martes, 10 de julio de 2012

Sobre las cajas de ahorros

ACERCAMIENTOS
(acb.020)

Sobre las Cajas de Ahorros

En primer lugar tengo que dejar claro que mis conocimientos sobre economía son escasos, los suficientes, no obstante, como para andar con dificultad por casa y para no comprender lo que está sucediendo. Sí, la verdad es que apenas entiendo nada de lo que desde hace algún tiempo viene ocurriendo en el plano económico, que es el ángulo desde el que se observa con mayor nitidez cómo se está desmoronando el edificio que tanto costó levantar, ese edificio que de forma ilusa creímos imperecedero. Ahora, demasiado tarde por supuesto, al parecer se ha llegado al convencimiento, de que la causa última de la crisis que padecemos no proviene del Estado del bienestar, del elevado coste que supone su mantenimiento, sino de la mala salud de nuestro sistema financiero, sobre el que apenas se había actuado, contractando con la ligereza con que se han recortado, porque al parecer era de extrema necesidad, algunos derechos y servicios sociales que difícilmente podremos volver a disfrutar. Cierto, ahora parece, que por fin se ha descubierto “la pólvora”, la causa de todos los males, el maléfico virus que nos mantiene en el deplorable estado en que aún nos encontramos, que no es otro que el sistema financiero, ese mismo que hasta hace poco era elogiado por su fiabilidad y por su solvencia por todos. Pero en estos momentos en que todo el mundo rebosa alegría, porque por fin se ha descubierto al “asesino”, es conveniente que se comprenda algo que es de Perogrullo, que las entidades financieras en nuestro país, al igual que en cualquier otro lugar, son sólo instrumentos que dependiendo de cómo se utilicen, provocarán unos efectos u otros, por lo que los verdaderos culpables del desaguisado que se ha producido no son éstas, sino los que la han dirigido y los que la pusieron al servicio de sus intereses.
De la banca no quiero hablar, pues ella, a pesar de ser también responsable directo del criminal e irresponsable calentamiento de la economía que hemos padecido, siempre ha tenido una función y una justificación, la de ganar dinero, y cuando más mejor, con objeto de poder ofrecerle a sus accionistas unos resultados siempre mejores que los anteriores. De lo que deseo hablar es de las cajas de ahorros, los auténticos bancos de los pobres como se decía de ellas cuando fueron fundadas, que a pesar de la enorme musculatura que hasta hace poco han poseído, están en trance de desaparición, con todo lo que ello va a suponer socialmente. Hay que tener en cuenta, aunque a veces nos quieran “vender la moto”, que la desaparición de un banco, no es lo mismo que la desaparición de una caja de ahorros, pues éstas siempre se han asentado en un lugar concreto, tejiéndose a partir de ellas, importantes mallas de intereses y de interrelaciones, que casi siempre podían palparse por parte de la ciudadanía. Tampoco, al menos antes de esta vorágine que ha logrado confundirlo todo, la función y los objetivos de un banco eran los mismos que los de una caja de ahorros, ya que éstas siempre ha tenido una función más social que estrictamente financiera, dedicándose más a la microeconomía que a la gran economía, es decir a financiar pequeños proyectos, empresariales o privados, además de subvencionar actuaciones sociales que siempre han carecido de rentabilidad. Se podría decir, por tanto, que hasta hace poco los bancos y las cajas de ahorros poseían sus propios mercados particulares, sus caladeros propios de negocios, especializándose en los mismos, lo que también complementaban a dichas entidades. Otra de las características que singularizaban a las cajas era su estructura organizativa, pues casi todas tenían una implantación provincial, al tiempo que dependían de los ayuntamientos y de las diputaciones, lo que las obligaba a centrarse en una realidad muy concreta, lo que a su vez le creaba grandes vínculos con la población, ya que ésta sabía, que si alguien subvencionaba a fondo perdido los gastos de mantenimiento del “Hogar del pensionista” del pueblo, o la ruinosa pero atractiva “Obra cultural”, no era precisamente ninguno de los grandes bancos del país, sino la pequeña caja de ahorros, esa que tenía una oficina, con apenas dos empleados, en cada esquina mínimamente transitada de la población. Precisamente por esto, por su cercanía y porque eran sentida como “algo propio”, las cajas conseguían un pasivo muy barato, proveniente del ahorro de la ciudadanía, basado en las cartillas de ahorro y en las antiguas y familiares cuentas a plazo fijo, lo que para colmo le proporcionaba una clientela de una fiabilidad envidiable.
Pero en poco tiempo todo cambió. De golpe, se comenzó a hablar de rentabilidad, de la escasa rentabilidad que pese a su potencial tenían las cajas de ahorros en comparación con la gran banca, y de la excesiva politización de dichas entidades. Estas acusaciones, que nunca he llegado a entender bien, y que tampoco he sabido a ciencia cierta de dónde provenían, aunque imagino que desde los sectores que deseaban desembarcar en ellas, es decir desde donde se pregonaba la necesidad de su privatización, iban en contra de la propia filosofía de las cajas, ya que aspiraban a que las cajas se convirtieran en otra cosa, posiblemente en algo mejor, sí, pero en otra cosa. Y no comprendía nada, porque la razón de ser de las cajas siempre ha sido evidente. Para colmo nunca he creído que la rentabilidad de una empresa tenga que ser mayor, si por los métodos que sean, aumenta su volumen de negocio, no, porque se puede dar el caso de que sea menos rentable por muchos millones más que dicha empresa llegue a facturar al año. Pero las cajas de ahorros eran rentables, tanto económica como socialmente. Se dedicaban al negocio meramente financiero, a vender dinero, sobre todo a particulares, a subvencionar proyectos sociales promovidos por ayuntamientos y diputaciones y a mantener una “Obra social” gracias al hecho de que estatutariamente no repartían beneficios. En suma, las cajas de ahorros eran muy rentables, al menos hasta que a alguien se le ocurrió la feliz idea de que tenían que cambiar la orientación de su negocio, para entrometerse en el territorio que tradicionalmente le había pertenecido a la banca, lo que la ha llevado a la situación en la que se encuentran.
Llegó un momento, que a sus responsables, casi todos políticos o elegidos directamente por políticos, se les iluminó la mente, y creyeron conveniente que esas cajas, que esos modestos instrumentos financieros que tenían a su disposición, muy válidos para la función que hasta la fecha ejercían, podían convertirse en los vehículos que hicieran posible sus proyectos políticos, al tiempo que, aprovechando el auge económico, apostar por nuevas áreas de negocios que no dominaban, pero que en principio podían aportar grandes beneficios. Se potenció la fusión entre cajas, según decían para aumentar la capitalización de las mismas, para así afrontar inversiones de mayor envergadura, lo que posibilitó que las cajas comenzaran a apostar fuerte por las grandes empresas y por dudosos proyectos y promociones inmobiliarias, pero en contrapartida no se modificaron sus estructuras internas ni se invirtió en la profesionalización de sus cargos, lo que a la larga, cuando la coyuntura se convirtió en negativa, ha sido la causa que ha provocado la práctica desaparición de las mismas.
Ahora, a partir de ahora, con todo lo que se han criticado, es cuando la sociedad va a echar de menos a las cajas de ahorros, y va a comprender las grandes diferencias que existen entre una caja y un banco. Ésta, la desaparición de las cajas, va a ser otra de las muchas cosas que vamos a dejar en el camino, y que con seguridad lamentaremos mucho, más de lo que ahora podemos imaginar.

Sábado, 19 de mayo de 2012