro entorno más inmediato. Siguiendo con el ejemplo esgrimido con anterioridad, el tsunami ha sido terrible, global, haciendo temblar a todas las economías del mundo occidental, pero en España, que hasta hace poco se enorgullecía del salto cualitativo que había en pocos años realizado, amenaza con convertirse en depresión generalizada, al haber arrasado con todo, dejando en evidencia nuestra realidad.
Para el autor del artículo, la clase política desde que se constituye como tal, sólo mira por sus intereses, que no siempre son los mismos que los intereses del país, de suerte, que el sistema productico que se ha potenciado en España, y no por casualidad, es el que beneficia directamente a los diferentes partidos-empresas, pero no, en ningún caso, el que necesitaba la economía de este país, pues en lugar de diseñarse un sistema sostenible y rentable a largo plazo, se optó por otro con rendimientos a corto pero inviable en el tiempo, como el que se sustentaba en la construcción, ya sea de viviendas o de infraestructuras. Para César Molinas, la clase política ante todo es extractiva, lo que quiere decir, que trata por todos los medios de conseguir rendimientos económicos para soportar las estructuras propias que ha creado, que cada día son más pesadas, y saca ese rendimiento de la propia sociedad, lo que la convierte en parasitaria de la misma. En lugar de un instrumento que con eficacia sirva a la ciudadanía, los partidos-empresas, sigue diciendo César Molinas, ante todo miran por su propio beneficio, lo que los aleja de la propia sociedad, pues resulta inaceptable, que el Partido Popular, por ejemplo, tenga que abonar veintitantos millones anuales de euros sólo en nóminas, cantidad que evidentemente sale, de una forma o de otra, de la propia sociedad a la que tiene y que dice servir. No parece fácil poder encontrar otra empresa, que tenga esos gastos estructurales sin producción y sin beneficio alguno, lo que demuestra a las claras, el despropósito al que se ha llegado.
Desde la óptica anterior, si se observan a los diferentes políticos, todos ellos profesionales de la política, que pululan por los medios de comunicación, ya sea interviniendo en tertulias o dando discursos, con facilidad dan la impresión de que en el fondo no son más agentes comerciales, de importantes empresas todos ellos, que lo que intentan es “vendernos la moto”, intentando, por supuesto, que no veamos los defectos de la que nos presentan, pero al mismo tiempo destacando los problemas de fabricación, al parecer evidente, de la que nos ofrece su competidor, actitud que ha llegado a cansar a una ciudadanía cada día más castigada, que observa cómo sus condiciones de vida, que creía garantizadas, empeoran por momentos.
El articulista también afirma, que en estos momentos difíciles, en los que hay que tomar decisiones importantes pero imprescindibles, la clase política se presenta como un obstáculo, confundiendo “reformas con ajustes”, limitándose sólo a ejercitar los segundos, a pesar de saber, que si no se realizan las reformas necesarias, todos los esfuerzos que se lleven a cabo resultarán vanos. Según él, esa actitud se debe a que gran parte de las reformas que hay que emprender, irían en detrimento de los propios partidos políticos, como por ejemplo la imprescindible reestructuración de las administraciones, lo que dejaría, si se realizara, a una gran cantidad de políticos en la calle, además de significar una merma efectiva de su poder real en la sociedad, por lo que prefieren esperar a “que escampe”, o lo que es lo mismo, a que una nueva coyuntura económica favorable devuelvan las aguas a su cauce.
Lo que dice César Molinas se acerca mucho a la realidad, pues la anunciada y siempre esperada reforma de la Administración, repleta de duplicidades y disfunciones, sólo se ha traducido en un alarmante goteo de despidos de interinos, que contablemente apenas representa nada, salvo aparentar que algo se está haciendo en las entidades públicas para reducir el coste de las mismas, es decir, para intentar vendernos el famoso “chocolate del loro”. Sí, porque lo que parece evidente, es que la clase política es el único sector social que no está sufriendo la crisis, lo que tampoco está bien visto por unos electores, que hacen lo posible para sortear las dificultades con las que cada día se encuentran.
La solución al tema que se plantea, según el autor, es la modificación del sistema electoral, pasar del sistema proporcional que ahora padecemos por otro mayoritario, con objeto de que los diferentes políticos, en lugar de rendir cuentas ante las cúpulas de sus partidos lo hagan directamente ante la ciudadanía que los votan, lo que les obligaría a mantener una actitud radicalmente diferente si en realidad desean mantener su puesto público. La opción elegida por el autor es una de las existentes, aunque estoy convencido de que no resultará fácil y que no podrá ser la única, ya que la ética y la estética del funcionario está bastante arraigada en nuestros políticos, pero de lo que sí estoy seguro, es de que hay que articular estrategias que acaben con eso que se denomina “la clase política”, y contra las mastodónticos centros de poder que hoy por hoy representan los partidos, que son los que han conseguido estrangular el prestigio de la política, lo que será complicado por el tremendo poder que acumulan en la actualidad, pero socialmente no se puede permitir, que hayan conseguido raptar a la política, y mostrar sólo a un sucedáneo de la misma, sin ningún valor, para la ciudadanía.

