jueves, 13 de octubre de 2011

Sobre los BRIC


ACERCAMIENTOS

(av.10)


Sobre los BRIC


Al parecer, el grupo denominado de los BRIC, formado por Brasil, Rusia, India y China, es decir los abanderados de esos países que llevan el calificativo de emergentes, están tan preocupados por la situación económica que atraviesa Occidente, es decir de lo que hasta hace poco se denominaba “El primer mundo”, que están estudiando muy seriamente la posibilidad de prestarles su ayuda financiera para que puedan salir de la difícil situación en la que se encuentran. Sí, al parecer se encuentran muy preocupados de que las economías de esos países, a los que siempre habían envidiado, se hundan definitivamente o que caigan en una larga recesión, lo que con toda seguridad perjudicaría a sus propias economías, pues nunca hay que olvidar, que esos países que en estos momentos se encuentran con la soga al cuello, son sus grandes compradores, tanto de productos manufacturados como de sus materias primas. Por este motivo y no por otro, es por lo que se sienten en la obligación de invertir parte de sus excedentes económicos en países que carecen incluso del efectivo suficiente para pagar la nómina de sus funcionarios, como les está ocurriendo a algunos países que hasta la fecha eran considerados como modélicos.

El mundo al revés dirán algunos, los nuevos ricos ayudando a los ricos de siempre, a los de toda la vida, lo que sería una forma de decir la verdad, aunque tampoco sería la verdad, pues como siempre, todo resulta más complicado de lo que en realidad parece. El problema, creo que radica en lo que se entienda por el concepto de riqueza, por quién se considere que es más rico, ¿el que vive de forma miserable teniendo una fortuna en el banco, o debajo del colchón, o por el contrario, aquél otro que vive confortablemente, a pesar de carecer de un remanente sólido con el que poder afrontar momentos de dificultad? Sí, porque lo esencial es tener claro qué es lo importante, si tener un PIB anual elevado, a veces de dos dígitos, o mantener una cohesión social aceptable aunque ello implique una sensible merma del crecimiento. Hasta hace poco ambas variables se conducían de forma paralela, pues a un PIB elevado le correspondían unos altos niveles de cohesión social, pero de un tiempo a esta parte, para desgracia de todos, poco o muy poco tiene que ver una cosa con otra. Y este diferencial, donde realmente se nota es en esos países que se vanaglorian de ser calificados de emergentes, que como suelen hacer los nuevos ricos, van enseñando sus cadenas y sus relojes de oro, al tiempo que tratan de esconder, como mejor pueden, sus vergüenzas.

Lo que parece claro, es que si se rasca un poco en la estructura social y en los instrumentos de protección social existentes en esos países que conforman el BRIC, un observador imparcial puede comprender con facilidad, que lo único que tienen es un excedente económico importante, que en lugar de invertir en sus propias sociedades, que es lo que deberían de hacer, en el bienestar de las mismas, estudian utilizarlo para rescatar de la insolvencia a sus mejores clientes. O dicho de otro modo, el poderío de estos países se sustenta, a diferencia de los países del antiguo Primer mundo, en el escaso nivel de gasto social que tienen que afrontar, lo que les proporciona grandes beneficios que suelen invertir aquí o allá, dependiendo de sus intereses en cada momento. El problema de las sociedades desarrolladas, esas mismas que en estos momentos se encuentran atrapadas por la crisis, no se debe a que no generen ingresos, sino al hecho de que poseen unos gastos estructurales, casi todos sociales, que en muchas ocasiones superan con creces a esos ingresos, hecho que las obliga a endeudarse por encima de sus posibilidades. El crecimiento de los países emergentes se basa en la escasa legitimidad que sus gobiernos poseen pese al gran número de elogios que reciben, en la escasa, por no decir nula preocupación que manifiestan por el bienestar del conjunto de sus ciudadanos, de unas sociedades que para colmo, en la mayoría de los casos se articulan sobre diferencias sociales criminales. Todo lo anterior se complementa con algo que siempre se debe denunciar y criticar, como es la competencia desleal que realizan, al desatender los gastos que demandan sus sociedades, a los estados que cumplen con sus obligaciones.


