viernes, 21 de marzo de 2014

Sobre el independentismo catalán, y 3

21.- Sobre el problema independentista catalán, y 3

            Está claro que si una inmensa mayoría de los catalanes desean la independencia, no puede haber nadie, que a medio plazo, consiga hacer frenar ese anhelo, por lo que, ante  una situación de tal naturaleza, lo único sensato que se podría hacer, es facilitar, con la mejor voluntad posible el proceso de transición, pero como creo que en este caso, debido a la dilatada historia común y a los enrevesados intereses creados a lo largo de los años, una parte significativa, ideológica y culturalmente heterogénea, no va a estar por la labor, es esencial comenzar a conocer los datos con los que se cuentan, por lo que es imprescindible la realización de un referéndum. Sí, no hace falta una consulta popular para constatar si los catalanes pueden votar para decidir su futuro político, si junto a España o fuera de España, pues resultaría absurdo, ya que todo pueblo tiene no sólo el derecho, sino también la obligación de decidir sobre lo que le apetezca, y mucho más sobre su futuro, por lo que en realidad hay que plantearse la convocatoria de un referéndum, que cuente con todas las garantías posibles, para saber el número de catalanes que en estos momentos se decantan por seguir perteneciendo al Estado español sin dejar de ser catalanes, y cuántos otros, prefieren dejar de ser españoles para ser solos ciudadanos de un estado catalán independiente. Esta es la cuestión, la única cuestión que en estos momentos me interesa, pues dependiendo de los apoyos reales con los que cuente una u otra opción, habría que implementar estrategias diferentes. No siendo lo mismo, evidentemente, que se produjera un “sí” mayoritario a la independencia que un “no”, pero lo que en realidad complicaría la situación, como posiblemente vaya a ocurrir, es que no se produzca ni un “si” mayoritario ni un “no”, sino todo lo contario, que es el escenario que nadie desea al ser el más complicado para todos, el que exigirá un mayor sobreesfuerzo político que no estoy seguro que esté al alcance de nuestros avezados representantes, poco dados, y poco dotados, para gestionar conflictos que vayan más allá de situaciones  en que lo blanco no se presente blanco y que lo negro no sea del todo negro. Sí, cada día estoy más convencido, a pesar de que según dicen todo ha cambiado muy deprisa en los últimos años, que el tan manoseado referéndum, que unos exigen y otros niegan, aportará un empate técnico que imposibilitará tanto la independencia como el mantenimiento del actual status quo, y también posiblemente la opción federal, a la que tanto se aferran ahora los socialistas, por la sencilla razón, de que el federalismo no traería nada, o casi nada nuevo, pues la estructura actual del sistema, el denominado Estado de las Autonomías, por muy criticado que siempre haya estado, es mucho más federal que la mayoría de los regímenes federales existentes.
            Lo que parece evidente, es que vengan como vengan tiradas las cartas, hay que buscar entre todos, al menos entre los actores que se sientan responsables, una solución estable que a largo plazo, al menos solvente el conflicto identitario actual, y no una salida coyuntural que dure sólo el tiempo suficiente hasta que el estado de opinión de la ciudadanía vuelva a cambiar. Si bien nada puede ser definitivo, y menos en estas épocas tan cambiantes, lo que parece evidente es que hay que trabajar para conseguir un sólido consenso, que si bien no haga feliz a nadie, tampoco logre que nadie lo rechace de forma radical, o dicho de otra forma, en el que nadie se sienta excesivamente confortable en él, pero al mismo tiempo, y esto es importante, nadie incómodo.
            Dicho lo anterior, y dejando a un lado lo que este país nunca podrá volver a ser, o no podrá continuar siendo, la única alternativa viable se presenta, la única, y resulta curioso que es la única posibilidad que nadie se ha atrevido a barajar, el es modelo confederal, que supone un paso adelante desde el federalismo, opción que digan lo que digan sus defensores ha quedado completamente desfasada, y que se queda a un paso de la independencia, lo que supondría que los que abogan por la Soberanía Nacional de Cataluña tendrían, de hecho, lo que desde hace tiempo desean, al tiempo que aquellos que aspiran a mantener los lazos con España podrían seguir manteniéndolos. Esto no significaría, porque carecería de sentido, que el actual Estado de las Autonomías se convierta de la noche a la mañana en un Estado Confederal, no, pero sí que mediante una estudiada y medida reforma constitucional, Cataluña, y posiblemente el País Vasco, que son las comunidades que más incómodas se encuentran dentro del actual sistema, al demandar más competencias de las que éste les puede aportar, puedan convertirse en Estados federados a España, estados soberanos, con gobiernos propios, con todas las competencias a su cargo, pero con una relación bilateral fluida y repleta de complicidades, y de compromisos con el Estado español, que junto a ellos, de tú a tú, conformarán un nuevo marco que necesariamente hay que construir en beneficio de todos.
            Soy consciente, obviamente, que esta propuesta es más fácil de exponer que de  implementar, que las dificultades que supondría un acople de tales características y calibre superaría en múltiples ocasiones el saber hacer de nuestros políticos, acostumbrados desde hace tiempo a “faenas de bajura”, pero una apuesta de tal envergadura, si en realidad se desea acabar con la eterna polémica de la estructura territorial de nuestro Estado, es la única posible y de largo alcance. El modelo a seguir para los que piensen que lo expuesto es sólo un ejercicio gratuito de algebra política, es la propia estructura de la Unión Europea.

