viernes, 18 de octubre de 2013

Anotaciones sobre el cierre de la televisión publica griega, 1

15.- Anotaciones sobre el cierre de la Televisión Pública griega, 1

Hace unas semanas, saltó a las primeras páginas de los medios de comunicación, que el gobierno griego, en su inducida estrategia por recortar el gasto público, de la noche a la mañana había decretado el cierre de la televisión estatal griega, decisión que había dejado a tres mil trabajadores en la calle. Evidentemente la noticia tuvo una gran repercusión, pues cierto corporativismo, lógico por otra parte, se apoderó de la clase periodística, escuchándose lo de siempre, “que una voz se había apagado”, o que “la medida había supuesto, en unos momentos en que la información, de que la información verás resulta imprescindible, un duro ataque a contra la libertad de prensa”. No sé el tipo de televisión que hacía esa cadena pública, aunque observando la que se hace en España no tengo más remedio que temerme lo peor, por lo que en principio, no me preocupa tanto el cierre de esa emisora como el número de trabajadores que han quedado desempleados, pero al hilo de lo ocurrido, creo necesario que se abra un debate sobre la necesidad o no, de que siga existiendo medios de comunicación públicos, y de la función, en el caso de que se apueste por su existencia, que dichos medios deben de tener.
De forma independiente al posicionamiento político que se mantenga, parece que existe una coincidencia generalizada sobre la necesidad de volver a la austeridad, después de un periodo de tiempo, en el que gracias a la bonanza económica de la que se ha disfrutado, el despilfarro ha sido, como se ha podido verificar, una de las constantes sobre las que se ha sostenido tanto la Administración Pública como las prácticas políticas que se han desarrollado. Un despilfarro, que ahora que los tiempos han cambiado, pone en jaque, casi en jaque mate, al propio sistema político que nos define, por la sencilla razón de que ya no se pueden seguir pagando las abultadas facturas que exige su mantenimiento, lo que obliga, lo que está obligando a que se lleve a cabo unas series de políticas de adelgazamiento, que están poniendo en cuarentena muchas de las funciones, y de los cometidos, que hasta la fecha han venido realizando nuestras administraciones, de suerte, y se es consciente de ello, que de esa reestructuración dependerá la viabilidad futura del Estado del bienestar, al menos tal y como se ha venido entendiendo hasta ahora. Se tiene claro, muy claro, cuales tienen que ser los pilares sobre los que tiene que sostenerse, que no son otros que la educación, la sanidad y los sistemas sociales de cohesión, por lo que en aras de su fortalecimiento, es comprensible que funciones que hasta ahora se asociaban al mismo tengan que ser privatizadas, o lo que es lo mismo, que tengan que pasar a manos de la propia sociedad, pues sus elevados costes, están dificultando la financiación pública de otros servicios, estos sí esenciales, que la propia sociedad tiene la obligación de salvaguardar e incluso potenciar en beneficio de todos y muy especialmente de los sectores menos favorecidos.
Resulta evidente, que entre esas prioridades esenciales no se encuentra el mantenimiento de una televisión pública, cuyo objetivo primordial sea el de ejercer de portavoz del gobierno de turno, al tiempo que el de publicitar sus políticas, además de competir de forma desleal, al ser mantenida por los presupuestos públicos, gracias al mantenimiento de una programación banal, contra las restantes televisiones privadas existentes.
Debido a su influencia, a su poder, es difícil que en un país como España, la Televisión Pública quede al margen de la lucha partidaria, lo que la convierte en el gran botín a conseguir, prueba de ello, es que cualquier administración que se precie, y me niego a creer que sólo de forma gratuita y filantrópica, cuenta con su propia televisión, ya sea central, autonómica o local, que en lugar de estar ideadas para prestar un servicio público o comunitario, como sería deseable, son ante todo, instrumentos en manos de los partidos políticos que la controlan, instrumentos para colmo pagados por el erario público, que aparte de ofrecer una información siempre sesgada y en múltiples ocasiones claramente manipulada, no consiguen aportar nada nuevo, o interesante, a la oferta televisiva existente. No, la Televisión Pública, tal como se presenta no tiene sentido que siga siendo soportada por el dinero de los contribuyentes, sobre todo, cuando existen otras necesidades más apremiantes que atender, no valiendo el argumento, tan socorrido a veces, de que al cerrarlas quedarían en la calle gran número de trabajadores, pues cada día, y nadie parece preocuparse por ellos, ingresan en las filas del desempleo muchos ciudadanos que no han tenido la suerte de pertenecer a ningún ente público, al tiempo que quedan sin cobertura social, por diversos motivos, otros tantos.
Sí, es esncial que se sea riguroso con los recortes, y no creo que las televisiones públicas, tal como hoy en día están concebidas, al igual que ocurre con otros organismos públicos, tengan que salvarse de los tijeretazos que tanto se están prodigando en estos difíciles tiempos que nos han tocado vivir, sobre todo cuando no pasaría absolutamente nada, y esto lo sabemos todos, si dejaran de emitir, ya que en la parrilla televisiva existen alternativas suficientes para que su ausencia no llegue a notarse, cosa que con facilidad se puede demostrar, comparando la programación que ofrece la Televisión Pública, con las que llevan a cabo las privadas. Pero lo anterior, aunque pueda resultar contradictorio, no quiere decir, que la existencia de una televisión púbica no sea necesaria, ya que socialmente su existencia sería incluso hasta recomendable.

21.06.13