ACERCAMIENTOS
(acb.020)
Sobre
las Cajas de Ahorros
En
primer lugar tengo que dejar claro que mis conocimientos sobre
economía son escasos, los suficientes, no obstante, como para andar
con dificultad por casa y para no comprender lo que está sucediendo.
Sí, la verdad es que apenas entiendo nada de lo que desde hace algún
tiempo viene ocurriendo en el plano económico, que es el ángulo
desde el que se observa con mayor nitidez cómo se está desmoronando
el edificio que tanto costó levantar, ese edificio que de forma
ilusa creímos imperecedero. Ahora, demasiado tarde por supuesto, al
parecer se ha llegado al convencimiento, de que la causa última de
la crisis que padecemos no proviene del Estado del bienestar, del
elevado coste que supone su mantenimiento, sino de la mala salud de
nuestro sistema financiero, sobre el que apenas se había actuado,
contractando con la ligereza con que se han recortado, porque al
parecer era de extrema necesidad, algunos derechos y servicios
sociales que difícilmente podremos volver a disfrutar. Cierto, ahora
parece, que por fin se ha descubierto “la pólvora”, la causa de
todos los males, el maléfico virus que nos mantiene en el deplorable
estado en que aún nos encontramos, que no es otro que el sistema
financiero, ese mismo que hasta hace poco era elogiado por su
fiabilidad y por su solvencia por todos. Pero en estos momentos en
que todo el mundo rebosa alegría, porque por fin se ha descubierto
al “asesino”, es conveniente que se comprenda algo que es de
Perogrullo, que las entidades financieras en nuestro país, al igual
que en cualquier otro lugar, son sólo instrumentos que dependiendo
de cómo se utilicen, provocarán unos efectos u otros, por lo que
los verdaderos culpables del desaguisado que se ha producido no son
éstas, sino los que la han dirigido y los que la pusieron al
servicio de sus intereses.
De
la banca no quiero hablar, pues ella, a pesar de ser también
responsable directo del criminal e irresponsable calentamiento de la
economía que hemos padecido, siempre ha tenido una función y una
justificación, la de ganar dinero, y cuando más mejor, con objeto
de poder ofrecerle a sus accionistas unos resultados siempre mejores
que los anteriores. De lo que deseo hablar es de las cajas de
ahorros, los auténticos bancos de los pobres como se decía de ellas
cuando fueron fundadas, que a pesar de la enorme musculatura que
hasta hace poco han poseído, están en trance de desaparición, con
todo lo que ello va a suponer socialmente. Hay que tener en cuenta,
aunque a veces nos quieran “vender la moto”, que la desaparición
de un banco, no es lo mismo que la desaparición de una caja de
ahorros, pues éstas siempre se han asentado en un lugar concreto,
tejiéndose a partir de ellas, importantes mallas de intereses y de
interrelaciones, que casi siempre podían palparse por parte de la
ciudadanía. Tampoco, al menos antes de esta vorágine que ha logrado
confundirlo todo, la función y los objetivos de un banco eran los
mismos que los de una caja de ahorros, ya que éstas siempre ha
tenido una función más social que estrictamente financiera,
dedicándose más a la microeconomía que a la gran economía, es
decir a financiar pequeños proyectos, empresariales o privados,
además de subvencionar actuaciones sociales que siempre han carecido
de rentabilidad. Se podría decir, por tanto, que hasta hace poco
los bancos y las cajas de ahorros poseían sus propios mercados
particulares, sus caladeros propios de negocios, especializándose en
los mismos, lo que también complementaban a dichas entidades. Otra
de las características que singularizaban a las cajas era su
estructura organizativa, pues casi todas tenían una implantación
provincial, al tiempo que dependían de los ayuntamientos y de las
diputaciones, lo que las obligaba a centrarse en una realidad muy
concreta, lo que a su vez le creaba grandes vínculos con la
población, ya que ésta sabía, que si alguien subvencionaba a fondo
perdido los gastos de mantenimiento del “Hogar del pensionista”
del pueblo, o la ruinosa pero atractiva “Obra cultural”, no era
precisamente ninguno de los grandes bancos del país, sino la pequeña
caja de ahorros, esa que tenía una oficina, con apenas dos
empleados, en cada esquina mínimamente transitada de la población.
