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Sobre el periodismo actual, un primer acercamiento
El
periodismo está en crisis, en una profunda y devastadora crisis, que
trae como consecuencia que la profesión de periodista se encuentre
entre las más castigadas por el desempleo. Las causas son diversas,
aunque casi siempre se subraya sólo una, la revolución tecnológica
que está obligando a cerrar innumerables medios, al tiempo que
mantiene a los restantes casi en la más absoluta indigencia. Lo
anterior es cierto, pero también lo es, de que gracias a internet,
el gran mal para la prensa tradicional, se han abierto innumerables
portales, que se quiera o no, han conseguido aportar más pluralidad
al tratamiento de las noticias al tiempo que ha hecho posible que más
voces salgan a escena. Yo, desde la ignorancia casi absoluta sobre el
tema, soy sólo y desde muy joven un devorador de periódicos y
también alguien que constantemente trata de estar informado, casi
siempre a través de la radio, de todo lo que a mi alrededor va
aconteciendo, estoy convencido que el problema es otro, que las
nuevas tecnologías lo que han hecho es darle la puntilla a un
determinado tipo de periodismo, pero también lo estoy de que no se
ha sabido utilizar el potencial indudable que éstas poseen.
El
otro día me sorprendió, porque me lo comentó quien me vende
diariamente la prensa, el escaso número de ejemplares de periódicos,
y cada día que pasa son menos, que realmente se venden, pero sobre
todo me llamó la atención el perfil del público que aún los
compra, entre los que apenas hay jóvenes, lo que debería de
encender todas las alarmas, pues el problema que padece la prensa, y
el periodismo en general, puede que no se deba tanto a la crisis en
sí, como al escaso interés del contenido de los medios, y lo poco
se que se han adecuado éstos a las circunstancias en que hoy
vivimos.
Parece
que los medios, y no me refiero sólo a la prensa escrita, están
empeñados en hacer el mismo producto que hace cincuenta años,
cuando afortunadamente todo o casi todo ha cambiado, sin comprender
que hoy por hoy, su función esencial no puede ser, como diría
aquél, la de ejercer de “notarios de la realidad”, la de sólo
contar lo que pasa, pues las noticias, todo lo que sucede, ya las
conoce, y con todo lujo de detalles, el que cada mañana se acerca al
kiosco a comprar su periódico, o el que se sienta a las nueve a ver
el telediario “estrella” de su cadena favorita. No, el público
ya no quiere que le repitan y le vuelvan a repetir las noticias más
destacadas de cada jornada, porque lo que necesita es algo más, que
no es otra cosa que se profundice en esas noticias y a ser posible
por profesionales con fundamentos y con firma propia, lo que si se
llega a cabo significaría una transformación radical, pero muy
necesaria, de parte del periodismo que se práctica en la actualidad,
lo que podría hacerlo de nuevo atractivo.
No
cabe duda, que aunque se observan cambios importantes, la prensa
tradicional, un poco por inercia y un mucho por cabezonería se
resiste a morir, creándose una situación de confusión entre lo que
fue y lo que sin duda será, lo que se observa con bastante claridad
en el fenómeno de las tertulias televisivas o radiofónicas, en
donde se puede comprender con claridad que existe un nuevo y un
viejo periodismo.
Una
de las cuestiones que más llaman la atención, sobre todo en los
últimos tiempos, es la excesiva ideologización en la que han caído
los medios, y por consiguiente los periodistas más destacados de
éstos, o si se prefiere la partidización de los mismos, siendo los
periodistas, en muchos casos, los que más han trabajado en la
construcción de las barricadas que hoy singularizan a nuestra vida
pública. Este hecho, completamente lamentable, ha contribuido, y
mucho, al aumento del desprestigio del periodismo, no siendo casual
por tanto, que la de periodista y la de político sean las
profesiones peor valoradas por la opinión pública. Si se puede
hablar, como desde estas páginas he hecho, de los políticos
funcionarios, también se puede hablar de los periodistas
funcionarios, aquellos que no son más que meros portavoces
asalariados de la agenda temática del medio en el que trabajan, que
al haber perdido su autonomía, se pliegan por completo, y de forma
acrítica, lo que les impide ver la realidad con ojos claros, a los
dictados del medio que les paga. Y esto, como ocurre en el caso de
los políticos, se observa con demasiada claridad, por lo que su
credibilidad se encuentra bajo mínimo.
Hay
algo peor que ver y escuchar a un político defendiendo lo
indefendible, y es leer y escuchar a un periodista tergiversando los
hechos para que estos coincidan con su opinión o con la del medio en
la que trabaja, pues mientras esa actitud en el primero es hasta
comprensible, al entrar dentro de sus parámetros laborales, en el
segundo, en el del periodista, resulta incomprensible y siempre
rechazable al estar en contra de todos los principios sobre los que
debe basarse su profesión.
Está
claro que todo se puede observar desde diferentes perspectivas, que
cada hecho, que cada acontecimiento tiene o puede tener muchas
lecturas, y que cada visión que se posea y que se muestre dependerá
del posicionamiento ideológico desde el que se observe, lo que ante
todo es positivo, pues ello da fe de la pluralidad y de la
complejidad de nuestras sociedades, pero otra cosa muy distinta es
intentar que todo, que absolutamente todo cuadre con los
posicionamientos ideológicos que se posean y que nada se salgan de
los mismos.
El
periodista, el buen periodista, de forma independiente y sin
imposiciones de ningún tipo, ni endógenas ni exógenas, debe
mostrar los hechos y dar su opinión sobre lo que ve y sobre lo que
le llega, apoyándose en sus postulados, sean estos los que sean,
sabiendo que sólo así, sin confundir y sin engañar a nadie, podrá
mantener su reputación y el de la profesión a la que se debe.
22.12.12