46.- Sobre
las elecciones catalanas del 27-S
Las
elecciones al Parlamento catalán celebradas el pasado domingo, que para muchos
fueron algo más que unas elecciones al platearse, desde un principio, como un
plebiscito encubierto sobre la permanencia, o no, de Cataluña al Estado
español, ha dejado sobre el tapete de juego los peores resultados posibles,
pudiéndose decir, a pesar del esfuerzo desarrollado por todos, que la partida
ha quedado en tablas. Tal como escuché la misma noche electoral a un afamado
analista, hay que comenzar a comprender que no existe “un problema catalán”, un
problema que hay que resolver y atajar, sino una realidad política compleja que
es conveniente canalizar para que no se convierta en un problema social que
fracture definitivamente, y de forma irreversible, tal y como algunos desean
para favorecer sus espureos intereses, a la propia sociedad catalana. Sí,
porque mientras sólo sea un problema político, se podrá políticamente hacer
frente, pues a pesar de lo que se piensa, y de lo que constantemente se
publicita desde los diferentes medios, aún existe suficiente margen de maniobra
para ello.
La
lectura que se puede hacer de estas elecciones es que la sociedad catalana,
políticamente, está dividida en dos, la nacionalista o independentista, y la
que abanderada por los partidos favorables a la permanencia, de una forma o de
otra, a España, de suerte que ambos sectores se reparten por igual el
electorado, lo que crea una realidad política diferenciada, ya que dentro de
ambos mundos se dan, como no podría ser de otra forma, todas las opciones
políticas existentes en cualquier sociedad desarrollada.
Lo
anterior, de hecho, es “la característica” catalana, que la sociedad se
encuentra dividida en dos, y que no parece que en breve plazo la moneda caiga
de un lado o de otro, lo que se quiera o no, por un lado impide un proceso
independentista, y por otro, ocultar la realidad de que un amplio sector de esa
sociedad no quiere seguir formando parte de este país. Y ambos mundos viven de
espaldas, pero afortunadamente sólo en lo político, al menos hasta ahora, lo
que es un buen punto de partida para comenzar, aunque algunos lo vean
imposible, los más intransigentes de ambos bandos, a intentar tender los
puentes necesarios, que tendrán que ser muchos, para que ambos sectores, también en el plano político
se interrelacionen correctamente con objeto de que ese abismo no siga creciendo y creciendo.
La
realidad catalana es la que es y como tal hay que aceptarla, no sólo ya desde
fuera, los que no vivimos en esa
comunidad, sino también los que viven en ella, pues sólo comprendiendo
la situación real se podrán hacer políticas tendentes a superar el enrocamiento
actual. Se habla, y cada vez con más insistencia, que son las instituciones
españolas las que tienen que “abrir juego”, que la clase política española es
la que tiene que articular un abanico de posibilidades, todas ellas tendentes a
que Cataluña se acomode a un nuevo marco de convivencia, lo que sin duda es
cierto, para lo que en primer lugar hay que creer que existe tal necesidad,
pero también es esencial, que desde Cataluña se observe ese proceso como
necesario, y que los sectores nacionalistas, al igual que los no nacionalistas,
en lugar de seguir jugando con los símbolos y los sentimientos, comprendan que,
en beneficio de todos, y también de ellos mismos, es imprescindible trabajar en
esa dirección.
Resulta
evidente que el marco constitucional actual, a pesar de que algunos sigan
pensando que tiene que ser imperecedero, ya no se adapta a las necesidades de
la sociedad de nuestros días, pues con seguridad se ha quedado estrecho, lo que
es lógico, pues la España que aceptó ese marco ya no es la misma,
afortunadamente, que la de entonces.
Me
resultan curiosas algunas voces que escucho, y no me refiero ya a las de la
caverna mediática ni a las del españolismo más ramplón, sino a determinadas
personalidades de la teórica izquierda española, y baste señalar aquí a dos, la
del Presidente de Extremadura y a la de Andalucía, que a pesar de todo lo que
está cayendo, pensando sólo en su electorado, siguen afirmando que no aceptarán
ninguna medida que conviertan a sus comunidades diferentes a otras, pero sin
comentar un hecho evidente, que desde el principio Euskadi y Navarra sí
contaron con bastantes prerrogativas diferenciales, y como queda demostrado, ni
dijeron ni dicen nada al respecto.
No
cabe duda que la igualdad de los españoles, al menos en el plano legal, para la
izquierda debe ser sagrada, pero aunque con tanta palabrería se trate de
ocultar el tema, de lo que aquí se está hablando es de la necesidad de buscar
un equilibrio, un equilibrio adecuado, entre todas las partes que conforman
esto que aún se denomina España. Ante la
situación existente, y vengo diciéndolo desde hace tiempo, hay que tomar
medidas arriesgadas pero al mismo tiempo sensatas, como la de modificar el
marco constitucional para convertir a este país en lo que originariamente fue,
en un país de naciones, o lo que lo mismo, en un Estado confederal, status que
por otra parte ya están disfrutando, desde hace bastantes años, determinadas
comunidades históricas, y nadie, absolutamente nadie se ha rasgado las
vestiduras por ello.
Tengo
que reconocer que no entiendo la cobardía de la clase política española,
cobardía que en lugar de hacer que la política se dedique a resolver los
problemas, a lo que se dedica, con una irresponsabilidad manifiesta, es a
potenciar y a poner al retortero cuestiones a las que no se atreve a afrontar
con responsabilidad. Si la política no sirve para hacer más aceptable la vida
de la ciudadanía pierde su razón de ser.
01.10.15
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