jueves, 28 de junio de 2012

Sobre la crisis económica (y 2)

ACERCAMIENTOS
(acb.019)

Sobre la crisis económica (y 2)

Estoy convencido que el grave error de los socialistas no ha sido su forma de gestionar la crisis, que al fin y al cabo, con matices de cara a la galería, es la misma que la que está llevando a cabo el actual gobierno, o que hubiera sido la misma si le hubieran dejado más tiempo en el poder, sino su forma de comportarse ante lo público. El Partido Socialista no ha sabido y no ha querido hacer una pedagogía de lo público, al igual que tampoco ha subrayado, en sus diferentes mandatos, la importancia de la austeridad, dando a entender con su comportamiento, que el Estado era un lugar en donde se puede medrar y que la riqueza es una virtud a la que todos tenemos que aspirar. El Partido Socialista, como dije hace poco, ha querido, desprendiéndose de sus señas de identidad, ser sólo un Partido más, un Partido al uso, cuyo objetivo no era otro que la toma del poder y su mantenimiento en el mismo, lo que le ha originado gran número de enemigos incluso dentro de las filas de la propia izquierda.
Pero en estos momentos difíciles, en el que los mercados exigen y exigen, es importante saber qué es lo que hay que hacer, pues no basta, como se está demostrando, que se haga sólo lo que esos mercados demanden, ya que los intereses de los mismos no coinciden, ni de lejos, con los intereses de la ciudadanía. Hay que tener la cabeza fría y mantener en todo momento presente qué es lo que se desea, y cuáles son las posibilidades reales de hacerlo posible. Indudablemente, como un inteligente y bien informado observador dice continuamente, no hay dinero, y que por eso hay que vender de forma constante tanta deuda pública, ya que el Estado carece de liquidez incluso para pagar las pensiones. Cierto, no hay dinero, por lo que es fundamental aligerar el gasto, pero hay que tener presente, que esos recortes en inversiones y en cuenta corriente que hay necesariamente que llevar a cabo, no pueden asfixiar definitivamente a la economía, ya que entonces es cuando nos estaremos condenando de cara al futuro. Se están realizando todos los recortes posibles y algunos más, y pese a ellos, como no se observan mejoras, la prima de riesgo sigue subiendo y subiendo, al tiempo que la desconfianza por “la marca España” se acrecienta, no ya porque el pulso sea débil sino porque es casi inexistente. La dinámica que se está llevando a cabo es infernal, pues cuando más avanza la desconfianza mayores son los recortes, y contra mayores son los recortes, menor es el crecimiento.
Así, por tanto, no se puede continuar, pues con este ritmo que nos imponen, la deuda y los intereses que ella genera, crecerá y crecerá, aumentando los beneficios de los especuladores y obligando al país a que sea rescatado definitivamente por la Unión Europea, lo que aparte de poner en riesgo el futuro del euro, pues con seguridad después caerá Italia, tendrá consecuencias sociales de gran calado.
Ante tal situación hay cuestiones que no llego a entender, como por ejemplo, la de que el propio capitalismo avanzado tire piedras sobre su propio tejado, estrangulando el consumo de un país, un consumo que siempre ha sido el corazón del propio sistema, en beneficio de unos intereses a corto plazo, que sin duda, que sin duda se le volverán en su contra a la vuelta de la esquina, ni tampoco, la necesidad que tiene por desestabilizar sociedades, hasta hace poco completamente asentadas, que no dudaban convencidas de beber en su mano. No cabe duda, que este capitalismo, que este nuevo capitalismo conducido y capitaneado por el sector más radical del liberalismo, a pesar de creérselas todas consigo, dando muestra de una autoestima suicida, aunque en principio gane todas las batallas, caerá víctima de su propia prepotencia.
