ACERCAMIENTOS
(acb.021)
Sobre
el nuevo poder de los economistas
Ayer
en una tertulia radiofónica, en la que intervenían dos afamados
economistas, uno, Santiago Niño-Becerra, dijo algo que me sorprendió
y que hasta cierto punto consiguió alarmarme. Según él,
arriesgando demasiado, en el futuro próximo la política tendrá que
subordinarse a la economía, lo que le dejará muy poco margen de
maniobra. A pesar de que las afirmaciones que el citado economista
dejó en las ondas pueden exasperar, no cabe duda que son una lectura
realista de la actual situación, lectura que agradará, pero que
sobre todo tranquilizará a gran parte de la población, y no sólo a
los especialistas en esa “ciencia” que tantos admiradores está
encontrando en los últimos tiempos. Sí, muchos son los que piensan
que la economía es la actividad que puede volver a poner las cosas
en su sitio, al tiempo que es la única que puede echar a los
políticos del “templo sagrado”, siendo ella, y los economistas
por supuesto, la que se debe encargar, de forma aséptica, sumando,
cuadrando y analizando balances de forma constante de la gestión de
nuestras cada día más complejas sociedades, algo para lo que los
políticos, siempre demasiado imaginativos, como una vez más ha
quedado demostrado, se encuentran incapacitados. Según Niño-Becerra
son los economistas los que deben poner los límites, límites que
ningún político podrá saltarse, proceso que está comenzando a
llevarse a cabo en Europa a raíz de la crisis que está
desquebrajando al viejo continente. Lo anterior podría, no cabe
duda, salvaguardarnos del aventurismo de algunos políticos que
irresponsablemente pudieran, con sus acciones de cara siempre a la
galería, llevar a nuestras sociedades a la ruina, y crear unos
cauces homologados sobre los que poder circular sin contratiempos y
con todas las garantías.
Magnífico,
pues tal planteamiento político, sí porque en el fondo lo anterior
no es más que otro planteamiento político, sería el que más nos
acercase al “fin de la historia” del que hace unos años hablaba
Fujuyama. Efectivamente por que el fin de la historia es un estadio
en el que cualquier avance social resultaría imposible, entre otras
razones, porque en principio ya no haría falta, porque se tendría
la sensación de que se habría llegado a la meta siempre soñada.
El problema es que la economía, aunque en estos tiempos enmarañados
parezca lo contrario, no es una ciencia inocua y neutral, por mucho
que los propios economistas, y lo que hoy llaman los mercados, se
empeñen en hacernos creer, sino una herramienta, un utensilio
ideado para organizar el tipo de sistema económico que libremente
elija cada sociedad, de suerte, que los economistas en todo momento
deben, como técnicos que son, y esto nunca hay que olvidarlo,
ponerse al servicio de las sociedades a las que pertenecen, y no como
ocurre en la actualidad, cuando de forma extraña, es ella la que
aspira a dirigir y a gestionar el presente y el futuro de nuestras
sociedades.
El
prestigio del que goza la economía, se apoya en la escasa
credibilidad que padece en la actualidad la política, siendo un
clamor, que ante los destrozos que ha provocado la crisis financiera,
a la que los políticos no han sabido hacer frente, se exija sobre
todo una buena gestión de lo existente y para ello nadie mejor que
los economistas, que en más ocasiones de las necesarias se
presentan, además de cómo gente sensata, como meros contables
avezados, lo que no tiene nada que ver con la realidad, pues desde
hace demasiado tiempo, abandonando su labor original, se dedican a
publicitar postulados ideológicos, sobre todo determinados
postulados ideológicos y no otros, que según la mayoría de ellos
son los únicos viables, y a intentar materializarlos a toda costa.
Es curioso, pero de un tiempo a esta parte, los economistas, se
parecen más a hombres de acción que de estudios, posiblemente para
también estar ellos a la altura de los tiempos, de unos tiempos en
donde nadie se encuentra donde debería encontrarse.
Sí,
la economía se ha sublevado a la función tradicional que se le
reservaba, con objeto de jugar un papel que no le corresponde, lo que
en absoluto es gratuito. Con el papel predominante que se está
atribuyendo, a lo que se apuesta desde determinados círculos, todos
ellos muy poderosos, es a desactivar la política, o para ser más
precisos, determinadas formas de entender la política.
El
denominado “pensamiento único” a lo que aspira, a los que
siempre ha aspirado, es a que la historia se pare, a reivindicar que
el sistema político existente es el único posible, y que todo
intento de mejorarlo, a no ser que se trabaje para aligerarlo aún
más, resulta absurdo. Por ello, porque sabe que para su propósito
es esencial, su objetivo es desprestigiar a la política, a la
verdadera política, la que no cesa de proponer alternativas a lo
existente, con la intención de convertirla en una mera actividad
burocrática cuya única función real, sería la de mantener la
apariencia democrática, pero siempre subordinada al discurso
dominante de “los que saben hacer las cosas”, que son los mismos
que aplauden, a rabiar, el papel equilibrado y siempre sensato de los
buenos economistas, de los economistas de orden, que son los que
siempre vigilarán que las aguas no se salgan del cauce por donde
tiene que transitar.
El
gran triunfo de los que detentan el poder real, ha sido el de haber
convencido a casi todos, de que a pesar de las dificultades
existentes, nos encontramos en un estadio histórico insuperable, y
que es imposible avanzar más, de suerte, que para mantenerlo, sería
necesario determinadas actuaciones, todas ellas tendentes a hacerlo
más operativo, es decir menos pesado. ¿Pero cómo es posible que
alguien crea, a no ser que se comprenda la labor de esa “lluvia
fina” que durante años ha venido cayendo de forma constante, que
vivimos en el mejor de los mundos posibles? ¿Cómo se puede pensar,
tal y como están las cosas, que es imposible avanzar hacia una
sociedad mejor, más justa y más equilibrada? Pues ha sido posible,
gracias a una estrategia deliberada y devastadora de gran alcance,
mediante la que se nos ha obligado a “comulgar con ruedas de
molinos”, y en las que se nos ha hecho, u obligado a comprender
que lo negro era blanco, mientras que lo que parecía blanco en
realidad era negro. Las dos piedras básicas de esta estrategia,
aunque no las únicas, han sido la “dessocialización” y la
despolitización de nuestras sociedades, y también por supuesto, la
criminalización de la política. Mientras que lo primero ha
conseguido que la sociedad se observe sólo como una mera suma de
individuos, ni tan siquiera de ciudadanos, la segunda ha hecho
inviable cualquier tipo de proyecto colectivo que vaya más allá de
lo único que al parecer puede llegar a preocupar, que las cosas
funcionen de la forma más correcta posible. Ante tal panorama, es
comprensible que los economistas tomen el poder sin encontrar
demasiadas resistencias.
Miércoles,
4 de julio de 2012