21.- Sobre el
problema independentista catalán, y 3
Está
claro que si una inmensa mayoría de los catalanes desean la independencia, no puede
haber nadie, que a medio plazo, consiga hacer frenar ese anhelo, por lo que,
ante una situación de tal naturaleza, lo
único sensato que se podría hacer, es facilitar, con la mejor voluntad posible
el proceso de transición, pero como creo que en este caso, debido a la dilatada
historia común y a los enrevesados intereses creados a lo largo de los años,
una parte significativa, ideológica y culturalmente heterogénea, no va a estar
por la labor, es esencial comenzar a conocer los datos con los que se cuentan,
por lo que es imprescindible la realización de un referéndum. Sí, no hace falta
una consulta popular para constatar si los catalanes pueden votar para decidir
su futuro político, si junto a España o fuera de España, pues resultaría
absurdo, ya que todo pueblo tiene no sólo el derecho, sino también la obligación
de decidir sobre lo que le apetezca, y mucho más sobre su futuro, por lo que en
realidad hay que plantearse la convocatoria de un referéndum, que cuente con
todas las garantías posibles, para saber el número de catalanes que en estos
momentos se decantan por seguir perteneciendo al Estado español sin dejar de
ser catalanes, y cuántos otros, prefieren dejar de ser españoles para ser solos
ciudadanos de un estado catalán independiente. Esta es la cuestión, la única
cuestión que en estos momentos me interesa, pues dependiendo de los apoyos
reales con los que cuente una u otra opción, habría que implementar estrategias
diferentes. No siendo lo mismo, evidentemente, que se produjera un “sí”
mayoritario a la independencia que un “no”, pero lo que en realidad complicaría
la situación, como posiblemente vaya a ocurrir, es que no se produzca ni un
“si” mayoritario ni un “no”, sino todo lo contario, que es el escenario que
nadie desea al ser el más complicado para todos, el que exigirá un mayor
sobreesfuerzo político que no estoy seguro que esté al alcance de nuestros
avezados representantes, poco dados, y poco dotados, para gestionar conflictos
que vayan más allá de situaciones en que
lo blanco no se presente blanco y que lo negro no sea del todo negro. Sí, cada
día estoy más convencido, a pesar de que según dicen todo ha cambiado muy
deprisa en los últimos años, que el tan manoseado referéndum, que unos exigen y
otros niegan, aportará un empate técnico que imposibilitará tanto la
independencia como el mantenimiento del actual status quo, y también
posiblemente la opción federal, a la que tanto se aferran ahora los
socialistas, por la sencilla razón, de que el federalismo no traería nada, o
casi nada nuevo, pues la estructura actual del sistema, el denominado Estado de
las Autonomías, por muy criticado que siempre haya estado, es mucho más federal
que la mayoría de los regímenes federales existentes.
Lo
que parece evidente, es que vengan como vengan tiradas las cartas, hay que
buscar entre todos, al menos entre los actores que se sientan responsables, una
solución estable que a largo plazo, al menos solvente el conflicto identitario
actual, y no una salida coyuntural que dure sólo el tiempo suficiente hasta que
el estado de opinión de la ciudadanía vuelva a cambiar. Si bien nada puede ser
definitivo, y menos en estas épocas tan cambiantes, lo que parece evidente es
que hay que trabajar para conseguir un sólido consenso, que si bien no haga
feliz a nadie, tampoco logre que nadie lo rechace de forma radical, o dicho de otra
forma, en el que nadie se sienta excesivamente confortable en él, pero al mismo
tiempo, y esto es importante, nadie incómodo.
Dicho
lo anterior, y dejando a un lado lo que este país nunca podrá volver a ser, o
no podrá continuar siendo, la única alternativa viable se presenta, la única, y
resulta curioso que es la única posibilidad que nadie se ha atrevido a barajar,
el es modelo confederal, que supone un paso adelante desde el federalismo,
opción que digan lo que digan sus defensores ha quedado completamente desfasada,
y que se queda a un paso de la independencia, lo que supondría que los que
abogan por la Soberanía Nacional de Cataluña tendrían, de hecho, lo que desde
hace tiempo desean, al tiempo que aquellos que aspiran a mantener los lazos con
España podrían seguir manteniéndolos. Esto no significaría, porque carecería de
sentido, que el actual Estado de las Autonomías se convierta de la noche a la
mañana en un Estado Confederal, no, pero sí que mediante una estudiada y medida
reforma constitucional, Cataluña, y posiblemente el País Vasco, que son las
comunidades que más incómodas se encuentran dentro del actual sistema, al
demandar más competencias de las que éste les puede aportar, puedan convertirse
en Estados federados a España, estados soberanos, con gobiernos propios, con
todas las competencias a su cargo, pero con una relación bilateral fluida y
repleta de complicidades, y de compromisos con el Estado español, que junto a
ellos, de tú a tú, conformarán un nuevo marco que necesariamente hay que construir
en beneficio de todos.
Soy
consciente, obviamente, que esta propuesta es más fácil de exponer que de implementar, que las dificultades que
supondría un acople de tales características y calibre superaría en múltiples
ocasiones el saber hacer de nuestros políticos, acostumbrados desde hace tiempo
a “faenas de bajura”, pero una apuesta de tal envergadura, si en realidad se
desea acabar con la eterna polémica de la estructura territorial de nuestro
Estado, es la única posible y de largo alcance. El modelo a seguir para los que
piensen que lo expuesto es sólo un ejercicio gratuito de algebra política, es
la propia estructura de la Unión Europea.
20.09.13