Pero ahora lo importante es saber si es posible salir de la actual situación, si existen estrategias, por muy alambicadas que éstas sean, que puedan posibilitar que el actual panorama se modifique, con objeto de que se consiga retomar una senda de crecimiento sostenible y aceptable que devuelva la confianza a unas sociedades cada día más alicaídas. Quiero ser optimista, no porque crea que una movilización ciudadana pueda forzar al sistema para que éste modifique su rumbo, ni porque estime que los políticos, sabedores de los problemas que padecen sus representados, se coaliguen entre sí, con la intención de proponer nuevas alternativas que puedan conducir a una nueva etapa, no, soy optimista porque creo que el capitalismo, si aún le queda algo de lucidez, no llegará a suicidarse.
Sí, soy optimista, porque creo, porque estoy convencido que el capital no especulativo, el que se basa y desea seguir basándose en sus prácticas tradicionales y para el que es esencial la cohesión y la solidez de las sociedades sobre las que se asienta, no tendrá más remedio que recobrar la cordura, imponiéndoles a los políticos la necesidad, la urgente necesidad, posiblemente a última hora, de dar un golpe de timón. Un golpe de timón que será esencialmente político, y que deberá sustentarse sobre dos vectores, el aplazamiento de la deuda existente y una importante inyección de circulante.
En el caso español, que es posiblemente el más preocupante, la atención hay que centrarla hoy en el sistema bancario, un sistema, que en contra de lo que se nos había vendido, y debido esencialmente a los efectos de la burbuja inmobiliaria, se encuentra a un paso de la bancarrota, lo que le impide poner dinero en la calle para alentar una actividad económica normal. Siempre, al menos desde que se realizó la reestructuración bancaria después de la transición, a cargo evidentemente del erario público, se ha repetido en todos los escenarios, siempre con orgullo, que la banca española era un modelo a seguir, que su solidez y su soltura estaba demostrada y que no existía ningún peligro de que el tsunami de la crisis financiera global acabara con ella. Pero no, como se ha demostrado el sistema bancario español se encuentra extremadamente debilitado, debido sobre todo, a sus suicidas prácticas inmobiliarias, que lo mantiene con una deuda colosal, de suerte, que la abultada deuda privada existente en nuestro país, deuda que según los expertos es el grave problema del mismo, se encuentra “bancarizada”, es decir, en poder de la banca. Una banca que muestra unos balances ficticios, ya que su oceánico activo inmobiliario no se encuentra actualizado, y que de vez en cuando, cuando consigue algo de liquidez, por ejemplo del Banco Central Europeo, no tiene más remedio, entre otras razones porque le resulta rentable, que acudir al rescate de la deuda del Estado.
Como apunté con anterioridad, para hacer frente a la deuda que padece el Estado, a la deuda y a los intereses que genera ésta, que comparativamente no es tan elevada como cotidianamente se repite, es fundamental que la sociedad recobre su pulso económico normal, pero para que esto sea posible, es esencial que la banca cumpla con su función. Pero desde hace ya bastante tiempo, ese círculo virtuoso se encuentra encasquillado, precisamente por falta de liquidez.
En fin, y resumiendo, para que pueda salir el país del oscuro pozo en el que se encuentra, es esencial, imprescindible que se produzcan varios hechos, todos ellos dificultosos, pero no imposibles. Que exista una voluntad política, a nivel europeo, de parar la especulación que en estos momentos sacude a la deuda soberana española, que sólo será posible si el BCE compra masivamente esa deuda cuando salgan a los mercados, y que esa misma entidad, inyecte el dinero necesario para reflotar al sistema bancario español, con objeto de que éste inyecte el circulante necesario que nuestra sociedad necesita para comenzar a respirar. Paralelamente, ya a nivel doméstico, es fundamental que se lleve a cabo unos acuerdos políticos de envergadura, una especie de nuevos “Pactos de la Moncloa”, gracias al cual, y de forma consensuada, se afronte con la adecuación de la estructura del Estado y del sistema productivo español, a las necesidades que exigen la actual coyuntura.

