viernes, 22 de enero de 2016

Sobre el flujo migratorio que está sufriendo Europa y 2

45.- Sobre el flujo migratorio que está padeciendo Europa, y 2

            Hace años leí a un ensayista norteamericano, creo recordar que fue a Kaplan, que clamaba por la necesidad de un nuevo colonialismo, un nuevo colonialismo que no se basara en el control de un  Estado para explotar los recursos de un determinado país, o para solventar un problema estratégico, sino en la decidida voluntad de crear y de apoyar regímenes legítimos. Para el autor de aquél trabajo un régimen legítimo no es necesariamente el que ha sido elegido por los ciudadanos democráticamente, sino el que vela de forma manifiesta por el bien de la ciudadanía de su país, el que denodadamente trabaja por reducir las desigualdades, y el que intenta ampliar los márgenes de libertad en el mismo. Aunque este planteamiento, en principio con razón puede ser mal visto, creo que es necesario comenzar a plantear, pues como hasta ahora no se puede continuar, estrategias de intervención por parte de los países desarrollados, que apunte hacia esa dirección. Hasta ahora las intervenciones de la llamada “Comunidad Internacional” se ha limitado a derribar regímenes no deseados por ella, sin pensar en la ciudadanía de esos países, sino en los peligros que les pudiera suponer su existencia, abandonando, una vez conseguido lo que deseaban, el escenario y dejando, en la mayoría de las ocasiones, un panorama, como ocurrió en Irak, mucho más aterrador del que se encontraron. La izquierda, pues la derecha todos sabemos cómo funciona, debe plantearse, aparcando sus prejuicios y también sus escrúpulos, la necesidad de que se realicen intervenciones traumáticas encaminadas a destruir a esos regímenes que mantienen aplastadas, o acorraladas, a sus poblaciones en beneficio de unos pocos, pero también, y paralelamente, la construcción de nuevas estructuras estatales que las salvaguarden de forma decidida, para lo que hará falta tiempo y sumas económicas importantes, transvases económicos que tendrán que ser entendidas no como un gasto, no, sino como una inversión de futuro en estabilidad para nuestras propias sociedades. Las últimas intervenciones efectuadas siempre han acabado en Estados fallidos que propiciaron el caos en dichas regiones, por lo que la atención hay que prestarla en la creación de Estados fuertes, decididos, que intervengan con mano de hierro con objeto de asegurar sistemas de garantías en beneficio de dichas poblaciones.
            Sí, en principio hay que plantear estos temas de forma egoísta, ya que es la única forma de tienen algunos de afrontar estas cuestiones, y ciertamente, desde el punto de vista de la seguridad de nuestro mundo, es necesario comenzar a tomar medidas, todas ellas encaminadas a que dejemos de ser  una isla de opulencia, de opulencia y de libertad, rodeada por ese procesoloso mar en donde la injusticia, la miseria y la violencia lo embarga todo y que amenaza, cada día con más fuerza, nuestras hasta ahora sosegadas costas. La cuestión no es seguir enrocados sino intentar, y hay medios suficientes para ello, que también fuera de nuestras fronteras sea posible una existencia digna que merezca la pena ser vivida.
            Lo curioso, ahora que todos los medios no se hartan de ofrecernos imágenes de lo que están padeciendo esos miles de inmigrantes que suplican ante nuestras fronteras, con ese afán sensacionalista que los definen y que está obligando a la clase política a tomar partido a regañadientes, es que no se observa ningún movimiento que vaya más allá de la mera solidaridad, o de bombardear a distancia determinados enclaves. Esto es lo grave, que no existan discursos para intentar atajar el problema de raíz, y no existen esos discursos sencillamente porque no existe voluntad para ello. Se dice y se repite de forma constante, que Europa vive unos momentos esenciales para su futuro, para el futuro de una Europa social y no sólo económica, pero se olvida, que la vieja Europa desde hace demasiado tiempo se encuentra en manos de lo que simplificando se podría llamar la derecha, para la que los derechos sociales siempre han sido un mal menor, un oneroso peaje que hasta ahora se ha visto obligada a pagar.
            Es la izquierda por tanto la que en estos tiempos difíciles tiene que tomar la iniciativa, la que sin pérdida de tiempo debe poner sobre la mesa propuestas sensatas que consigan modificar la deriva en la que nos encontramos. Y esta deriva conduce, no sólo al desmantelamiento de determinados ideales, los nuestros, sino, y esto también hay que tenerlo presente, desde la perspectiva egoísta que antes señalé, a poner en peligro, en un futuro cercano, la propia estabilidad de un sistema, de un sistema que es un modelo que por nuestro bien hay que conservar, y la única forma de hacerlo es extenderlo a las demás regiones del mundo.


