sábado, 13 de febrero de 2016

Sobre un análisis y unas previsiones desacertadas

47.- Sobre un análisis y unas previsiones desacertadas

            De vez en cuando me encuentro con análisis políticos que consiguen llamarme la atención, al ser productos más del voluntarismo que de una visión limpia de la realidad, a pesar de que en algunas ocasiones, esos análisis vengan avalados por personalidades de cierto prestigio. Esto me ha ocurrido con un pequeño artículo de Juan Antonio Capella en la afamada revista “Mientras tanto”, que después de enumerar, creo que de forma acertada, los problemas y los lastres con los que tendrá que lidiar la izquierda tras las próximas elecciones legislativas, realiza al final un inesperado giro en sus planteamientos iniciales para dejar ciertas esperanzas en el lector, giro que particularmente estimo desacertado.
            Para él, en estos momentos, la izquierda, después de un largo período de cierta efervescencia, tiene que enfrentarse al hecho de que sus dos formaciones emblemáticas se dan la espalda, pues mientras que la primera, “Podemos”, que es la que parece que cuenta con los mayores apoyos, se encuentra trazando una estrategia para hacerse con parte del electorado de centroizquierda, espacio que tradicionalmente ha pertenecido al PSOE, la otra, “Izquierda Unida”, en lugar de haber llevado a cabo la reestructuración, e incluso la refundación, que desde muchos sectores se le exigía, pone todo lo que le queda, que hay que reconocer que es poco, en el casillero de su mejor activo, en su candidato Alberto Garzón. Este hecho, el que se den la espalda dichas formaciones, es de una gravedad absoluta, por las consecuencias que podrán provocar, la división una vez más del voto de izquierdas. Hasta aquí todo correcto, pues lo que afirma resulta innegable, pero la visión de lo que para él podría ocurrir no me parece acertada, ya que pronostica, que después de las elecciones sólo quedará una opción válida de gobierno, una coalición entre el PSOE y Ciudadanos, que sin la ayuda de la izquierda, dice, resultará a todas luces inviable. Imagino, porque esto no lo explicita, que el papel de la izquierda, de la izquierda real, será la de fortalecer, desde fuera, no entorpeciendo el proceso, la creación de esa coalición, ya que, y esto sí lo dice, el objetivo a corto plazo para la izquierda no puede ser otro que el de echar al PP del gobierno. Para colmo, y ésta también es una aventurada afirmación suya, esta labor de apoyo externo sólo podrá llevarla a cabo “Izquierda Unida” porque para él, o según él, “Podemos” se estrellará al asistir en solitario a las elecciones.
            Después de leer el artículo de Capella, creo que no hay más remedio que negar la mayor, y la mayor es, que ese gobierno de coalición que pronostica difícilmente se podrá llevar a cabo, pues el Partido Popular ni de lejos se va a hundir, de suerte que con toda seguridad, aunque tampoco conseguirá los votos que le posibilitaron la mayoría absoluta en las pasadas elecciones, seguirá siendo el partido más votado, y que si se va a producir, o si se tendrá que producir una coalición para gobernar este país, ésta será entre el PP y “Ciudadanos”, y este hecho vendrá potenciado por el hundimiento electoral del PSOE, hundimiento que nadie, hoy con dos dedos de luces, pone en duda. Todo parece indicar también, que en el combate abierto y sin cuartel que se va a producir entre “Podemos” e “Izquierda Unida”, la primera será la gran triunfadora, ya que “Izquierda Unida”, aunque sus listas estén encabezadas por Garzón, cuyo futuro a medio plazo sin duda alguna se encuentra en “Podemos”, quedará como una fuerza meramente testimonial, quedando como única duda en el aire si conseguirá obtener grupo parlamentario propio.
            Pero la gran batalla que tendrá lugar en las próximas elecciones, ya que estoy convencido que el Partido Popular conseguirá ganar, se librará entre “Podemos” y el PSOE por la disputa del espacio político del centroizquierda, y que esa confrontación debilitará a los socialistas en sus aspiraciones de poder formar gobierno, pues éstos también tendrán que defender su feudo ante “Ciudadanos”. A pesar del descenso, que según los diferentes estudios demoscópicos, ha sufrido la formación de Pablo Iglesias en los últimos meses, me da la sensación de que “Podemos” ha conseguido fidelizar  y cristalizar el apoyo de un importante sector de la población, lo que le puede llevar a conseguir un elevado número de diputados en el próximo parlamento, lo que perjudicará en primer lugar a los socialistas, al tiempo que le dará la puntilla casi definitiva a “Izquierda Unida”, lo que a su vez, aunque pueda resultar paradójico, le otorgará el gobierno a la derecha, a una derecha que se presentará dividida entre el Partido Popular y “Ciudadanos”.
            Veremos qué ocurre.

