miércoles, 26 de septiembre de 2012

Sobre el nuevo poder de los economistas

ACERCAMIENTOS
(acb.021)

Sobre el nuevo poder de los economistas

Ayer en una tertulia radiofónica, en la que intervenían dos afamados economistas, uno, Santiago Niño-Becerra, dijo algo que me sorprendió y que hasta cierto punto consiguió alarmarme. Según él, arriesgando demasiado, en el futuro próximo la política tendrá que subordinarse a la economía, lo que le dejará muy poco margen de maniobra. A pesar de que las afirmaciones que el citado economista dejó en las ondas pueden exasperar, no cabe duda que son una lectura realista de la actual situación, lectura que agradará, pero que sobre todo tranquilizará a gran parte de la población, y no sólo a los especialistas en esa “ciencia” que tantos admiradores está encontrando en los últimos tiempos. Sí, muchos son los que piensan que la economía es la actividad que puede volver a poner las cosas en su sitio, al tiempo que es la única que puede echar a los políticos del “templo sagrado”, siendo ella, y los economistas por supuesto, la que se debe encargar, de forma aséptica, sumando, cuadrando y analizando balances de forma constante de la gestión de nuestras cada día más complejas sociedades, algo para lo que los políticos, siempre demasiado imaginativos, como una vez más ha quedado demostrado, se encuentran incapacitados. Según Niño-Becerra son los economistas los que deben poner los límites, límites que ningún político podrá saltarse, proceso que está comenzando a llevarse a cabo en Europa a raíz de la crisis que está desquebrajando al viejo continente. Lo anterior podría, no cabe duda, salvaguardarnos del aventurismo de algunos políticos que irresponsablemente pudieran, con sus acciones de cara siempre a la galería, llevar a nuestras sociedades a la ruina, y crear unos cauces homologados sobre los que poder circular sin contratiempos y con todas las garantías.
Magnífico, pues tal planteamiento político, sí porque en el fondo lo anterior no es más que otro planteamiento político, sería el que más nos acercase al “fin de la historia” del que hace unos años hablaba Fujuyama. Efectivamente por que el fin de la historia es un estadio en el que cualquier avance social resultaría imposible, entre otras razones, porque en principio ya no haría falta, porque se tendría la sensación de que se habría llegado a la meta siempre soñada. El problema es que la economía, aunque en estos tiempos enmarañados parezca lo contrario, no es una ciencia inocua y neutral, por mucho que los propios economistas, y lo que hoy llaman los mercados, se empeñen en hacernos creer, sino una herramienta, un utensilio ideado para organizar el tipo de sistema económico que libremente elija cada sociedad, de suerte, que los economistas en todo momento deben, como técnicos que son, y esto nunca hay que olvidarlo, ponerse al servicio de las sociedades a las que pertenecen, y no como ocurre en la actualidad, cuando de forma extraña, es ella la que aspira a dirigir y a gestionar el presente y el futuro de nuestras sociedades.
El prestigio del que goza la economía, se apoya en la escasa credibilidad que padece en la actualidad la política, siendo un clamor, que ante los destrozos que ha provocado la crisis financiera, a la que los políticos no han sabido hacer frente, se exija sobre todo una buena gestión de lo existente y para ello nadie mejor que los economistas, que en más ocasiones de las necesarias se presentan, además de cómo gente sensata, como meros contables avezados, lo que no tiene nada que ver con la realidad, pues desde hace demasiado tiempo, abandonando su labor original, se dedican a publicitar postulados ideológicos, sobre todo determinados postulados ideológicos y no otros, que según la mayoría de ellos son los únicos viables, y a intentar materializarlos a toda costa. Es curioso, pero de un tiempo a esta parte, los economistas, se parecen más a hombres de acción que de estudios, posiblemente para también estar ellos a la altura de los tiempos, de unos tiempos en donde nadie se encuentra donde debería encontrarse.
Sí, la economía se ha sublevado a la función tradicional que se le reservaba, con objeto de jugar un papel que no le corresponde, lo que en absoluto es gratuito. Con el papel predominante que se está atribuyendo, a lo que se apuesta desde determinados círculos, todos ellos muy poderosos, es a desactivar la política, o para ser más precisos, determinadas formas de entender la política.
El denominado “pensamiento único” a lo que aspira, a los que siempre ha aspirado, es a que la historia se pare, a reivindicar que el sistema político existente es el único posible, y que todo intento de mejorarlo, a no ser que se trabaje para aligerarlo aún más, resulta absurdo. Por ello, porque sabe que para su propósito es esencial, su objetivo es desprestigiar a la política, a la verdadera política, la que no cesa de proponer alternativas a lo existente, con la intención de convertirla en una mera actividad burocrática cuya única función real, sería la de mantener la apariencia democrática, pero siempre subordinada al discurso dominante de “los que saben hacer las cosas”, que son los mismos que aplauden, a rabiar, el papel equilibrado y siempre sensato de los buenos economistas, de los economistas de orden, que son los que siempre vigilarán que las aguas no se salgan del cauce por donde tiene que transitar.
El gran triunfo de los que detentan el poder real, ha sido el de haber convencido a casi todos, de que a pesar de las dificultades existentes, nos encontramos en un estadio histórico insuperable, y que es imposible avanzar más, de suerte, que para mantenerlo, sería necesario determinadas actuaciones, todas ellas tendentes a hacerlo más operativo, es decir menos pesado. ¿Pero cómo es posible que alguien crea, a no ser que se comprenda la labor de esa “lluvia fina” que durante años ha venido cayendo de forma constante, que vivimos en el mejor de los mundos posibles? ¿Cómo se puede pensar, tal y como están las cosas, que es imposible avanzar hacia una sociedad mejor, más justa y más equilibrada? Pues ha sido posible, gracias a una estrategia deliberada y devastadora de gran alcance, mediante la que se nos ha obligado a “comulgar con ruedas de molinos”, y en las que se nos ha hecho, u obligado a comprender que lo negro era blanco, mientras que lo que parecía blanco en realidad era negro. Las dos piedras básicas de esta estrategia, aunque no las únicas, han sido la “dessocialización” y la despolitización de nuestras sociedades, y también por supuesto, la criminalización de la política. Mientras que lo primero ha conseguido que la sociedad se observe sólo como una mera suma de individuos, ni tan siquiera de ciudadanos, la segunda ha hecho inviable cualquier tipo de proyecto colectivo que vaya más allá de lo único que al parecer puede llegar a preocupar, que las cosas funcionen de la forma más correcta posible. Ante tal panorama, es comprensible que los economistas tomen el poder sin encontrar demasiadas resistencias.

Miércoles, 4 de julio de 2012