18.09.15

Sobre el flujo migratorio que está padeciendo Europa, 1

44.- Sobre el flujo migratorio que está padeciendo Europa, 1

            Ayer escuche decir a alguien que la izquierda carecía de un discurso claro sobre un asunto tan complejo como el del flujo migratorio que se está produciendo en estos momentos en Europa, un discurso que vaya más allá del “buenismo” y de propiciar algo tan absurdo en nuestros días como la abolición de las fronteras. Es posible, y es posible porque tener un discurso mínimamente elaborado implicaría tener que definirse, lo que provocaría que muchos no estuvieran de acuerdo con lo que se defina. Definir es delimitar, y amplios sectores de la izquierda se sienten más a gusto en el “el todo vale” de las indefiniciones, entre otras razones porque la vida en ese vasto territorio es mucho más placentera.
            Lo que ha quedado claro con los acontecimientos que están sucediendo, que son de una gravedad extrema, es que la “fortaleza” europea tiene los cimientos de barro, y que determinadas imágenes dolorosas, cuando son convenientemente publicitadas, tienen la capacidad  de conseguir, que desde dentro, se produzca un movimiento a favor de los de afuera difícil de acallar, lo que en principio habla bien de la opinión pública de la civilizada Europa.
            Pero resulta evidente que abrir de par en par las puertas no sería la solución, pues a medio plazo Europa no sería capaz de soportar una invasión como la que se podría producir, al ser muchos los que ante la posibilidad de poder vivir en nuestro continente, disfrutando de nuestras condiciones de vida, que sin duda son las mejores existentes, no dudarían en abandonar sus países para intentar instalarse con nosotros. Y este es el problema de fondo. Europa está rodeada de amplias regiones en donde la existencia es difícil de sobrellevar, en donde la miseria, el hambre, los conflictos armados además de un largo etcétera de problemas, invitan a peregrinar, aunque sea con lo puesto, hacia los que muchos siguen pensando que es la tierra prometida.
            Poco se ha reflexionado sobre el problema, el problema que puede suponer el estado en el que se encuentran esas regiones periféricas para el futuro de la estabilidad  europea, no habiéndose dudado en ningún momento, de forma irresponsable, incluso en destruir las estructuras estatales de muchas de ellas, como ha ocurrido en Irak o en Libia, u observar, impávidos, cómo se destruía la de otro como Siria, sin prever las consecuencias. Europa, al igual que el resto del mundo desarrollado se ha limitado sólo a mirar hacia adentro, cuando no hacia otro lado, a regodearse en su maravilloso ombligo, sin comprender, sin pararse a comprender, como históricamente ha ocurrido en demasiadas ocasiones, que el problema se encuentra más allá de sus fronteras.
            La izquierda no es que sólo no tenga un discurso sobre las migraciones, es que no ha mostrado ningún interés en tenerlo, como tampoco lo ha tenido para todos esos países, o mejor dicho, para los ciudadanos de esos países, que desde la miseria y desde la injusticia, observan lo que ocurre o lo que les contábamos de nuestras “maravillosas” sociedades.
            No cabe duda que lo fácil es no mojarse, opinar sobre todo sin que nada nos salpique, pero también no aportar propuestas sensatas que puedan solventar un problema, para limitarnos a criticar y a criticar lo que otros hacen. En estos momentos, debido a la actitud que se ha mantenido hasta ahora, y sin pérdida de tiempo, hay que intentar brindarle la protección que reclaman los miles y miles de seres humanos que se apiñan ante nuestras fronteras, pero paralelamente hay que trabajar en estrategias que eviten el agravamiento del problema, y hay que hacerlo de forma decidida. Pero esa estrategia no puede partir de la compasión, ni de la compasión cristiana ni de la solidaridad de los que tienen buen corazón, sino desde la culpa, desde una reflexión que desemboque en el hecho de que gran parte de lo allí está sucediendo se debe al mal hacer de nuestro mundo en esas regiones, en la explotación sistemática y en la posterior dejadez que hemos llevado a cabo en esas regiones, a las que hemos dejado ciertamente aniquiladas y a la deriva.
            A pesar de que siempre se actúa sobre lo inmediato con la intención de aparcar los problemas, resulta evidente que lo sensato, lo que realmente hay que hacer, es afrontar radicalmente la causa de los mismos, aquello que ha provocado y que provoca el problema, y en este caso, no hay duda que la cuestión se encuentra en las condiciones en las que se encuentran los países de origen, en donde regímenes ilegítimos cuando los hay, o el caos absoluto como ocurre en la mayoría de los casos, hacen imposible la existencia en los mismos.  Y aquí, aunque por comodidad sólo se miran los efectos, se encuentra el problema, un problema que tarde o temprano hay que solventar, y no sólo por los miles y miles de refugiados, sino también, por la estabilidad de nuestras formas de vida.

12.09.15