06.11.12



martes, 8 de enero de 2013

Sobre los sucesos del Madrid Arena

5.- Sobre los sucesos del Madrid Arena

Los sucesos que acaecieron en la madrugada del pasado jueves en el pabellón polideportivo Madrid Arena, donde una avalancha provocó la muerte de cuatro jóvenes, está provocando un tsunami informativo de gran envergadura, en donde las acusaciones de unos y los movimientos defensivos de los otros, está monopolizando el espacio de las tertulias políticas y las primeras páginas de los periódicos. No quiero entrar aquí en los temas vertebrales del debate, al no considerarme capacitado para hablar lo los mismos, pero sí me quiero detener en la rueda de prensa que ayer ofreció la alcaldesa de Madrid, en la que rodeada de sus hombres de confianza en el Ayuntamiento, y de un alto cargo de la Policía Nacional, trató con cierto voluntarismo de tirar todos los “balones fuera”, con la intención de no quedar dañada por los efectos del suceso. De esa rueda de prensa me quedaron varias cosas claras, que Madrid no merece tener una alcaldesa como la que tiene, cuyo único mérito, como pude certificar ayer, es la de ser la mujer de José María Aznar, y por otro lado, que los postulados ideológicos imperantes en estos momentos, consistentes en buena medida en traspasar competencias de lo público a lo privado, traerá consecuencias, todas ellas negativas, en poco tiempo.
Sobre Ana Botella por razones evidentes es mejor no hablar, pero de la justificación, ideológica por supuesto, detrás de la cual trataron de esconderse los responsables municipales, y que es reflejo de los tiempos en que vivimos, sí creo importante reflexionar, pues es conveniente no pasar de largo de lo que en principio puede parecer anecdótico, ya que en ello, casi siempre se asienta lo verdaderamente sustancial. Según dichos responsables, que no descartan si se han producido responsabilidades presentarse como acusación particular, ellos no tienen la culpa de nada, al haberse limitado a ceder a un particular, a una sociedad mercantil privada, por supuesto con ánimo de lucro, un espacio municipal para que en él se realizara una macro fiesta coincidiendo con algo tan español como la festividad de Halloween. También recalcaron, que dicha empresa se había comprometido a respetar todos los protocolos de seguridad que tales eventos exigen, por lo que el municipio poco podía hacer, aparte de cobrar la cantidad económica que el alquiler del espacio les aseguraba. Todo perfecto, al menos para el régimen de capitalismo avanzado hacia el que nos quieren conducir nuestros actuales gobernantes, que aspira a que exista una separación clara entre lo público y lo privado, en donde la única función de lo público, y siempre a posteriori, no puede, o no podría ser otra que la de exigir cuentas, judiciales o económicas, cuando se haya incumplido fehacientemente la legislación o los acuerdos pactados. Este es el nuevo régimen hacia el que nos encaminamos, en donde el poder público, lavándose las manos ante lo que suceda o pueda ocurrir, sólo podrá actuar, con la legislación en la mano, cuando los acontecimientos ya han sucedido, lo que modificará la función de la Administración, a la baja, tal como desean los liberales que desde la pureza ideológica tratan de reorganizar nuestras sociedades.
Este movimiento que se está produciendo, que en el fondo no es más que un golpe de estado silencioso contra lo que hasta ahora se ha denominado el Estado del bienestar, y ante el que pocos hacen algo, parte del supuesto axiomático de que la iniciativa privada todo lo hará mejor que la pública, lo que, por mucho que se publicite, es un grave error, como también lo es lo contrario, ya que ambos sectores en lugar de contraponerse tienen la obligación de complementarse entre sí. Lo privado sólo tiene sentido gracias a la rentabilidad, a los beneficios que la actividad que desarrolla pueda obtener, lo que supone que su labor necesariamente tiene que sustentarse en la existencia de un determinado margen de beneficio o de ganancia para el que la lleve a efecto, de suerte, que todo tiene que observarse desde esa perspectiva, por lo que es lógico, que ante la duda, se prefiera reducir costes, por muy esenciales que estos sean, ante la posibilidad de que se reduzca la rentabilidad. Aquí se puede encontrar la causa de lo ocurrido en Madrid, que la Empresa, para aumentar sus márgenes de beneficio, escatimó en servicios de seguridad, lo que desde el plano estrictamente mercantil parece lógico. Por el contrario, aunque a estas alturas parezca de Perogrullo, las Administraciones Públicas tienen o deben de buscar el bien de la ciudadanía, dejando para un segundo plano la propia rentabilidad.
Pero no hay que entrar en esta dicotomía, tal y como muchos desean, pues se quiera o no, esa es una cuestión completamente superada, ya que lo importante, en las alturas históricas en que nos encontramos, es trabajar por la interrelación entre ambas corrientes, partiendo de la base de que “la pureza”, que es una enfermedad de la adolescencia, y una dañina estrategia ideológica, que suele ocultar más de lo que publicita, es algo que entre todos, por cordura y por realismo, tenemos que erradicar.
Tal como ha sucedido en el origen de la actual crisis económica que padecemos, en donde al haberse abstenido la Administración del control de lo privado, las diferentes instituciones financieras, en su constante búsqueda del beneficio, traspasaron todas las líneas rojas que la prudencia aconsejaba, lo mismo ocurre y puede ocurrir cuando la sacrosanta iniciativa privada, en cualquiera de los ámbitos en que se desarrolle, no es vigilada y controlada exhaustivamente. El Estado no puede ejercer de árbitro a posteriori, cuando todos los desastres ya se han ocasionado, sino que tiene la obligación de estar siempre pendiente, vigilante, observando de cerca que se cumplan las diferentes reglamentaciones, y debe de estar en todo momento dispuesto a intervenir, cuando compruebe, por los motivos que sean, que la normativa se intenta sortear. La bondad del Estado no interventor es un mito, al demostrar la realidad de forma constante y fehaciente su inutilidad, prueba de lo anterior es lo que esta semana ha ocurrido en Madrid.

03.11.12