
ACERCAMIENTOS
(acb.001)
Sobre las ideas, la izquierda y la política
Leyendo unos trabajos sobre las dificultades que se está encontrando el gobierno para cerrar la central de Garoña, me encontré con una frase, creo recordar que realizada por el alcalde de la población más cercana al lugar en donde se halla enclavada la planta, en la que dicho señor decía, al parecer muy indignado, que el ejecutivo no tenía razones para el cierre, sólo un programa electoral. Esta frase, que como es natural se me quedó grabada, tomó protagonismo, cuando con posterioridad leí un artículo de Daniel Innerarity, en donde analizaba la actual crisis de ideas que padece la izquierda. El autor se extrañaba, que a pesar de la importante crisis económica que padecemos, cuyos culpables tienen nombres y apellidos, los resultados de las últimas elecciones al Parlamento Europeo le han dado el triunfo a la derecha, bajo cuyas banderas, se han ocultado durante demasiado tiempo, los que defendían las políticas económicas que en los últimos años se han venido aplicando, y que han conducido a la economía mundial a la situación en la que hoy se encuentra. Este contrasentido, para él, sólo tiene una justificación, que la izquierda padece una importante crisis de identidad, y que la ciudadanía no encuentra en ella, en sus propuestas, las soluciones que tanto necesita, apostando por los de siempre, que a pesar de los errores cometidos, muchos de ellos de bulto, ofrecen realismo y seguridad, y a los que ven, por último, mejor preparados para gestionar, en momentos tan difíciles como los actuales, la compleja nave de los asuntos públicos. Terrible, terrible para la izquierda, que debería reflexionar sobre lo que le está ocurriendo, y buscar las causas de la desorientación que padece, en deriva en la que ha estado sumida en los últimos años, que la ha conducido a la situación de postración y de subordinación en la que se encuentra. Innerarity habla de la necesidad que tiene la izquierda de la política, pero olvida, que no puede haber política, al menos política de verdad, sin que previamente existan ideales, ideas que poner sobre la mesa, con objeto de consensuar con las restantes fuerzas sociales, itinerarios viables, a través de los cuales puedan conducirse nuestras sociedades. Lo cierto, es que a pesar de la palabrería, que es lo que en realidad desde hace demasiado tiempo diferencia a la izquierda de la derecha, la ciudadanía tiene la sensación “de que todos son iguales”, lo que se subraya con el hecho, de que las soluciones aportadas, incluso en periodos de dificultades extremas por unos y por otros, apenas se diferencian en nada esencial, cundiendo la convicción, de que el denominado “discurso único”, es más una realidad que una opción ideológica. La izquierda, después de haber desterrado de sus idearios todo aquello que oliera a incorrección, se ha conformado con la política hueca del poder, en la que al parecer obtiene importantes beneficios, volviéndole no sólo la cara a sus orígenes, y a todo aquello que la justificaba, sino sobre todo, a una ciudadanía que se ha quedado sin referentes. Por ello, los actuales problemas que padece la izquierda, esa mala fama que posee todo lo que se encuentre cerca de ella, no es ni mucho menos gratuita, sino que es el resultado de una deserción, del movimiento realizado por la propia izquierda oficial para desentenderse voluntariamente de sus responsabilidades.
Se habla de que dadas las circunstancias, de que en un mundo tan complejo como el actual, en donde nada resulta diáfano, es imposible aplicar ideales tendentes a corregir las variables sociales indeseadas. Se comenta que lo natural es lo natural y que es conveniente alentar la pluralidad, dejando que todo fluya tal como debe, y que la única obligación de los políticos debe consistir, en velar para que nada obstaculice lo que naturalmente se desarrolla. Lo curioso, es que esta actitud, que es la que siempre ha caracterizado a la derecha, y de la que tanto, sobre todo en los últimos tiempo ha presumido, en donde las regularizaciones eran vistas y sentidas como auténticos anatemas, desde hace varias décadas, también, aunque con ciertos matices, es el discurso que abraza la izquierda denominada civilizada, al estimar, que esa es la única estrategia política realista a las alturas históricas en que nos encontramos.
La situación, por tanto, es que en estos momentos no existen diferencias apreciables entre lo que tradicionalmente se ha denominado izquierda y derecha, lo que ha creado una situación en donde la desorientación y por extensión el conformismo, se han convertido en las constantes imperantes en unas sociedades, que observan con aturdimiento, que no pueden hacer nada, absolutamente nada ante lo que ocurre a su alrededor. De hecho, el único argumento del que puede echar mano la izquierda, aunque también es el que ha esgrimido siempre la derecha, es que gestiona mejor los asuntos públicos que su contrincante, pero cuando la política se convierte sólo en gestionar lo existente, poco, bien poco se puede hacer para afrontar los desordenes estructurales que la “naturalidad” provoca.
Si la izquierda tiene futuro, algo de lo que dudo, tiene que afrontar un serio debate ideológico, que haga posible, y perdón por la expresión, rearmarla ideológicamente, teniendo siempre presente cuales han sido sus axiomas básicos, y evaluando, con realismo, las circunstancias en las que desarrolla su vida el hombre de nuestro tiempo. Sólo partiendo de esta base, podrá elaborar nuevos supuestos teóricos con los que comenzar, de nuevo, a hacer política, ya que mientras eso no ocurra, tendrá razón el alcalde del pueblo en donde se encuentra la central nuclear de Garoña, para decir, que la izquierda en el poder carece de argumentos, sólo programas electorales, que como se ha visto, sólo sirven para emborronar documentos que en el fondo no sirven para nada.