Sábado, 14 de abril de 2012

Sobre la crisis económica (1)

ACERCAMIENTOS
(acb.018)

Sobre la crisis económica (I)

Después de la huelga general convocada para protestar contra la reforma laboral impuesta por el gobierno de la nación, y de unos presupuestos restrictivos, que aspiran a controlar el déficit público, a todas luces necesarios, pero que con seguridad estrangularán aún más el crecimiento económico, se están llevando a cabo nuevos recortes, como si los anteriores no bastaran, que amenazan con dejar sin contenido los mecanismos sociales de cohesión y de solidaridad existentes, o lo que es lo mismo, con desarticular y neutralizar lo que hasta ahora se ha venido llamando el Estado del bienestar. Lo que justifican todas estas medidas es el excesivo endeudamiento que padece el Estado, que al parecer, según repiten y repiten “los entendidos” en la materia, gasta mucho más de lo que ingresa, por lo que tiene que pedir constantemente prestado, a los mercados financieros, importantes cantidades de dinero para hacer frente a sus obligaciones más inmediatas. El problema, es que la deuda es tan alta, que dichos mercados además de pedir unos intereses cada día más elevados, exigen, al desconfiar de la solidez del país, una serie de condiciones que se están materializando en las diferentes reformas que se están llevando a cabo. Sí, el actual gobierno justifica las impopulares medidas que está aplicando, no ya a cuestiones ideológicas, sino sencillamente porque se las exigen sus prestamistas. Simplificando, éste es el grave problema ante el que se enfrenta España y que mantiene a su sociedad en vilo, pues existe la posibilidad, nada descartable, de que suspenda pagos, o lo que es lo mismo, a que sea intervenida, lo que supondría la implementación de medidas mucho más radicales.
La cuestión es de una gravedad extrema, pues no se observan a medio plazo salidas a la actual situación, ya que las únicas actuaciones que se están aplicando son restrictivas, que no sólo no favorecen una reactivación económica, sino que impiden cualquier tipo de crecimiento, lo que puede agravar el problema, pues nunca hay que olvidar las singularidades que distinguen al siempre anémico tejido productivo de nuestro país. Pero ¿cómo se ha llegado a la actual situación? Esta es la pregunta que todos nos planteamos, pues es difícil comprender, cómo es posible que después de un tiempo de bonanza como el que hemos disfrutado, en el que parecía que “llovían longanizas”, se haya pasado, y casi de la noche a la mañana, a otro en el que todo resulta problemático y restrictivo. Una adecuada contestación a esta pregunta es esencial si se desea comenzar a aportar soluciones sensatas, que sirvan al menos, además de para capear de la mejor manera posible la actual situación, para buscar salidas viables, que definitivamente nos alejen de las circunstancias que han provocado la crisis actual, y para evitar en el futuro volver a tropezar con los mismos obstáculos.
La sociedad española ha disfrutado, durante un periodo de tiempo bastante dilatado, de un ciclo económico favorable, en el que afluía con facilidad el crédito, que facilitaba a su vez un crecimiento posiblemente nunca antes visto en nuestro país. Había trabajo y dinero en la calle, lo que potenció el consumo, en muchas ocasiones disparatado, de una población que estaba convencida de que todo estaba a su alcance, lo que a su vez, acarreaba importantes ingresos en las arcas del Estado, que obviamente lo empleaba en la construcción de infraestructuras y en dotar financieramente a los mecanismos del Estado del bienestar, que poco a poco, se iba pareciendo más a sus homónimos. Nadie preveía que esta dinámica se rompiera, pues en el horizonte no se apreciaban nubarrones preocupantes.
Antes de estallar la tormenta la situación del país era la siguiente, a saber, el Estado soportaba una deuda pública casi insignificante, sobre todo si se la comparaba con la que tenían otros Estados de su entorno, pero el endeudamiento privado, el de las familias y el de las empresas, eran de los más elevados de la Unión Europea. A lo anterior hay que añadir, y este hecho es de una gran importancia, el que los grandes pilares productivos del país, además del turismo, eran la construcción y las grandes obras públicas, lo que dejaba al descubierto, no sólo la fragilidad, sino también la escasa diversidad y la vulnerabilidad del mismo.
