viernes, 13 de marzo de 2015

Sobre la consulta catalana

33.- Sobre la consulta catalana

            Cuando comenzó la actual legislatura comenté en estas mismas páginas, que la cuestión más escabrosa a la que el estrenado gabinete tendría que enfrentarse sería el denominado “problema catalán”. Con la crisis económica y los múltiples casos de corrupción, el envite nacionalista, con seguridad, ha sido la cuestión que más páginas ha ocupado en los diferentes medios de comunicación, pareciendo en muchas ocasiones, que la cuestión resultaría insoluble, a lo que ayudaba, y mucho, la actitud del propio Presidente Rajoy, que en lugar de salir a la escena política a defender sus tesis, ha preferido, como en otras muchas ocasiones, mantenerse en un segundo plano viendo, observando el desarrollo de los acontecimientos. Esta es  la táctica habitual del jefe del gabinete, la de no actuar, con la intención de que los problemas que se le vayan presentando se desinflen o pierdan fuelle por sí solos, táctica que en esta ocasión, curiosamente, parece que en un principio le ha dado resultado.
            El pasado domingo, nueve de noviembre, se celebró la esperada, y temida por algunos, consulta electoral. Una consulta extraña, pues la que en un principio se pensaba realizar fue ilegalizada, y que fue controlada desde principio a fin por las fuerzas nacionalistas, cuyos portavoces han afirmado que ha representado un auténtico espaldarazo para sus propuestas. Los diferentes informativos televisivos mostraron esa misma noche, y en los días sucesivos, los rostros sonrientes de los líderes independentistas, mientras que la mayoría de los analistas, diré que progresistas, no se cansaban de avalar esa opinión, lo que dejaba la sensación de que la victoria de los postulados independentistas había sido arrolladora y que nos encontrábamos a un paso, a un solo paso de la secesión de Cataluña del Estado español.
            Tengo que reconocer que me encontraba asombrado, perplejo, ya que no comprendía bien la relación existente entre esa alegría que observaba en los rostros y en las declaraciones de los políticos nacionalistas, entre los análisis que leía o que escuchaba, y los datos oficiales, datos oficiales que difundían con gran algarabía las propias formaciones que habían organizado y verificado la consulta. La verdad es que no comprendía nada. Esos datos objetivamente comunicaban, que sólo había votado un tercio (1/3) del censo electoral que se había elaborado para tal ocasión, en el que curiosamente, para colmo, la edad para poder votar se había rebajado a los dieciséis años. Evidentemente el porcentaje de electores que decidieron ir a votar lo hizo de forma mayoritaria por los postulados nacionalistas, lo que a su vez quiere decir que los partidarios de que Cataluña se convierta en un Estado independiente no perdieron la oportunidad de votar con entusiasmo y masivamente. Por ello no comprendían por qué se reían, si por saber que habían ganado la consulta, algo obvio que pasaría para cualquier persona mínimamente interesada por el tema, o  por el hecho de que sólo uno de cada tres catalanes se había molestado en ir a votar. Tampoco comprendía, y sigo sin comprenderlo, que en los análisis que se realizaban, por analistas de prestigio, no subrayaban el hecho para mí esencial, que dos de cada tres catalanes habían preferido, a pesar del todo el andamiaje publicitario desplegado durante demasiado tiempo, darle la espalda al proceso soberanista propiciado por las fuerzas nacionalistas.
            A pesar de las apariencias, al menos esa es mi opinión, el resultado de la consulta ha representado un rotundo fracaso para los nacionalistas, pues ha dejado en evidencia el porcentaje real de población que apoyan sus postulados, que ni de lejos se ha acercado a ese cincuenta por ciento del que tanto se ha hablado, y eso que la opción contraria, la de mantenerse unida de una forma o de otra al Estado español, apenas ha contado con actores potentes que la apoyaran y que la publicitaran. Demasiadas alforjas para tal corto viaje.
            También escribí hace algún tiempo, creo que después de la primera Diada multitudinaria que se celebró en Barcelona, que era partidario que se celebrara el referéndum con objeto de saber el apoyo real con el que contaban las tesis secesionistas, pues con datos sobre la mesa, con datos fidedignos, siempre es más fácil buscar y encontrar soluciones.
            Ahora parece que todo está más claro al tiempo que más complicado para los que se han embarcado en la opción soberanista, pues ya no pueden seguir ocultándose en unos datos que nadie conocía, o lo que es lo mismo, ya no pueden seguir jugando y especulando con lo que ellos, hasta el momento, denominaban “el sentir mayoritario de la ciudadanía”. Lo curioso del tema, y este hecho también es conveniente subrayarlo, es que la clase política catalana es eminentemente nacionalista, como si no ser nacionalista en Cataluña invalidara a alguien para ejercer la policía en cualquiera de los partidos mayoritarios, y llama la atención, porque a pesar de que los nacionalistas han colonizado las instituciones, los medios de comunicación públicos, el mundo de la  cultura y el sistema educativo, no han podido, y esto sí es de nota, convencer al grueso de la población catalana sobre la bondad de sus propuestas, como a la hora de la verdad se ha demostrado.

13.11.14


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