miércoles, 17 de febrero de 2010

Sobre la libertad y la igualdad



ACERCAMIENTOS
(acb.004)

Sobre la libertad y la igualdad

Lo acaecido en Haití, que ha dejado en evidencia la realidad existente en la isla, debe de nuevo poner en primer plano el eterno debate entre libertad e igualdad, y también dejar constancia, que detrás del marchamos democrático, en demasiados países, se esconden regímenes que poco o nada tienen de democráticos, salvo dicho calificativo y la posibilidad, para que el engaño se mantenga en pie, de que sus ciudadanos puedan votar entre diferentes candidaturas, con la intención de decidir quién debe gobernarles. Bien, en el mundo en el que vivimos todos debemos ser demócratas, todos, y un país que no se califique como tal, tiene no sólo que ser condenado por la Comunidad Internacional, sino por todos los espíritus libres que aspiren a un mundo mejor. Loable, pues hay que reconocer que se ha producido un profundo cambio, ya que hoy en día, nadie que tenga dos dedos de frente, se atreve a apostar por alternativas políticas que no sean democráticas, ni mucho menos a apoyar, o a justificar, a los escasos regímenes, que aún mantienen sistemas de gobiernos que no se acoplen al modelo consagrado. Nadie hubiera podido pensar hace apenas dos décadas, por ejemplo, que todos los gobiernos de América Latina, salvo el existente en Cuba, se regirían en la actualidad por parámetros democráticos, pero tampoco nadie parece que se pare a pensar, en los motivos reales de tal transformación, ya que evidentemente nadie por muy ingenuo que sea puede llegar a creer, que tal hecho se deba a la presión popular, entre otras razones, porque los diferentes regímenes existentes, al menos en la mayoría de los casos, parece que siguen interesándose más por los que se beneficiaron de las diferentes dictaduras, que por los sectores populares que teóricamente deben sostenerlos. A pesar de creer sinceramente que los sistemas democráticos representan hoy por hoy, sobre todo cuando surgen de forma natural, la estructura política que más y mejor se adecua a la realidad de las sociedades plurales en las que vivimos, creo no obstante, que en determinados lugares, la democracia ha sido utilizada, instrumentalizada, más para legitimar estructuras sociales y económicas preexistentes, que para colmar las aspiraciones de justicia y de libertad que siempre han emanado de los sectores más desfavorecidos, y por supuesto mayoritarios de dichas sociedades. Es decir, estoy convencido, que por razones ideológicas, en un tiempo en el que al parecer las ideologías han desaparecido, muchos sistemas democráticos han sido implantado de forma artificial con la intención lampedusiana de que todo cambie para que todo siga igual. Pero una democracia no se puede insertar allí donde se desee, pues para que arraigue, para que en realidad se convierta en un instrumento al servicio de la ciudadanía, se tienen que dar una serie de variables, que se quiera o no, no se pueden dar en cualquier lugar, produciéndose cuando tal absurdo experimento fracasa, una profunda frustración, que las convierten en pesadas lozas que con el tiempo, necesariamente, las conduce a un populismo que las caricaturiza.
De forma constante se habla de la anormalidad que en estos momentos representa el régimen cubano, que paradójicamente se ha convertido en una isla autocrática rodeada de un mar de países que disfrutan de las mieles de la democracia. Se habla y mucho, de las dificultades por las que atraviesa, y no sólo políticas, la población de la isla (ahora más isla que nunca) caribeña, pero nadie parece que se atreve a levantar la voz, para criticar las condiciones de vida que padecen los habitantes de los países de su entorno, lo que puede hacer creer a algún ingenuo, que Cuba se encuentra enclavada entre Gran Bretaña y Escandinavia. No, Cuba, y a veces hay que recordarlo porque se olvida intencionadamente es un país caribeño, y la calidad de vida de sus habitantes, para bien o para mal, no hay que compararla con la que disfrutan los ciudadanos de Europa Occidental, sino con la de los países que la circundan, con los de la República Dominicana, con los de Haití, con los de Puerto Rico, con los de México, y con la del rosario de pequeños estados que conforman lo que aún hoy se denomina Centroamérica. Al parecer, por tanto, los ciudadanos cubanos se encuentran atorados, afrontando múltiples calamidades, mientras que sus felices vecinos, gracias al advenimiento de la democracia, por primera vez después de siglos de penurias, disfrutan o están comenzando a disfrutar de una existencia distinta. Deplorable, sobre todo cuando se conoce la situación real de aquellos países.
Decía alguien, creo recordar que John Grey, al que nadie podrá acusar de comunista ni siquiera de tibio izquierdista, que un régimen legítimo no es aquel que constantemente repite que es democrático y que enseña a cada paso sus credenciales, sino el que vela efectivamente por sus ciudadanos, de suerte, que pueden existir estados, que certifiquen que cuentan con constituciones a las que no les falta ninguna garantía jurídica que lo conviertan en sospechoso de cara a la opinión pública internacional, pero que en contrapartida, y a la hora de la verdad, no hacen nada para facilitar la vida de la inmensa mayoría de los que viven bajo su techo. Esas democracias, que al parecer han sido constituidas sólo para legitimar o legalizar las estructuras de poder, las criminales estructuras establecidas antes de que las democracias se implantaran, es la forma de gobierno que ha crecido como setas en toda Latinoamérica, y que Jorge Volpi, otro al que nadie podrá etiquetar como filocomunista, denomina democracias imaginarias.
Todas esas democracias facilitan, facilitan al menos hasta cierto punto, la libertad de sus miembros, pero curiosamente ninguna de ellas hace nada para que esa libertad sea efectiva, al comprender, por supuesto, que la libertad sin más, es algo inofensivo e inocuo. La libertad, y esto nadie puede negarlo, es un bien esencial, imprescindible, pero durante los últimos años ese término se ha banalizado en exceso, posiblemente de lo tanto que se ha manoseado, de suerte que se ha neutralizado, perdiendo por desgracia gran parte de su carácter. Estas democracias recientemente florecidas que tanto hablan de libertad y de nacionalismo, olvidan, o quieren hacer olvidar, que la libertad efectiva sólo puede germinar sobre un cuerpo social en donde exista un mínimo de cohesión, en donde la igualdad sea algo más que un sueño, ya que la igualdad, y esto debe tenerlo presente todo aquel al que le interesen los temas sociales, tiene que estar íntimamente unida a la libertad, pues de hecho, ésta, no puede tener nunca sentido sin aquella, aunque existen demasiados interesados en separarlas y en mostrarlas como conceptos y realidades contrapuestas.
Por todo lo anterior, me llama la atención las declaraciones de Luis Yáñez, en las que dice que antes que socialista o liberal hay que ser un defensor de las libertades, olvidando el socialista sevillano, que la libertad sin más no conduce necesariamente a la libertad, sino al desamparo y a la frustración. En este tema, cada día la socialdemocracia se está alejando más de la izquierda, cuyo corazón siempre ha estado más cerca de la justicia y de la igualdad que de eso tan hermoso e idílico como es la libertad.

Viernes, 22 de enero de 2.010

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