Lunes, 7 de septiembre de 2.009
(acb.001)
Sobre las ideas, la izquierda y la política
Leyendo unos trabajos sobre las dificultades que se está encontrando el gobierno para cerrar la central de Garoña, me encontré con una frase, creo recordar que realizada por el alcalde de la población más cercana al lugar en donde se halla enclavada la planta, en la que dicho señor decía, al parecer muy indignado, que el ejecutivo no tenía razones para el cierre, sólo un programa electoral. Esta frase, que como es natural se me quedó grabada, tomó protagonismo, cuando con posterioridad leí un artículo de Daniel Innerarity, en donde analizaba la actual crisis de ideas que padece la izquierda. El autor se extrañaba, que a pesar de la importante crisis económica que padecemos, cuyos culpables tienen nombres y apellidos, los resultados de las últimas elecciones al Parlamento Europeo le han dado el triunfo a la derecha, bajo cuyas banderas, se han ocultado durante demasiado tiempo, los que defendían las políticas económicas que en los últimos años se han venido aplicando, y que han conducido a la economía mundial a la situación en la que hoy se encuentra. Este contrasentido, para él, sólo tiene una justificación, que la izquierda padece una importante crisis de identidad, y que la ciudadanía no encuentra en ella, en sus propuestas, las soluciones que tanto necesita, apostando por los de siempre, que a pesar de los errores cometidos, muchos de ellos de bulto, ofrecen realismo y seguridad, y a los que ven, por último, mejor preparados para gestionar, en momentos tan difíciles como los actuales, la compleja nave de los asuntos públicos. Terrible, terrible para la izquierda, que debería reflexionar sobre lo que le está ocurriendo, y buscar las causas de la desorientación que padece, en deriva en la que ha estado sumida en los últimos años, que la ha conducido a la situación de postración y de subordinación en la que se encuentra. Innerarity habla de la necesidad que tiene la izquierda de la política, pero olvida, que no puede haber política, al menos política de verdad, sin que previamente existan ideales, ideas que poner sobre la mesa, con objeto de consensuar con las restantes fuerzas sociales, itinerarios viables, a través de los cuales puedan conducirse nuestras sociedades. Lo cierto, es que a pesar de la palabrería, que es lo que en realidad desde hace demasiado tiempo diferencia a la izquierda de la derecha, la ciudadanía tiene la sensación “de que todos son iguales”, lo que se subraya con el hecho, de que las soluciones aportadas, incluso en periodos de dificultades extremas por unos y por otros, apenas se diferencian en nada esencial, cundiendo la convicción, de que el denominado “discurso único”, es más una realidad que una opción ideológica. La izquierda, después de haber desterrado de sus idearios todo aquello que oliera a incorrección, se ha conformado con la política hueca del poder, en la que al parecer obtiene importantes beneficios, volviéndole no sólo la cara a sus orígenes, y a todo aquello que la justificaba, sino sobre todo, a una ciudadanía que se ha quedado sin referentes. Por ello, los actuales problemas que padece la izquierda, esa mala fama que posee todo lo que se encuentre cerca de ella, no es ni mucho menos gratuita, sino que es el resultado de una deserción, del movimiento realizado por la propia izquierda oficial para desentenderse voluntariamente de sus responsabilidades.
Se habla de que dadas las circunstancias, de que en un mundo tan complejo como el actual, en donde nada resulta diáfano, es imposible aplicar ideales tendentes a corregir las variables sociales indeseadas. Se comenta que lo natural es lo natural y que es conveniente alentar la pluralidad, dejando que todo fluya tal como debe, y que la única obligación de los políticos debe consistir, en velar para que nada obstaculice lo que naturalmente se desarrolla. Lo curioso, es que esta actitud, que es la que siempre ha caracterizado a la derecha, y de la que tanto, sobre todo en los últimos tiempo ha presumido, en donde las regularizaciones eran vistas y sentidas como auténticos anatemas, desde hace varias décadas, también, aunque con ciertos matices, es el discurso que abraza la izquierda denominada civilizada, al estimar, que esa es la única estrategia política realista a las alturas históricas en que nos encontramos.
La situación, por tanto, es que en estos momentos no existen diferencias apreciables entre lo que tradicionalmente se ha denominado izquierda y derecha, lo que ha creado una situación en donde la desorientación y por extensión el conformismo, se han convertido en las constantes imperantes en unas sociedades, que observan con aturdimiento, que no pueden hacer nada, absolutamente nada ante lo que ocurre a su alrededor. De hecho, el único argumento del que puede echar mano la izquierda, aunque también es el que ha esgrimido siempre la derecha, es que gestiona mejor los asuntos públicos que su contrincante, pero cuando la política se convierte sólo en gestionar lo existente, poco, bien poco se puede hacer para afrontar los desordenes estructurales que la “naturalidad” provoca.
Si la izquierda tiene futuro, algo de lo que dudo, tiene que afrontar un serio debate ideológico, que haga posible, y perdón por la expresión, rearmarla ideológicamente, teniendo siempre presente cuales han sido sus axiomas básicos, y evaluando, con realismo, las circunstancias en las que desarrolla su vida el hombre de nuestro tiempo. Sólo partiendo de esta base, podrá elaborar nuevos supuestos teóricos con los que comenzar, de nuevo, a hacer política, ya que mientras eso no ocurra, tendrá razón el alcalde del pueblo en donde se encuentra la central nuclear de Garoña, para decir, que la izquierda en el poder carece de argumentos, sólo programas electorales, que como se ha visto, sólo sirven para emborronar documentos que en el fondo no sirven para nada.
Lunes, 7 de septiembre de 2.009
No hay comentarios:
Publicar un comentario