20.09.13

viernes, 7 de marzo de 2014

Sobre el independentismo catalán, 2

Desde el mirador 5

20.-  Sobre el problema independentista catalán, 2

            La situación cada día es más  confusa, pese a que todos los actores han puestos sobre la mesa sus planteamientos, planteamientos que difícilmente podrán hacer posible un diálogo constructivo que vaya más allá de salir en una foto, diálogo por el que todos abogan de cara a la galería, lo que se agrava, siempre hay quien cuenta con más leña para avivar el fuego, con  las declaraciones que ayer realizó el Comisario europeo para la Competencia, el español Joaquín almunia, quien afirmó que no hay que engañarse, que si una parte de un país perteneciente a la Unión europea decide desgajarse de él, quedaría automáticamente fuera de la Unión, teniendo que solicitar su ingreso, lo que supondría años de espera, años que tendría que pasar fuera del paraguas de la Unión, es decir, poco menos que a la intemperie. Lo que está claro, al menos es lo que pienso, que lo importante no es que las partes se  sienten cara a cara en una mesa de diálogo, en la que cada uno de los interlocutores impermeablemente digan lo que piensan, ya que lo que resulta esencial en estos momentos es que entre en escena la política, que es mucho más, mucho más que dedicarse a escupir el discurso que se posea al otro y ante los medios de comunicación que allí se den cita. Es positivo que cada cual sepa lo que quiere, y que exponga sus planteamientos de la forma más adecuada, pero una negociación política tiene que ir más allá, pues de lo que se trata, y esta es la función de la política, es de intentar encontrar una salida satisfactoria a los conflictos sobre los que se trabaje, una solución que pasará necesariamente, no tanto en tener que ceder, nadie tiene que hacerlo, pero sí en buscar y en intentar encontrar nuevos escenarios en donde las diferentes perspectivas en disputa puedan tener cabida. En la actual coyuntura, todos saben de forma diáfana por lo que tienen que apostar, todos, pero hasta el momento nadie parece poseer la altura política necesaria para aportar esos escenarios alternativos que tengan la virtud no sólo de desactivar el  problema, sino poner sobre la mesa objetivos, nuevos proyectos creíbles, que consigan ilusionar a una ciudadanía que cada vez se encuentra más desilusionada tanto con su presenta como ante el futuro que le espera.
            Todo país para que funcione, para que funcione adecuadamente, necesita poseer un proyecto común que vertebre y enerve a su ciudadanía, circunstancia de la que hace tiempo carece España, cuyo proyecto de país, en el caso de que exista más allá de las banderas, de los espectáculos deportivos y de las proclamas políticas, se encuentra tan debilitado que favorece la dispersión, lo que ha potenciado, por ejemplo, el auge del independentismo catalán. Los nacionalistas catalanes, con inteligencia, han sabido aprovecharse de la anémia que desde hace tiempo padece lo español, articulando gracias a la idea de la nación catalana, de la nación catalana independiente, una esperanza que ha prendido con fuerzas en el tejido social catalán, que observando que poco se puede esperar de España, a quien para colmo suelen echar la culpa de todos sus males, se sienten con fuerzas para emprender por separado su futuro.
            No hace falta decir aquí que no soy nacionalista, que ninguna de sombra de campanario consigue erizarme la piel, por lo que observo con asombro tanto a esos nacionalistas que ahora con tanto ímpetu defienden la bandera y la letra de la Constitución, como aquellos otros que se dedican a pasear, a levantar y a presentar la señera, o la ikurriña, como su único fundamente político, de suerte, que en el fondo me da igual, absolutamente igual que Cataluña siga perteneciendo a España, se proclame independiente o se adhiera a Lituania, siempre y cuando, por supuesto, que las decisiones que se lleven a cabo se realicen democráticamente. Tampoco comprendo ese interés que tienen algunos de presentar la Constitución como algo inamovible, como un pétreo e irremplazable dique contra “el caos”, cuando una constitución no puede ser más que un instrumento que favorezca la convivencia, un instrumento político que como tal, y con objeto de estar siempre adaptado a la realidad, se manifieste siempre abierto a las modificaciones que esa realidad le aconseje, para que no pase a convertirse en un impedimento para la misma convivencia a la que dice querer favorecer.
            Por ello, el denominado “patriotismo constitucional” es un concepto absurdo, como también lo sería creer en unos alicates o en un destornillador, que también son instrumentos, ya que en lo que hay que creer es en las ideas que se posean, en las ideas que trabajosamente cada cual ha logrado elaborar, para que puestas en la arena del debate político, puedan confrontarse con otras con objeto de poder consensuar marcos de convivencia viables. La política es el gran antídoto contra el autismo por el que trabajosamente nuestras sociedades se deslizan, ya que nos obliga a escuchar y abrirnos a los otros, haciéndonos comprender que sólo somos uno más y por supuesto, a aceptar que ni nosotros ni nuestras ideas conformamos el ombligo del mundo.
            No sé realmente, si como dicen las encuestas, una mayoría raspada de catalanes estarían dispuestos a  votar por la segregación de Cataluña de España, ciertamente no lo sé, pero lo que sí parece claro, es que importantes sectores de esa comunidad, que aunque no mayoritarios, no están de acuerdo con tal opinión, radicando precisamente aquí el problema, ya que la pregunta sería, ¿qué pasaría si en un hipotético referéndum, el sesenta o el sesenta y cinco por ciento de la población catalana optara por la independencia y el resto no? ¿Qué pasaría con ese treinta y cinco o cuarenta por ciento restantes?  La cuestión hay que reconocer que es bastante compleja, pues de la noche a la mañana alguien que no lo desea no puede dejar de pertenecer a un país, a una identidad cultural determinada, sobre todo si se comprueba que vivimos en el siglo XXI. Por ello, la aparición en escena de la política, de la política con mayúsculas, es esencial.


18.09.13