Pero la tormenta perfecta estalló y en poco tiempo todo se vino abajo. El excesivo circulante existente, que era el origen de todas las bondades de lo que estaba ocurriendo, dejó en poco tiempo de fluir, lo que trajo consigo una disminución, hasta casi su desaparición, del crédito que se ofrecía, lo que a su vez provocó una brutal disminución del consumo, el cierre de innumerables empresas y un aumento significativo y alarmante del desempleo. Paralelamente a ello, el Estado comenzó a recibir menos ingresos debido a la recesión que se estaba produciendo y a tener que destinar más fondos a gastos sociales, como las partidas destinadas a las prestaciones por desempleo, lo que a su vez le obligó a endeudarse, con objeto de tener que hacer frente a sus obligaciones en los mercados de deuda, lo que todo unido, y de forma maléfica, ha dado lugar a la situación en la que nos encontramos, que bien se puede comprender que no ha sido gratuita.
Me sorprende que desde los medios de la derecha, y lo que es peor desde el propio gobierno, se siga repitiendo, como si la ciudadanía careciera de entendimiento, que el único causante de la crisis que asola a nuestra sociedad es el Partido Socialista, cuando es algo demostrado que asistimos a una crisis global que sobre todo se está cebando con el mundo Occidental. El hundimiento del entramado hipotecario en los Estados Unidos, los famosos bonos basuras, dejaron bajo mínimos la liquidez de importantes bancos europeos, que optaron, por necesidad, de dejar de prestar dinero barato a los bancos a los que surtían, entre ellos a los españoles, que no tuvieron más remedio, a su vez, que reducir sus créditos casi al mínimo. Sí, la crisis que padece España tiene su origen en su banca, que en un momento dado, por los motivos antes expuestos, se encontró sin la liquidez suficiente para soportar o para mantener todo el entramado que irresponsablemente había creado y aquí es donde comienza la pescadilla a morderse la cola.
A estas alturas estoy convencido, que el gran culpable de la crisis que padecemos, y me estoy refiriendo a España, es y ha sido el sistema bancario, que durante demasiado tiempo, beneficiándose de la “alegría” y del optimismo reinante, en una actitud suicida, se saltó todos los controles existentes, creyendo que sus ansias de beneficio jamás tendrían límites, y eso a pesar, de que sus analistas siempre han sido lo más afamados, y los mejor pagados del país. Pero de forma paralela, también estoy convencido, que la salida a la actual situación, tiene que pasar necesariamente por la banca, o lo que es lo mismo, que hasta que las entidades bancarias españolas no se refloten, pues todas están tocadas, hasta que no vuelvan a ejercer su función habitual, la de vender dinero a los particulares y a las sociedades mercantiles, todas las actuaciones que se lleven a cabo resultarán vanas e insuficientes. Con lo anterior no quiero decir que algunos de los ajustes, o los recortes que se están llevando a cabo no sean necesarios, lo que quiero dejar claro, es que en mi opinión, hasta el momento en que no vuelva a correr el dinero por nuestras calles y por nuestros comercios, ninguno de los problemas existentes podrá comenzar a solventarse.
Pero lo que acabo de dejar por escrito todo el mundo lo sabe, y no sólo los profanos en la materia como yo, lo que ocurre, es “que aprovechando que El Pisuerga pasa por Valladolid”, se están implementando una serie de actuaciones, las más importantes de las cuales de cariz marcadamente ideológicas, tendentes a adelgazar la estructura social actualmente existente. Como acabo de decir, es fundamental de cara al futuro, pues el futuro nunca hay que perderlo de vista, realizar importantes reformas con objeto de racionalizar y hacer viable el Estado del bienestar, para dar un paso a partir de él, y no como se desea, que no es otra cosa que dinamitarlo para volver a formas pretéritas y menos civilizadas de entender la sociedad. Hoy en día, tal y como están las cosas, esa forma de Estado es inviable, pues el coste del mismo es desmesurado, pero decir que, todos los servicios que lleva a cabo mejorarían gracias a la gestión privada, que es lo que en el fondo desean algunos, ocultando intereses inconfesables, resulta descabellado. La cuestión radica en profesionalizar la gestión pública, hacer comprender a todos que lo comunitario es de cada uno y que es esencial mirar por lo propio, cuidar por cada euro que se gasta, al tiempo que racionalizar cada uno de los servicios que se prestan, podando aquellos que resulta ineficaces e innecesarios, y darle valor a lo que merece la pena mantener.

Sábado, 14 de abril de 2012