Sobre las elecciones catalanas del 27-S

46.- Sobre las  elecciones catalanas del 27-S

            Las elecciones al Parlamento catalán celebradas el pasado domingo, que para muchos fueron algo más que unas elecciones al platearse, desde un principio, como un plebiscito encubierto sobre la permanencia, o no, de Cataluña al Estado español, ha dejado sobre el tapete de juego los peores resultados posibles, pudiéndose decir, a pesar del esfuerzo desarrollado por todos, que la partida ha quedado en tablas. Tal como escuché la misma noche electoral a un afamado analista, hay que comenzar a comprender que no existe “un problema catalán”, un problema que hay que resolver y atajar, sino una realidad política compleja que es conveniente canalizar para que no se convierta en un problema social que fracture definitivamente, y de forma irreversible, tal y como algunos desean para favorecer sus espureos intereses, a la propia sociedad catalana. Sí, porque mientras sólo sea un problema político, se podrá políticamente hacer frente, pues a pesar de lo que se piensa, y de lo que constantemente se publicita desde los diferentes medios, aún existe suficiente margen de maniobra para ello.
            La lectura que se puede hacer de estas elecciones es que la sociedad catalana, políticamente, está dividida en dos, la nacionalista o independentista, y la que abanderada por los partidos favorables a la permanencia, de una forma o de otra, a España, de suerte que ambos sectores se reparten por igual el electorado, lo que crea una realidad política diferenciada, ya que dentro de ambos mundos se dan, como no podría ser de otra forma, todas las opciones políticas existentes en cualquier sociedad desarrollada.
            Lo anterior, de hecho, es “la característica” catalana, que la sociedad se encuentra dividida en dos, y que no parece que en breve plazo la moneda caiga de un lado o de otro, lo que se quiera o no, por un lado impide un proceso independentista, y por otro, ocultar la realidad de que un amplio sector de esa sociedad no quiere seguir formando parte de este país. Y ambos mundos viven de espaldas, pero afortunadamente sólo en lo político, al menos hasta ahora, lo que es un buen punto de partida para comenzar, aunque algunos lo vean imposible, los más intransigentes de ambos bandos, a intentar tender los puentes necesarios, que tendrán que ser muchos, para que  ambos sectores, también en el plano político se interrelacionen correctamente con objeto de que ese abismo  no siga creciendo y creciendo.
            La realidad catalana es la que es y como tal hay que aceptarla, no sólo ya desde fuera, los que no vivimos en esa  comunidad, sino también los que viven en ella, pues sólo comprendiendo la situación real se podrán hacer políticas tendentes a superar el enrocamiento actual. Se habla, y cada vez con más insistencia, que son las instituciones españolas las que tienen que “abrir juego”, que la clase política española es la que tiene que articular un abanico de posibilidades, todas ellas tendentes a que Cataluña se acomode a un nuevo marco de convivencia, lo que sin duda es cierto, para lo que en primer lugar hay que creer que existe tal necesidad, pero también es esencial, que desde Cataluña se observe ese proceso como necesario, y que los sectores nacionalistas, al igual que los no nacionalistas, en lugar de seguir jugando con los símbolos y los sentimientos, comprendan que, en beneficio de todos, y también de ellos mismos, es imprescindible trabajar en esa dirección.
            Resulta evidente que el marco constitucional actual, a pesar de que algunos sigan pensando que tiene que ser imperecedero, ya no se adapta a las necesidades de la sociedad de nuestros días, pues con seguridad se ha quedado estrecho, lo que es lógico, pues la España que aceptó ese marco ya no es la misma, afortunadamente, que la de entonces.
            Me resultan curiosas algunas voces que escucho, y no me refiero ya a las de la caverna mediática ni a las del españolismo más ramplón, sino a determinadas personalidades de la teórica izquierda española, y baste señalar aquí a dos, la del Presidente de Extremadura y a la de Andalucía, que a pesar de todo lo que está cayendo, pensando sólo en su electorado, siguen afirmando que no aceptarán ninguna medida que conviertan a sus comunidades diferentes a otras, pero sin comentar un hecho evidente, que desde el principio Euskadi y Navarra sí contaron con bastantes prerrogativas diferenciales, y como queda demostrado, ni dijeron ni dicen nada al respecto.
            No cabe duda que la igualdad de los españoles, al menos en el plano legal, para la izquierda debe ser sagrada, pero aunque con tanta palabrería se trate de ocultar el tema, de lo que aquí se está hablando es de la necesidad de buscar un equilibrio, un equilibrio adecuado, entre todas las partes que conforman esto que aún se denomina España.  Ante la situación existente, y vengo diciéndolo desde hace tiempo, hay que tomar medidas arriesgadas pero al mismo tiempo sensatas, como la de modificar el marco constitucional para convertir a este país en lo que originariamente fue, en un país de naciones, o lo que lo mismo, en un Estado confederal, status que por otra parte ya están disfrutando, desde hace bastantes años, determinadas comunidades históricas, y nadie, absolutamente nadie se ha rasgado las vestiduras por ello.
            Tengo que reconocer que no entiendo la cobardía de la clase política española, cobardía que en lugar de hacer que la política se dedique a resolver los problemas, a lo que se dedica, con una irresponsabilidad manifiesta, es a potenciar y a poner al retortero cuestiones a las que no se atreve a afrontar con responsabilidad. Si la política no sirve para hacer más aceptable la vida de la ciudadanía pierde su razón de ser.


01.10.15