Jueves, 22 de septiembre de 2011


martes, 4 de octubre de 2011

Contra la única alternativa posible


ACERCAMIENTOS

(av.09)

Contra la única alternativa posible

De un tiempo a esta parte, desde todos los ángulos, se nos dice que lo que se esconde detrás de la gran crisis que asola a todo el mundo desarrollado, esa que puede cambiar, según comenta Felipe González, las relaciones de poder existentes y nuestra forma de vida, es el hecho de que Occidente ha vivido muy por encima de sus posibilidades reales. También se nos dice, que para mantener ese estilo de vida, todos, las empresas, las familias y hasta el mismísimo Estado se han tenido que endeudar hasta las cejas, lo que ha provocado el grave problema de liquidez existente. Por ello, para el ex presidente del gobierno, lograr una estabilidad presupuestaria es “la condición necesaria para garantizar, a medio y a largo plazo, un crecimiento económico sostenido”, aunque reconoce, “que es un disparate el pretendido déficit cero”, lo que observa como una propuesta sectaria. Lo mismo suelen decir, ante el primer micrófono que se encuentran los actuales líderes socialistas, que han pactado con la oposición, introducir en la constitución un imperativo que prohíba superar un determinado déficit presupuestario, aunque ello vaya a suponer una urgente modificación de la hasta ahora sacrosanta carta magna española. Me parecen coherente, en principio tales comentarios, pues nadie en sus cabales puede creer que es mejor vivir con deudas que al abrigo de una economía saneada. El problema, es qué se puede hacer a estas alturas para sanear la economía, qué se puede hacer ahora para equilibrar la actual situación, que es algo de lo que se habla poco, aunque parece que para ello sólo existe un camino, el de la reducción del gasto, lo que significaría indudablemente una merma de los servicios prestados por el Estado. Y aquí viene el problema, porque incluso los socialistas sólo ven viable esta opción, no planteándose ni tan siquiera la posibilidad de aumentar los ingresos, lo que supondría en principio un incremento de los impuestos. No. Al parecer existe un extraño consenso que dice que los impuestos no deben aumentar, ya que de hecho, lo que se tiene que hacer es todo lo contrario, por lo que la única solución que queda es la de gastar menos, lo que abriría las puertas, a medio plazo, se quiera o no, al desmantelamiento de buena parte del Estado del bienestar. Lo anterior no significa otra cosa, que para pagar todo lo que se ha gastado sólo existe una opción, que Occidente modifique su estilo de vida, sin que nadie aspire, ni tan siquiera, a buscar alternativas diferentes a las propuestas. No cabe duda que la actual situación es insostenible, y que hay que buscar las soluciones necesarias para neutralizarla, pero siempre teniendo en cuenta que el problema no es mañana, sino hoy. Creo que la única solución para superar la actual coyuntura, tiene que pasar necesariamente por un gran pacto social, que haga posible una reducción del gasto, sobre todo del superfluo, de aquel del que se puede prescindir, pero siempre acompañado por un importante aumento de los ingresos, que debe provenir tanto del control exhaustivo del fraude fiscal, como de un aumento de la presión tributaria sobre los que más tienen.

Domingo, 4 de septiembre de 2011

Más sobre la crisis


ACERCAMIENTOS

(av.08)

