Desde el mirador
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20.- Sobre el problema independentista catalán, 2
La
situación cada día es más confusa, pese
a que todos los actores han puestos sobre la mesa sus planteamientos, planteamientos
que difícilmente podrán hacer posible un diálogo constructivo que vaya más allá
de salir en una foto, diálogo por el que todos abogan de cara a la galería, lo
que se agrava, siempre hay quien cuenta con más leña para avivar el fuego, con las declaraciones que ayer realizó el
Comisario europeo para la Competencia, el español Joaquín almunia, quien afirmó
que no hay que engañarse, que si una parte de un país perteneciente a la Unión
europea decide desgajarse de él, quedaría automáticamente fuera de la Unión,
teniendo que solicitar su ingreso, lo que supondría años de espera, años que
tendría que pasar fuera del paraguas de la Unión, es decir, poco menos que a la
intemperie. Lo que está claro, al menos es lo que pienso, que lo importante no
es que las partes se sienten cara a cara
en una mesa de diálogo, en la que cada uno de los interlocutores
impermeablemente digan lo que piensan, ya que lo que resulta esencial en estos
momentos es que entre en escena la política, que es mucho más, mucho más que
dedicarse a escupir el discurso que se posea al otro y ante los medios de
comunicación que allí se den cita. Es positivo que cada cual sepa lo que
quiere, y que exponga sus planteamientos de la forma más adecuada, pero una
negociación política tiene que ir más allá, pues de lo que se trata, y esta es
la función de la política, es de intentar encontrar una salida satisfactoria a
los conflictos sobre los que se trabaje, una solución que pasará
necesariamente, no tanto en tener que ceder, nadie tiene que hacerlo, pero sí
en buscar y en intentar encontrar nuevos escenarios en donde las diferentes
perspectivas en disputa puedan tener cabida. En la actual coyuntura, todos
saben de forma diáfana por lo que tienen que apostar, todos, pero hasta el
momento nadie parece poseer la altura política necesaria para aportar esos escenarios
alternativos que tengan la virtud no sólo de desactivar el problema, sino poner sobre la mesa objetivos,
nuevos proyectos creíbles, que consigan ilusionar a una ciudadanía que cada vez
se encuentra más desilusionada tanto con su presenta como ante el futuro que le
espera.
Todo
país para que funcione, para que funcione adecuadamente, necesita poseer un
proyecto común que vertebre y enerve a su ciudadanía, circunstancia de la que
hace tiempo carece España, cuyo proyecto de país, en el caso de que exista más
allá de las banderas, de los espectáculos deportivos y de las proclamas
políticas, se encuentra tan debilitado que favorece la dispersión, lo que ha
potenciado, por ejemplo, el auge del independentismo catalán. Los nacionalistas
catalanes, con inteligencia, han sabido aprovecharse de la anémia que desde
hace tiempo padece lo español, articulando gracias a la idea de la nación
catalana, de la nación catalana independiente, una esperanza que ha prendido
con fuerzas en el tejido social catalán, que observando que poco se puede esperar
de España, a quien para colmo suelen echar la culpa de todos sus males, se
sienten con fuerzas para emprender por separado su futuro.
No
hace falta decir aquí que no soy nacionalista, que ninguna de sombra de
campanario consigue erizarme la piel, por lo que observo con asombro tanto a
esos nacionalistas que ahora con tanto ímpetu defienden la bandera y la letra
de la Constitución, como aquellos otros que se dedican a pasear, a levantar y a
presentar la señera, o la ikurriña, como su único fundamente político, de
suerte, que en el fondo me da igual, absolutamente igual que Cataluña siga
perteneciendo a España, se proclame independiente o se adhiera a Lituania,
siempre y cuando, por supuesto, que las decisiones que se lleven a cabo se
realicen democráticamente. Tampoco comprendo ese interés que tienen algunos de
presentar la Constitución como algo inamovible, como un pétreo e irremplazable
dique contra “el caos”, cuando una constitución no puede ser más que un
instrumento que favorezca la convivencia, un instrumento político que como tal,
y con objeto de estar siempre adaptado a la realidad, se manifieste siempre
abierto a las modificaciones que esa realidad le aconseje, para que no pase a
convertirse en un impedimento para la misma convivencia a la que dice querer
favorecer.
Por
ello, el denominado “patriotismo constitucional” es un concepto absurdo, como
también lo sería creer en unos alicates o en un destornillador, que también son
instrumentos, ya que en lo que hay que creer es en las ideas que se posean, en
las ideas que trabajosamente cada cual ha logrado elaborar, para que puestas en
la arena del debate político, puedan confrontarse con otras con objeto de poder
consensuar marcos de convivencia viables. La política es el gran antídoto
contra el autismo por el que trabajosamente nuestras sociedades se deslizan, ya
que nos obliga a escuchar y abrirnos a los otros, haciéndonos comprender que
sólo somos uno más y por supuesto, a aceptar que ni nosotros ni nuestras ideas
conformamos el ombligo del mundo.
No
sé realmente, si como dicen las encuestas, una mayoría raspada de catalanes
estarían dispuestos a votar por la
segregación de Cataluña de España, ciertamente no lo sé, pero lo que sí parece
claro, es que importantes sectores de esa comunidad, que aunque no
mayoritarios, no están de acuerdo con tal opinión, radicando precisamente aquí
el problema, ya que la pregunta sería, ¿qué pasaría si en un hipotético
referéndum, el sesenta o el sesenta y cinco por ciento de la población catalana
optara por la independencia y el resto no? ¿Qué pasaría con ese treinta y cinco
o cuarenta por ciento restantes? La
cuestión hay que reconocer que es bastante compleja, pues de la noche a la
mañana alguien que no lo desea no puede dejar de pertenecer a un país, a una
identidad cultural determinada, sobre todo si se comprueba que vivimos en el
siglo XXI. Por ello, la aparición en escena de la política, de la política con
mayúsculas, es esencial.
18.09.13
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