33.- Sobre la
consulta catalana
Cuando comenzó la actual
legislatura comenté en estas mismas páginas, que la cuestión más escabrosa a la
que el estrenado gabinete tendría que enfrentarse sería el denominado “problema
catalán”. Con la crisis económica y los múltiples casos de corrupción, el envite
nacionalista, con seguridad, ha sido la cuestión que más páginas ha ocupado en
los diferentes medios de comunicación, pareciendo en muchas ocasiones, que la
cuestión resultaría insoluble, a lo que ayudaba, y mucho, la actitud del propio
Presidente Rajoy, que en lugar de salir a la escena política a defender sus
tesis, ha preferido, como en otras muchas ocasiones, mantenerse en un segundo
plano viendo, observando el desarrollo de los acontecimientos. Esta es la táctica habitual del jefe del gabinete, la
de no actuar, con la intención de que los problemas que se le vayan presentando
se desinflen o pierdan fuelle por sí solos, táctica que en esta ocasión,
curiosamente, parece que en un principio le ha dado resultado.
El
pasado domingo, nueve de noviembre, se celebró la esperada, y temida por
algunos, consulta electoral. Una consulta extraña, pues la que en un principio
se pensaba realizar fue ilegalizada, y que fue controlada desde principio a fin
por las fuerzas nacionalistas, cuyos portavoces han afirmado que ha
representado un auténtico espaldarazo para sus propuestas. Los diferentes
informativos televisivos mostraron esa misma noche, y en los días sucesivos,
los rostros sonrientes de los líderes independentistas, mientras que la mayoría
de los analistas, diré que progresistas, no se cansaban de avalar esa opinión,
lo que dejaba la sensación de que la victoria de los postulados
independentistas había sido arrolladora y que nos encontrábamos a un paso, a un
solo paso de la secesión de Cataluña del Estado español.
Tengo
que reconocer que me encontraba asombrado, perplejo, ya que no comprendía bien
la relación existente entre esa alegría que observaba en los rostros y en las
declaraciones de los políticos nacionalistas, entre los análisis que leía o que
escuchaba, y los datos oficiales, datos oficiales que difundían con gran
algarabía las propias formaciones que habían organizado y verificado la
consulta. La verdad es que no comprendía nada. Esos datos objetivamente
comunicaban, que sólo había votado un tercio (1/3) del censo electoral que se
había elaborado para tal ocasión, en el que curiosamente, para colmo, la edad
para poder votar se había rebajado a los dieciséis años. Evidentemente el
porcentaje de electores que decidieron ir a votar lo hizo de forma mayoritaria
por los postulados nacionalistas, lo que a su vez quiere decir que los
partidarios de que Cataluña se convierta en un Estado independiente no
perdieron la oportunidad de votar con entusiasmo y masivamente. Por ello no
comprendían por qué se reían, si por saber que habían ganado la consulta, algo
obvio que pasaría para cualquier persona mínimamente interesada por el tema,
o por el hecho de que sólo uno de cada
tres catalanes se había molestado en ir a votar. Tampoco comprendía, y sigo sin
comprenderlo, que en los análisis que se realizaban, por analistas de
prestigio, no subrayaban el hecho para mí esencial, que dos de cada tres
catalanes habían preferido, a pesar del todo el andamiaje publicitario desplegado
durante demasiado tiempo, darle la espalda al proceso soberanista propiciado
por las fuerzas nacionalistas.
A
pesar de las apariencias, al menos esa es mi opinión, el resultado de la
consulta ha representado un rotundo fracaso para los nacionalistas, pues ha
dejado en evidencia el porcentaje real de población que apoyan sus postulados,
que ni de lejos se ha acercado a ese cincuenta por ciento del que tanto se ha
hablado, y eso que la opción contraria, la de mantenerse unida de una forma o
de otra al Estado español, apenas ha contado con actores potentes que la
apoyaran y que la publicitaran. Demasiadas alforjas para tal corto viaje.
También
escribí hace algún tiempo, creo que después de la primera Diada multitudinaria
que se celebró en Barcelona, que era partidario que se celebrara el referéndum
con objeto de saber el apoyo real con el que contaban las tesis secesionistas,
pues con datos sobre la mesa, con datos fidedignos, siempre es más fácil buscar
y encontrar soluciones.
Ahora
parece que todo está más claro al tiempo que más complicado para los que se han
embarcado en la opción soberanista, pues ya no pueden seguir ocultándose en
unos datos que nadie conocía, o lo que es lo mismo, ya no pueden seguir jugando
y especulando con lo que ellos, hasta el momento, denominaban “el sentir
mayoritario de la ciudadanía”. Lo curioso del tema, y este hecho también es
conveniente subrayarlo, es que la clase política catalana es eminentemente
nacionalista, como si no ser nacionalista en Cataluña invalidara a alguien para
ejercer la policía en cualquiera de los partidos mayoritarios, y llama la
atención, porque a pesar de que los nacionalistas han colonizado las
instituciones, los medios de comunicación públicos, el mundo de la cultura y el sistema educativo, no han
podido, y esto sí es de nota, convencer al grueso de la población catalana
sobre la bondad de sus propuestas, como a la hora de la verdad se ha
demostrado.
13.11.14
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