Más sobre la crisis

La importante crisis que sacude a los países desarrollados, evidentemente supone, se diga lo que se diga, un ataque frontal al estilo de vida occidental, y más concretamente contra el denominado Estado del bienestar. Parece que el capital, apoyándose en las contradicciones que desde hace tiempo viene padeciendo ese mundo, ha optado por darle el golpe definitivo, y parece también, que en esta ocasión no encontrará resistencias. Las causas de la crisis hay que encontrarlas en la explosión de la enorme burbuja financiera que el propio primer mundo ha ido creando con los años, todo potenciado por la globalización incontrolada que padecemos y por la voracidad de unos mercados de capitales insaciables que en todo momento han vivido de espalda a la propia sociedad. Pero el auténtico núcleo duro que lo ha provocado todo, la madre de todas las causas, es que Occidente ha estado viviendo durante demasiados años muy por encima de sus posibilidades, lo que le ha obligado a endeudarse hasta unos niveles incomprensibles, hasta que ha llegado el momento en que esa deuda le ha explotado entre las manos. El problema, y aquí tienen la culpa los diferentes gobiernos, que en muchas ocasiones y con razón hablan de que la crisis es global y que por eso no se le puede achacar nada, es que no han sabido, teniendo como tienen especialistas en la materia, preverla, y lo que es mucho más grave, intentar sortearla o gestionarla de una manera adecuada, con objeto de que lesionara lo menos posible los intereses de sus ciudadanos. ¿Pero qué podían hacer? Evidentemente poco, pues el sistema se basa en el consumo, en un consumo en muchas ocasiones compulsivo, de suerte, que si se para éste, todo se viene abajo. Pero a un gobierno siempre hay que pedirle más, mucho más, sobre todo si teóricamente es de izquierdas, que seguir los deseos de los mercados y de las necesidades primarias de la ciudadanía, ya que a un gobierno también hay que exigirle planificación y pedagogía. Planificación para prever el futuro, dependiendo de las circunstancias existentes y de las variables que vayan convergiendo, y para desarrollar las directrices que haya que aplicar, y no como ha sucedido, no sólo en España, para dar conformidad a unas dinámicas que cualquier observador podía calificar como negativas, por muy avaladas que se encuentren por todos los organismos financieros internacionales, al presentarse como las únicas posibles. Pero también un gobierno, sobre todo si se autodefine como de izquierdas, tiene la obligación de intentar educar a la ciudadanía, para intentar al menos hacerle comprender, por ejemplo, “que todo el monte no es orégano”, y que existen otras formas de vida que contraponer a la caracterizada por ese consumismo compulsivo que ha llegado a anegarlo todo. Y en estos dos aspectos es donde han fallado nuestros gobiernos, que se han dejado llevar de forma acrítica por los vientos dominantes, sin pensar que esos vientos, como así ha sido, podían cambiar de forma repentina. Esos gobiernos, pero también la banca y los organismo internacionales, que cuando vieron llegar el tsunami de la crisis, en lugar de enfrentarse a él, al creer que se trataba sólo de un mero espejismo, se dedicaron a mirar hacia otro lado y a decir que de ellos no era la culpa. Pero repito, ¿Qué se podía hacer realmente? Pues posiblemente todo lo contrario de lo que se ha hecho, ya que al no existir en teoría alternativas a lo existente, y al observarse que la ciudadanía no se revelaba contra lo que estaba aconteciendo, las actuaciones no han sido otras que las dictadas por los grandes gurú financieros, que siguen teniendo el calificativo de infalibles, a pesar de que se han equivocado en todo, y que por ello, son en parte responsables de lo que está acaeciendo.

Los efectos de la crisis están siendo diferentes dependiendo del país, en España por ejemplo, en donde el endeudamiento público es mucho menor del que soportan los países de su entorno más inmediato, posiblemente porque ha seguido al pié de la letra los mandatos impuestos por la Unión Europea, el problema se concentra en el endeudamiento privado, en familias y en empresas, lo que ha provocado una importante caída del consumo y por consiguiente un considerable aumento del desempleo. Desde los sacrosantos oráculos internacionales, se proclama que para solventar y superar la crisis es imprescindible disminuir el gasto público, lo que en realidad significa que lo que hay que hacer es desmantelar el gasto social, o lo que es lo mismo, el Estado del bienestar. No se puede olvidar nunca, ni tan siquiera en estos momentos críticos, que esa ha sido la gran consigna del liberalismo más radical, lo que al menos debería de llamar la atención, pues la ideología que ha provocado la crisis, es la única que se siente legitimada para aportar recetas contra la misma.

Con toda seguridad, tal y como están las cosas, no cabe duda que los estados tienen que reducir sus gastos, sobre todo aquellos que sean innecesarios y que no afecten directamente a las necesidades de la ciudadanía, pero también, y esto casi nunca se subraya, entre otras cosas porque se dice que no es popular y que ahuyentaría las inversiones, que obligatoriamente tienen también que aumentar sus ingresos, lo que sólo se puede producir incrementando las tasas y los impuestos, los impuestos de los que más tienen.

Lo que parece claro es que Occidente, tendrá que modificar su singular forma de vida, pues los países llamados emergentes lo han convertido, hoy por hoy, en una región mucho menos competitiva, en lo económico, de lo que él mismo se cree, lo que significa, que tal y como están las cosas, ya no va a poder seguir pagando la abultada factura que su estilo de vida le acarrea. La cuestión, por tanto, es saber lo que hay que hacer a partir de ahora, si abandonar o echar por la borda todas las estructuras sociales que lo diferenciaban para abrazar el liberalismo del “sálvese quien pueda”, que al parecer es la única alternativa posible, o por el contrario, intentar aprovechar la crisis para poder reinventarse.

Jueves, 18 de agosto de 2011