Sobre
la Diada
Ayer
se produjo un acontecimiento político de gran envergadura, que sin
duda provocará importantes consecuencias a medio plazo, ya que en el
Día Nacional de Cataluña, cerca, según todas las fuentes, de un
millón de ciudadanos, salieron a las calles de Barcelona para pedir
la independencia de Cataluña, sí, directamente la independencia de
Cataluña. Sabía, como todos los que estaba medianamente informados
sobre el tema, que la concentración sería todo un éxito, y que
supondría un antes y un después en la vida política de esa
comunidad y de las relaciones de la misma con el Estado español. La
masiva manifestación de ayer, por tanto, supuso un hecho histórico,
uno de los pocos acontecimientos a los que hemos podido asistir,
aunque algunos desde la distancia, en unos tiempos en que lo volátil,
en que lo meramente coyuntural monopoliza las primeras páginas de
los medios de comunicación. A las nueve, ya sabiendo que la
convocatoria había sido un rotundo éxito, me senté delante del
televisor con la intención de ver las imágenes y el tratamiento que
de la misma daba la televisión pública. En un principio no podía
creer lo que veía, ya que la noticia, la más importante desde mi
punto de vista en mucho tiempo, era relegada a un quinto lugar en el
sumario del telediario estrella de la primera cadena, que encabezaba
una visita protocolaria que el primer ministro finlandés había
realizado a La Moncloa. Desde un principio comprendí que tal hecho
certificaba los nuevos aires que el Partido Popular le había
aportado a la televisión pública, que como los cangrejos, dando un
paso hacia atrás, se había vuelto a convertir en un medio al
servicio de los intereses gubernamentales, pero también, la
importancia que ese mismo gobierno le otorgaba al hecho en sí, lo
que le obligó a esconder la noticia, o lo que es lo mismo, a no
darle la importancia, de cara a la opinión pública, que esa noticia
en realidad tenía.
Hace
algún tiempo escribí, cuando el Partido Popular llegó con mayoría
absoluta al gobierno, que el grave problema al que tendría que
enfrentarse el nuevo ejecutivo, además de a los efectos provocados
por la crisis económica, sería el ansia separatista con el que el
nacionalismo catalán, de forma muy inteligente, estaba impregnando a
la sociedad catalana, ya que no veía a ese gobierno capacitado, por
su estilo político, por su excesivo nacionalismo españolista, para
lidiar con la sutileza necesaria con la denominada “cuestión
catalana”, al estar seguro que un problema de tal calibre, que con
tanta delicadeza había que sobrellevar, le estallaría entre las
manos creando un problema aún mayor del que se encontró. Al parecer
y observando lo que ocurrió ayer, si no se toman las medidas
adecuadas, y esas medidas necesariamente tienen que ser políticas,
“el problema catalán” está a punto de entrar en un nuevo
estadio, empujado por la crisis económica que hunde a España, y
también a la propia Cataluña, del que difícilmente se podrá
volver atrás.
Hay
que reconocer que el tema no es fácil, al ser de una complejidad
extrema, al conjugarse en él una serie de variables, políticas,
sentimentales, económicas, que obligan, o deberían de obligar, a
implementar diferentes estrategias al mismo tiempo, con objeto de
encontrar el punto de apoyo común, a partir del cual poder articular
un nuevo statu quo. Sí, el tema es complejo, sabiéndose sólo a
ciencia cierta que hay que afrontarlo, pero que hay que afrontarlo
con mucho cuidado, meditando todos los pasos, todos, ya que cualquier
error podría resultar fatal. Hay otra cuestión que también se
presenta con claridad, y ésta en buena medida hay que achacársela a
la crisis económica que estamos atravesando, y es que España para
los catalanes, o al menos para un importante número de ellos, ya no
representa el futuro, sino un importante lastre del hay que
desprenderse. Este hecho, o esta sensación, que puede ser falsa o
no, hay que imputársela al nacionalismo, que en lugar de afrontar
sus propios problemas, de aceptar su incapacidad para buscar salidas
propias a la crisis que ahoga a su comunidad, culpa a España de
haber generado dichos problemas.
Posiblemente
como ayer mismo dijo un importante, e interesante líder
independentista, ya no existe marcha atrás y la independencia de
Cataluña, la constitución de un nuevo Estado catalán resulta a
estas alturas inevitable. Yo estoy con él, al no creer que en estos
momentos se pueda hacer nada por evitarlo, si como parece que ocurre,
una amplia mayoría de ciudadanos catalanes apuestan por ella, y que
el nuevo marco de la Comunidad Europea puede potenciar y alentar
dichos postulados, al igual, aunque es posible que en mayor medida,
la debilidad que padece en la actualidad el Estado español. Lo único
que puede parar el proceso, lo único, y no eternamente, es la
dependencia económica que Cataluña aún padece de España, ya que
su industria en buena medida, vive de las ventas que realiza a lo que
todavía se llama España.