Precisamente por esto, por su cercanía y porque eran sentida como
“algo propio”, las cajas conseguían un pasivo muy barato,
proveniente del ahorro de la ciudadanía, basado en las cartillas de
ahorro y en las antiguas y familiares cuentas a plazo fijo, lo que
para colmo le proporcionaba una clientela de una fiabilidad
envidiable.
Pero
en poco tiempo todo cambió. De golpe, se comenzó a hablar de
rentabilidad, de la escasa rentabilidad que pese a su potencial
tenían las cajas de ahorros en comparación con la gran banca, y de
la excesiva politización de dichas entidades. Estas acusaciones, que
nunca he llegado a entender bien, y que tampoco he sabido a ciencia
cierta de dónde provenían, aunque imagino que desde los sectores
que deseaban desembarcar en ellas, es decir desde donde se pregonaba
la necesidad de su privatización, iban en contra de la propia
filosofía de las cajas, ya que aspiraban a que las cajas se
convirtieran en otra cosa, posiblemente en algo mejor, sí, pero en
otra cosa. Y no comprendía nada, porque la razón de ser de las
cajas siempre ha sido evidente. Para colmo nunca he creído que la
rentabilidad de una empresa tenga que ser mayor, si por los métodos
que sean, aumenta su volumen de negocio, no, porque se puede dar el
caso de que sea menos rentable por muchos millones más que dicha
empresa llegue a facturar al año. Pero las cajas de ahorros eran
rentables, tanto económica como socialmente. Se dedicaban al negocio
meramente financiero, a vender dinero, sobre todo a particulares, a
subvencionar proyectos sociales promovidos por ayuntamientos y
diputaciones y a mantener una “Obra social” gracias al hecho de
que estatutariamente no repartían beneficios. En suma, las cajas de
ahorros eran muy rentables, al menos hasta que a alguien se le
ocurrió la feliz idea de que tenían que cambiar la orientación de
su negocio, para entrometerse en el territorio que tradicionalmente
le había pertenecido a la banca, lo que la ha llevado a la situación
en la que se encuentran.
Llegó
un momento, que a sus responsables, casi todos políticos o elegidos
directamente por políticos, se les iluminó la mente, y creyeron
conveniente que esas cajas, que esos modestos instrumentos
financieros que tenían a su disposición, muy válidos para la
función que hasta la fecha ejercían, podían convertirse en los
vehículos que hicieran posible sus proyectos políticos, al tiempo
que, aprovechando el auge económico, apostar por nuevas áreas de
negocios que no dominaban, pero que en principio podían aportar
grandes beneficios. Se potenció la fusión entre cajas, según
decían para aumentar la capitalización de las mismas, para así
afrontar inversiones de mayor envergadura, lo que posibilitó que las
cajas comenzaran a apostar fuerte por las grandes empresas y por
dudosos proyectos y promociones inmobiliarias, pero en contrapartida
no se modificaron sus estructuras internas ni se invirtió en la
profesionalización de sus cargos, lo que a la larga, cuando la
coyuntura se convirtió en negativa, ha sido la causa que ha
provocado la práctica desaparición de las mismas.
Ahora,
a partir de ahora, con todo lo que se han criticado, es cuando la
sociedad va a echar de menos a las cajas de ahorros, y va a
comprender las grandes diferencias que existen entre una caja y un
banco. Ésta, la desaparición de las cajas, va a ser otra de las
muchas cosas que vamos a dejar en el camino, y que con seguridad
lamentaremos mucho, más de lo que ahora podemos imaginar.
Sábado,
19 de mayo de 2012